El amor siempre es complicado. También confuso. Cualquier pequeña piedra en el camino parece una montaña para dos personas que se quieren y que tienen el convencimiento de que lo suyo es especial y eterno. En el caso del primer amor todo se eleva a la enésima potencia. Los jóvenes tienen ganas de comerse el mundo, prisa por devorarse y son capaces de cualquier locura para demostrarlo. Luego se darán cuenta de que, normalmente, esa primera historia no llega a buen puerto, que vendrán muchas más y que al final, nada es tan importante. Eso sí, el recuerdo de aquella época siempre quedará grabado con una mezcla de nostalgia y vergüenza ajena por la inocencia desatada.
Ese estado de fervor, de incomprensión y de descubrimiento es el que quiere describir Carmen y Lola, la segunda película española presente en la quincena de los realizadores de Cannes. El problema para estas dos adolescentes es que no sólo son mujeres que descubren que les atraen las personas del mismo sexo, sino que lo hacen en un contexto con todo en contra, ya que son gitanas. La ópera prima de Arantxa Echevarría es una valiente aproximación a los prejuicios, a la juventud y a la cultura gitana, a la que afirma que se quiso acercar con todo el respeto posible.
La película, sin grandes nombres en su producción, ha logrado el hito de ser escogida para participar en el festival de cine más importante del mundo. Una oportunidad única para conocer una historia que desprende honestidad y verdad, cero postureo, y que tiene detrás una voz a la que habrá que escuchar en el futuro, la de una directora que debuta con 49 años tras una vida en el corto y en el documental. EL ESPAÑOL habló con ella pocos días antes de llegar a Cannes, pero ya con los nervios a flor de piel.
Debuta en la dirección con 49 años, algo que en el cine se considera tarde, ¿a qué se ha debido?
Yo creo que ha sido el momento justo. Antes tenía mucho pudor, y además cuando yo empecé era mucho más difícil porque todavía había soporte fotoquímico y hacer un corto valía un dineral, además no había muchas mujeres directoras. Yo empecé de meritoria, luego de auxiliar, de ayudante de dirección… y la gente me decía, joe, si siempre has querido ser directora, haz la tuya. Y tenían razón, pero no lo hacía por miedo a enfrentarme a uno de mis sueños. Empecé a rodar y he hecho ocho cortos y varios documentales, publicidad.. y el largo era algo que lo necesitaba, porque los cortos ya me duraban 25 minutos, se me quedaban cortos.
¿Ha costado mucho levantar un proyecto tan arriesgado?
Sí que ha costado bastante. Es una película bastante bizarra. Tú vas a una tele con una historia de amor de dos gitanas lesbianas y te miran y te dicen: ahí está la puerta, ya te puedes ir yendo. No era fácil, pero tuvimos la inmensa suerte de presentarla al concurso de guion de la SGAE donde conseguimos una mención de honor y tuvimos la ayuda selectiva del ICAA.
¿Cuál es el origen de Carmen y Lola, la historia de amor o contar qué ocurre en una comunidad gitana?
El inicio es la historia de amor. Todo el mundo se acuerda del primer amor, es muy universal. Te pilla en la adolescencia, tu cuerpo cambia, te estás buscando, eres el más inseguro del mundo y en ese momento tan dramático es especial. El mío fue una persona sin experiencia y fue un juego una búsqueda, y fue muy bonito encontrar un cuerpo y ver que si toco aquí pasa esto… ese recuerdo tan bonito de pensar que es para siempre, aunque luego no lo sea, pero esa sensación tan de verdad no la he vuelto a sentir jamás.
En España ha desaparecido el cine social, sólo hay pijos haciendo cine. Me llama la atención porque es que hacíamos un cine social brutal, yo vengo de Saura
¿Y el que fueran dos gitanas cómo vino?
Vino después. Quería dos adolescentes, y vi un documental sobre un matrimonio de chicas gitanas que se casaron en 2009. La ley llevaba cinco años ya, pero no había noticias sobre eso. Ellas salían de espaldas y con nombres anónimos, no fue nadie a su boda. Y me dije, si el primera amor es tan difícil, cómo habrá sido para ellas. Quería hablar de una mujer, porque el cine es una forma de dar altavoz ha muchas cosas sociales que no se denuncian, y quería que cuando se viera una película mía se reflexionara, porque para los thrillers que compran las televisiones ya están las privadas.
