Estamos viviendo una crisis de salud global y lo estamos haciendo en primera persona. Se ha desvanecido en tiempo récord la distancia entre dinámicas globales (una pandemia originada en China, pero de alcance mundial) y sus consecuencias individuales (la enfermedad y el confinamiento de millones de personas en sus domicilios). Entre ambos niveles resurge el Estado-nación como garante principal de la salud de las personas y ente articulador de la gestión de la crisis.
He conjugan en el plano internacional y que el coronavirus recalibra de manera frenética. La globalización ha roto barreras con sus cadenas globales de valor y unas dinámicas de interconexión e interdependencia capaces de sobrepasar el corsé de los Estados. Unas dinámicas que no se han traducido en un gobierno global y siguen confiando en el Estado-nación como principal articulador de las relaciones internacionales (con el permiso de organizaciones supranacionales, empresas transnacionales y una sociedad civil globalizada).
La pregunta lógica es si el protagonismo de los Estados-nación en la respuesta al coronavirus equivale al declive de lo global y supranacional, tal y como los entendemos hoy. Cuando la vida humana, amenazada, vuelve al centro de todas las cosas, la primera reacción es aferrarse a lo conocido. Tendemos a buscar referencias en lo cercano y desconfiar de lo extranjero, difuso y global. Nos cobijamos en nuestras raíces de algún lugar y aparcamos por un momento el cualquier lugar que habita en nosotros, seres globalizados.
En el plano político internacional, la relación entre lo global y lo nacional funciona también como un péndulo. La crisis de los años treinta, tras la Primera Guerra Mundial y el crack del 29, se tradujeron en el auge del fascismo y el nazismo que desembocaría en la Segunda Guerra Mundial. Tras esta, un nuevo momento internacionalista surgido del fracaso de la Sociedad de Naciones dio lugar al nacimiento de múltiples organizaciones internacionales, articuladas en lo político en torno al sistema de Naciones Unidas y en lo económico en las instituciones de Bretton Woods (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional), y el Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles (antecesor de la Organización Mundial del Comercio).
La crisis del coronavirus es una muestra más de que seguimos atrapados en la tragedia de siempre: una vuelta total a lo nacional ya no es posible, pero tampoco se dan las condiciones y la voluntad política para la reforma y mejor funcionamiento de los mecanismos de gobernanza global.
https://elpais.com/elpais/2020/03/18/opinion/1584531425_469076.html
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