Autor: Fausto Dután. Coordinador del CRC. Arcilla Libertaria. Ex. Dirigente Sindical y Ex. Director del Seguro Social Campesino.
El sistema capitalista imperante, atraviesa una larga y dura crisis, con permanentes salvavidas o bombas de oxigeno que le permiten continuar existiendo, para ello establece remozados mecanismos de acumulación y control político para impedir que nadie rebase los límites establecidos o que pongan en riesgo su existencia. De esta forma, el “sistema democrático” reducido a la participación electoral, no es ningún obstáculo para que el Estado siga siendo el garante de la acumulación de riqueza de un reducido grupo de personas, muchas de ellas, en lugar de crear riqueza produciendo bienes y trabajo han elegido el camino del enriquecimiento fácil con la corrupción ligada al narcotráfico, a los paraísos fiscales y a la especulación financiera.
La Constitución de Montecristi, que tiene como ejes fundamentales la garantía de derechos y la participación del pueblo, encuentra dificultades por la existencia de una maraña legal, que la contradice, así como por el poder real que aún ejercen los grupos de económicos, que manejan el poder político, ideológico, y mediático en la sociedad; de manera especial, el capital financiero tiene un crecimiento desmedido, contrario a lo que ocurre con los demás sectores de la sociedad que atraviesen una dura crisis, especialmente por factores exógenos como la reducción del precio del petróleo, la apreciación del dólar y las catástrofes naturales.
Estamos conscientes que en estas condiciones, la única posibilidad de cambiar las reglas del juego de este inequitativo e injusto sistema está dada en el cambio de la correlación de fuerzas, con la organización y movilización popular en defensa del programa revolucionario que apunte a la redistribución y democratización de la riqueza y la participación directa en el ejercicio del poder por parte del pueblo organizado. Sin embargo, evidenciamos que los pasos emprendidos son débiles y no contamos con una estructura política sólida - no solamente electoral - ni con un movimiento de masas con organización y conciencia política, dispuesta a disputar el poder real.
El camino emprendido hace diez años bajo el liderazgo de Rafael Correa, ha permitido el fortalecimiento institucional, la realización de grandes obras de infraestructura para modernizar el país, la dignificación de los ecuatorianos que elevamos la autoestima, la defensa de la dignidad y soberanía como nación, el apoyo a la integración de los pueblos latinoamericanos, las reivindicaciones sociales en beneficio de las mayorías y el fortalecimiento de áreas fundamentales como educación, salud, seguridad social entre otras, pese a las adversas condiciones económicas y naturales de los últimos años y a la tenaz oposición de la ultraderecha a través de sus voceros y los medios de comunicación, son huellas que heredamos y que debemos continuar.
El triunfo electoral del 2 de abril en la segunda vuelta nos deja varias lecciones que deben ser tomadas en cuenta y nos brinda una oportunidad para rectificar y enmendar, partiendo de una autocrítica responsable que nos permita radicalizar la revolución ciudadana, sin volver al oprobioso pasado. Si no entendemos este mandato, simplemente seremos los responsables de una nueva tragedia y frustración de los sueños y esperanzas del pueblo, gestadas a lo largo de su historia.
Consideramos que las contradicciones que se expresan al interior del Gobierno y del Movimiento PAIS no son solo de forma ni estilo personal, sino un reacomodamiento y disputa por la hegemonía en el poder de sectores económicos, que pretenden utilizar a las bases populares con el grave riesgo de su fraccionamiento.
El pueblo votó por un programa de cambio, que atienda sus necesidades básicas, que tenga acceso a fuentes de empleo, que se respete su derecho a participar e incidir en las políticas públicas, que combata la corrupción y se preserven nuestros recursos naturales y los derechos de la naturaleza. Nuestros mandatarios están obligados a cumplir con este programa, que constituyen líneas rojas que no se pueden desconocer y que forman parte de la década ganada, caso contrario la historia sabrá juzgar a quienes por defender sus mezquinos intereses, le hacen el juego a la estrategia imperial y a la derecha que pretende pescar a rio revuelto para volver al pasado antidemocrático y explotador.
La lucha contra la corrupción no debe servir para expiar culpas ni vendettas de orden político, partamos que la corrupción es inherente al sistema capitalista que la legaliza o legitima, por lo mismo nuestra lucha no debe circunscribirse exclusivamente al caso Odebrecht, sino transparentar toda la información y descubrir y sancionar a todos los corruptos, sin contemplación de su linaje, adherencia política o amistad.
Nuestra lealtad es con los principios de la revolución ciudadana y sobre todo con el pueblo, con esta bandera debemos movilizarnos y transformar el diálogo convocado en un espacio de unidad, denuncia y fortalecimiento organizativo.
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