Es verdad que parece que ha desaparecido ese cine social que tan bien se hacía en España.
Es que ha desaparecido el cine social, sólo hay pijos haciendo cine. Me llama la atención porque es que hacíamos un cine social brutal, yo vengo de Saura, donde había una realidad muy gorda, y ahora pasan cosas que te dan ganas de escribir 200 guiones, pero ha desaparecido ese cine social.
¿Cómo encuentra a dos protagonistas gitanas que quieran dar vida a dos personajes tan complejos?
Con muchísima dificultad. Fueron seis meses de cásting. Yo me iba a los mercados, a hablar con las chicas en los mercadillos, a ver si no las importaba venirse al centro social a hacer el cásting. Me eché a las calles a buscarlas, porque tener a un payo que hiciera el papel sería una ridiculez. Y eran dos papeles tan lejanos a su realidad… ellas no son lesbianas, mi sueño dorado es que lo hubieran sido, pero sólo logré contactar con 15 gitanas lesbianas a través de chats y ninguna se atrevió porque se exponían. Me contaban su vida, pero me decían que no contara su nombre, ni que las marcara. Para ellas es una marca, así que, que estas dos actrices se prestaran a hacer de gays es el mayor de los regalos, tienen muchos ovarios.
Los payos les hemos hundido la vida como minoría, les hemos ninguneado. Hasta hace poco en la RAE la palabra gitanos era sinónimo de ladrón
¿Tuvo miedo a caer en los estereotipos?
A Carmen me la imaginaba guapa, muy femenina, muy el estereotipo payo que tenemos, y ya me están dando canela fina con eso, porque es que los payos les hemos hundido la vida como minoría, les hemos ninguneado. Hasta hace poco en la RAE la palabra gitanos era sinónimo de ladrón. Así que me pondrán a caldo y lo respeto y lo entiendo, pero espero que a vean y piensen que está hecha desde el mayor de los respetos y el pudor. Quería que se vieran y dijeran: esta es nuestra vida, está contada bien y no hay un intrusismo generalista.
Es escalofriante el retrato del joven gitano, que es igual o más machista que sus mayores.
Pero es que no es el ‘chico joven gitano’, porque este chico podía ser una chaval del extrarradio o un miembro de La Manada. Hay un nuevo millenial que me da un poco de miedo, porque el respeto hacia la mujer y hacia la igualdad va muy cercano a la cultura y a la educación, y estamos en una época en la que la cultura y la educación no están llegando a la juventud. No llego porque se tragan lo que le ponen en la tele, y toda la música reggaeton que es machista y terrible.
Las dos protagonistas sufren la intolerancia doblemente: por ser mujeres y por ser lesbianas.
Es que ellas son invisibles, y eso es terrible. No poder decir tu opción sexual y ocultarla es terrible, porque es negarte a ti mismo, y eso es muy doloroso y muy terrible. Y estas chicas, o un transgénero en un pueblo pequeño, no tienen referentes, y eso es lo peor que les puede pasar, porque una chavala de Nueva York tiene a Ellen Degeneres, pero la gente de esos lugares no, y están muy solos, y la lucha es contra tu padre o tu madre, que son lo que más quieres y ellos te quieren, por eso les quieren defender del qué dirán, y eso ocurre en la sociedad gitana y en la paya.
La película también tiene una crítica a la posición de la iglesia en la homosexualidad.
A mí es lo que más miedo me da de todo esto, porque es la iglesia evangelista, que viene de EEUU y de sudamérica, y en el culto ya separan a los hombres y a las mujeres, y sobre la homosexualidad directamente piensan que tienes un demonio dentro, que es pecado, y eso es un estigma muy grande. A los gitanos el culto les ha ayudado mucho, les ha dado trabajo, les ha sacado de problemas, y para ellos es reconfortante. Lo que se dice en la película, que le dice la pastora a Lola, de ¿crees también que es amor lo que siente un hombre por una niña de cuatro años?, me lo dijeron a mí, y yo le dije que si dios existe no puede estar en contra de un sentimiento tan puro y tan hermoso como el del amor entre dos personas del mismo sexo.
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