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En 1786, España estableció el sistema administrativo de las llamadas intendencias y la primera de ellas fue precisamente la "Intendencia General de Exercito y Provincias de México", con capital en la Ciudad de México, para el 2 de marzo de 1824 se reconoce como fecha oficial de la creación del Estado de México, aunque sus antecedentes se remontan al periodo colonial, cuando en el año de 1548, el territorio recibió el nombre de Provincia de México, quedando integrada por cinco de las 23 provincias mayores en las que se dividía el Virreinato. Hoy en día el Estado de México cuenta con 152 municipios, de los que solo algunos tienen desarrollo turístico.
Debate político e ideológico entre monarquismo y republicanismo.
El 18 de octubre de 1840 la ciudad de México amaneció apacible, con sus calles empedradas poblándose de gente, iglesias que tañían sus campanas, comercios bulliciosos, fondas aromáticas, vendedores que pregonaban mercancías, carruajes de familias aristócratas… La capital parecía recuperarse de la sangrienta y fallida rebelión, encabezada apenas unos meses atrás por el incansable liberal Valentín Gómez Farías y el general José Urrea, que exigía regresar al régimen federal y que al cabo de doce días (15 a 27 de julio) había dejado cerca de seiscientos muertos y destrozado la esquina sur de la fachada de Palacio Nacional. Aquel día otoñal la ciudad volvía a sacudirse, esta vez no por el fuego federalista, sino por la publicación de un folleto quizá igual o más subversivo, pues su autor tuvo el atrevimiento –¿acaso una blasfemia?– de proponer que México adoptara un régimen monárquico con un príncipe extranjero, argumentando que la asonada de julio demostró que el sistema republicano había fracasado. No es difícil imaginar los rostros descompuestos de indignación, burla o cólera que provocó entre las elites política y militar ese escrito de José María Gutiérrez de Estrada, un joven político y diplomático nacido en 1800, quien ya para entonces había sido oficial del Ministerio de Relaciones, senador por Yucatán y ministro de Relaciones. En el verano de 1840 Gutiérrez de Estrada había regresado de una estancia de cuatro años en Europa con su esposa, Loreto Gómez de la Cortina, durante los cuales viajó por varios países donde pudo observar la forma en que los principios de representatividad democrática se amalgamaban gradualmente con los sistemas monárquicos aún vigentes. Quizá fue por eso que, al contemplar el desastroso espectáculo de México, no dudó en escribir la escandalosa propuesta monárquica que provocó una de las controversias más intensas de la primera mitad del siglo XIX.
En realidad no era la primera vez que se pensaba en que México se constituyera como una monarquía. Ya en el siglo XVI, hacia 1541, Fray Toribio de Benavente había propuesto al rey Carlos V que enviara a alguno de sus infantes a gobernar Nueva España. Algo semejante pidió a Carlos III, en 1783, Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, cuando solicitó que uno de los infantes fuera “rey de México”, otro gobernara Perú y uno más el resto de las provincias de Tierra firme.
Incluso en junio de 1821, poco antes de que se consumara la Independencia, los diputados americanos a las cortes españolas: Lucas Alamán, Mariano Michelena, Lorenzo de Zavala y Miguel Ramos Arizpe –estos dos últimos serían después destacados federalistas–, entre otros, propusieron que el rey de España nombrara a un gobernante para cada una de sus posesiones divididas en tres secciones, sin excluir a las “personas de la familia real”. Y, por supuesto, el independentista Plan de Iguala, formulado en febrero de 1821 por Agustín de Iturbide, consideró que el gobierno de Nueva España sería una “monarquía moderada” constitucional y solicitó a Fernando VII, a sus hijos o a otro miembro de la casa real para gobernar el nuevo país. Sin embargo, tras la accidentada y fallida experiencia del gobierno imperial de Iturbide (1822-1823), de apenas ocho meses de duración, y tras la conformación del país como república federal con la Constitución de 1824, el régimen monárquico quedó proscrito y condenado por la mayoría de los actores políticos. No obstante, como lo demostrarían proyectos monárquicos posteriores y, por supuesto, el imperio de Maximiliano de Habsburgo (1864-1867), “el republicanismo y el monarquismo” fueron “las dos posibilidades de ser de la nueva nación” que estuvieron en disputa entre 1821 y 1867, según el historiador Edmundo O’Gorman.
Un mes después de la violenta rebelión federalista de 1840, el 25 de agosto Gutiérrez de Estrada escribió una carta al presidente Anastasio Bustamante para proponerle que se convocara a una convención nacional que deliberara sobre una nueva forma de gobierno para México ante la profunda crisis que vivía el sistema republicano, aún gobernado bajo la Constitución centralista de 1836. Aunque en la misiva no expuso la posibilidad de un gobierno monárquico, el documento sirvió como preámbulo al folleto que publicaría en octubre. Gutiérrez de Estrada aseveraba en su escrito que el país carecía de hombres capaces para gobernarlo y creía que la república se encontraba “herida de muerte” por los mismos que se decían sus “apóstoles”, pues incontables revoluciones la desangraban y ni la Constitución federalista ni la centralista, así como ninguna de las formas de república que se habían experimentado (“democrática, oligárquica, militar, demagógica”) habían logrado salvarla. Incluso vaticinó que, debido a la crisis del sistema político y a la debilidad del país, en menos de veinte años la bandera de Estados Unidos ondearía en Palacio Nacional, hecho que ocurrió tan solo siete años después. La amenaza expansionista que significaba la nación vecina era uno de los argumentos más importantes del folletista para sugerir un gobierno fuerte para México.
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