Existe la opinión generalizada de que el cáncer está más íntimamente ligado a nuestra herencia genética que a nuestro estilo de vida. Sin embargo, todas las investigaciones sobre el tema coinciden en que los factores genéticos explican como máximo el 15% de la mortalidad por cáncer.
Las cifras muestran que, en general, el cáncer no se hereda, lo que sí se hereda son las costumbres alimentarias, ambientales y de vida que favorecen y abonan el terreno para su desarrollo; se ha observado que diferentes poblaciones alrededor del mundo muestran distintos tipos de cáncer en función de su alimentación y hábitos de vida.
La comunidad científica coincide en destacar que los principales factores de riesgo de desarrollo de cáncer más extensamente relacionados con la dieta son el sobrepeso y la obesidad, que implican una mayor incidencia de cánceres de esófago, estómago, colon, hígado, endometrio, próstata, riñón y mama (posmenopáusico). Se estima que una alimentación saludable, un peso corporal dentro de los rangos adecuados y la práctica habitual de ejercicio físico puede contribuir a reducir su incidencia entre un 30%-40%.
Con relación al cáncer del aparato gastrointestinal (esófago, estómago y colón), diversos estudios señalan que la proporción de muertes ligada directamente a la alimentación podría alcanzar el 90%, lo que sugiere la prevención primaria como un elemento clave para reducir su incidencia.
El cáncer se erige actualmente como uno de los problemas sociosanitarios de mayor magnitud. Según datos de la OMS, junto con las enfermedades cardiovasculares, el cáncer es actualmente una de las primeras causas de muerte a nivel mundial. Dicho organismo juzga que alrededor de un 40% de los cánceres podrían evitarse con pautas de comportamiento saludables.
La Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), por su parte, estima que más de 32.000 muertes anuales por cáncer en España son debidas a una dieta inadecuada y al sedentarismo, y aconseja la prevención primaria, a través de hábitos saludables, como uno de los principales factores para reducir su incidencia.
La occidentalización comporta numerosos cambios en nuestra alimentación y estilo de vida: mayores niveles de estrés, tabaquismo, consumo elevado de alcohol, sedentarismo o sobrealimentación, ingesta excesiva de proteína animal, productos lácteos, grasas saturadas, azúcar blanco y otros carbohidratos refinados; hábitos que han relegado al olvido la dieta tradicional y han allanado el camino hacia una mayor incidencia de cáncer y otras patologías modernas, propias de las sociedades del bienestar.
La célula constituye la unidad básica de cualquier ser vivo, por lo que desde el punto de vista científico, el cáncer es esencialmente una enfermedad de la célula que puede desarrollarse lenta, silenciosa y progresivamente durante años e incluso décadas antes de producir sintomatología, en función del terreno más o menos propicio en el que se desarrolle la célula cancerosa. No obstante, aunque el organismo genera células defectuosas constantemente, el cuerpo, gracias al sistema inmunológico, dispone de distintos mecanismos para su detección y bloqueo.
Desde esta perspectiva, debería contemplarse el cáncer como una enfermedad crónica sobre la que podemos actuar diariamente en un alto porcentaje alimentándonos de forma equilibrada y saludable e incluyendo en nuestra dieta alimentos ricos en fitoquímicos y compuestos anticancerosos, con capacidad para tonificar el sistema inmunológico e influir positivamente sobre la salud, como los que encontramos en el shiitake (Lentinulaedodes), el maitake (Grifola frondosa) o el reishi (Ganodermalucidum).
Shiitake
Maitake
Aunque hasta hace pocas décadas, las propiedades de los hongos medicinales se desconocían en Occidente, la gastronomía y la farmacopea de la medicina tradicional china se han servido durante siglos de los alimentos como remedios para prevenir o tratar distintas enfermedades, utilizando una extensa variedad de plantas y extractos de hongos medicinales con fines terapéuticos.
En este sentido, merecen especial atención el shiitake, el maitake y el reishi, cuyo valor terapéutico no reside tanto en sus nutrientes sino en sus principios activos, muy especialmente los polisacáridos, principalmente β-glucanos, por su acción inmunomoduladora y sus ampliamente estudiados efectos anticancerígenos, con capacidad para estimular el sistema inmunológico sin hiperactivarlo.
Así, al igual que el resto de nutrientes que deberían formar parte de una dieta sana, equilibrada y suficiente –cereales integrales, leguminosas, especias y hierbas aromáticas, verduras, hortalizas y fruta de temporada, semillas, frutos secos y proteínas saludables–, estos tres hongos medicinales, además de su interés nutricional, pueden incluirse de forma habitual en numerosos platos de la cocina diaria por sus contrastadas virtudes nutricionales y terapéuticas:
En dosis terapéuticas, sus principales propiedades antitumorales, quimioprotectoras e inmunomoduladoras podrían resumirse en los siguientes puntos:
El shiitake y el maitake, por su riqueza proteica y versatilidad de utilización, nos ofrecen un amplio abanico de posibilidades para no convertir la proteína animal, especialmente carne y embutidos, en el centro de nuestra dieta. Podemos incluirlos de forma habitual en numerosos platos, tanto en su forma seca, previamente hidratados, como fresca: sopas, cremas de verduras, cereales integrales, legumbres, estofados, risottos, a la plancha con ajo y perejil, salteados e incorporados como un ingrediente más en ensaladas templadas, empanadas, cocas de verduras, tartas saladas, masas para croquetas o hamburguesas, mezclados con algas o proteína vegetal, como el tofu, el tempeh o el seitan, salteados con verduras…
El reishi, por sus características organolépticas, ve restringida su aplicación a tan sólo algunas preparaciones. A láminas, podemos utilizarlo en decocción en caldos o sopas, infusiones…; en polvo, espolvoreado en pequeña cantidad en algunos platos, dar un toque agridulce a nuestras vinagretas con miel de reishi o utilizarla para endulzar infusiones, kéfir, yogur, postres…
En definitiva, evitar el sedentarismo y los hábitos tóxicos, prevenir el estrés y la ansiedad, apostar por una alimentación sana y equilibrada, con predominio de alimentos del reino vegetal por encima de los del reino animal e incluir en la dieta hongos con reconocidas propiedades medicinales, como el shiitake, el maitake o el reishi, constituye, sin duda alguna, una potente arma terapéutica, especialmente valiosa también desde el punto de vista profiláctico, tanto en la prevención de los cánceres asociados a la dieta, como en el desarrollo de otras enfermedades propias de las mal llamadas sociedades del bienestar.
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