La crisis del Covid 19 nos ha enseñado de manera bastante fuerte y violente que existe una fractura (que hasta ahora estaba escondida o - mejor dicho - no tan visible) entre las diferentes generaciones de una sociedad. Al manejar esta crisis nos hemos dado cuenta de una realidad cotidiana en establecimientos especializados dedicados al cuidar a los ancianos.
¿Dónde están los viejecitos? Uso esta palabra aunque no se sabe exactamente a lo que se refiere, y a partir de cuándo se puede decir que una persona está vieja. En Francia, en los siglos 17 / 18, a los cuarenta une persona ya se consideraba como vieja. Poco a poco, hemos notado un cambio en la determinación precisa de una edad de envejecimiento. Por ejemplo, en los años 40, a uno se solía jubilarse a los 65 porque marcaban la distinción entre una persona activa y llena de juventud, y otra persona que no tenía estas características de manera tan salientes. Hoy día, estamos sufriendo de una dictadura de la juventud, que se desarrolla bajo diferentes formas, como el deseo permanente de un cuerpo joven eterno (productos cosméticos, practica intensiva de deporte, publicidad permanente para el control de peso o propaganda para régimen alimentarios súper estrictos que tienen como meta que la gente parezca joven). Además, también se puede notar una casi ausencia de actores femeninos (y algunos masculinos) después de los cincuenta años, tanto en la industria cinematográfica como en el sector de la publicidad.
Entonces, el alejamiento moral e ideológico de la ‘edad mayor’ se materializa bajo la forma de un alejamiento físico. Los viejecitos tienen que desaparecer del entorno social ‘normal’ para ilusoriamente preservar el bienestar psicológico de la población activa. Hasta una época muy reciente, se solía pensar que las civilizaciones (asiáticas en particular) manejaban al envejecimiento de los individuos de manera más inclusiva, manteniendo a los ancianos dentro de las familias. Pero la entrada en la economía de mercado de China por ejemplo fracasó esta idea. El modelo occidental como modelo absoluto fue adoptado hacia estos rincones. Por ejemplo, las compañías francesas Orpea, DomusVi y Colisée, especializadas en la gestión de hogares de ancianos, tienen como primero mercado de exportación China. Tras la crisis del coronavirus, el mundo entero acaba de darse cuenta de las verdaderas condiciones de vida de los ocupantes de tales hogares. La intrusión de los media de manera cotidiana en residencias y hogares ha enseñado con imágenes muy violentes una mezcla de falta de higiene, falta de implicación por falta de personal (a veces por falta de dinero), y abandono relacional y afectivo. En los peores casos, hemos visto escenas horrorosas como en Ontario (Canadá) (1). Lamentablemente, también hemos oído de casos similares en otros países de Europa.
Las conclusiones inmediatas que parecen tanto obvias como inevitables se desarrollan alrededor de tres axis. En primer lugar, la reincorporación del cuidar de los ancianos dentro de la sociedad de manera inclusiva. En segundo lugar, el establecimiento de una política con un presupuesto adecuado. En tercer lugar, la reconciliación de los seres humanos con la dimensión finita de la existencia humana.
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