"Sucesor del calzón, el pantalón simbolizó la masculinidad y el poder. Durante la Revolución Francesa expresó los valores republicanos y se convirtió en un elemento clave de nuevo orden político" narra la socióloga.
Es más, -añade- en "el Antiguo Régimen la mujer fue privada de todos sus derechos, incluso de lucir pantalón".
A lo largo de la historia, el pantalón, más que como una prenda práctica y cómoda, se ha erigido como símbolo de poder político y libertad. Prueba de ello es que "aunque la mujer logró la igualdad civil y laboral, el hombre ni consintió ni aceptó que se vistiera como él.
Así el siete de noviembre de 1800, "una ordenanza de la jefatura de policía de París, prohíbe a las mujeres el uso de prendas del sexo opuesto", detalla Bard en el libro.
Ya se sabe que lo prohibido siempre se desea más, y medio siglo después, por iniciativa de las mujeres feministas, el pantalón adquiere todo su valor y por vez primera se utiliza como arma política para desafiar el dominio masculino.
"Si una mujer salía a la calle con pantalones se la tachaban de travesti y revelaba un mundo invertido muy del gusto de los humoristas", cuenta la autora.
Gracias a la militante feminista Madeleine Pelletier y a la deportista olímpica Violette Morris, que peleó ante la justicia francesa su derecho a lucir pantalones, la mujer en los años veinte se visitó por los pies.
Aprovechando esta brecha, Coco Chanel devuelve la libertad al género femenino y apuesta por el pantalón como prenda estrella. "Una mujer con pantalón nunca será un hombre apuesto", decía la diseñadora francesa.
El entusiasmo por la modernidad, los tímidos pasos en el deporte y la incorporación de la mujer al mundo laboral favorece el uso del pantalón, prenda que en el siglo XX entra y sale del armario femenino por razones exclusivamente prácticas.
Sobre todo durante la II Guerra Mundial cuando la mujer se incorpora a trabajar en las fábrica y asiste a los soldados en los campos de batalla.A partir de ese momento, el pantalón se convierte en el compañero de viaje de la emancipación de la mujer.
"A pesar de estos logros, son una minoría las mujeres que en aquélla época llevan pantalones" relata Christine Bard quien desvela que "la actriz Marlene Dietrich fue capaz de desprender erotismo y sensualidad con pantalones, además de ofrecer una imagen de mujer fatal ultrafemenina".
El cine no ignora el auge del pantalón sobre la silueta femenina y en el filme "La Costilla de Adán" aparece una bellísima Katharine Hepburn vestida con pantalones. Más joven, la actriz Audrey Hepburn es quien mejor encarna el nuevo estilo de mujer moderna, capaz de conjugar la elegancia parisina con las líneas más "casual", un estilo que la convierte en la embajadora del pantalón.
Otro icono femenino de la modernización es Brigitte Bardot, actriz que luce como nadie el pantalón pirata de "vichy", modelo que sólo el modisto Hubert Givenchy proponía y destinaba para los días de descanso y vacaciones.
En plena guerra fría, el pantalón se inscribe en un campo llamado libertad, "aunque la Unión Soviética lo califica de prenda de carácter deportivo, útil para el trabajo en la industria y para viajar", escribe Bard.
Como la moda no ignora la emancipación de la mujer, el pantalón femenino brilla tanto en las colecciones de Alta Costura que en el año 1965 su producción supera a la de las faldas. Visionario y con gran talento, Yves Saint Laurent implantó el pantalón en el guardarropa de la mujer.
"Poco a poco hice un guardarropa calcado al del hombre. ¡No hay nada más hermoso que una mujer con un traje masculino, ya que toda su femeneidad entra en juego", decía Yves Saint Laurent, diseñador que en 1966 convierte el esmoquin, símbolo del poder masculino, en una pieza hiperfemenina.
En la década de los setenta, con la llegada de los vaqueros y el movimiento hippy, el pantalón abraza por igual a ambos sexos . "Hoy una mujer con pantalón, pelo corto y zapatos planos no se percibe como una travestida, sin embargo si un hombre que luce vestido y tacones, es un travesti", concluye la autora. Ironías de la vida.
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