Los últimos de Filipinas
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Los últimos de Filipinas

La historia de como unos valientes se mantuvieron firmes por defender el orgullo que le quedaba a su decadente patria.

29 feb 2016


Finales del siglo XIX, La situación exterior española en estos años era completamente desastrosa. A comienzos de esta centuria, España había perdido sus extensas posesiones en el conteniente americano, pero todavía conservaba algunos enclaves en el Caribe, Cuba y Puerto Rico y en el Pacífico, las islas Filipinas y Guam.

La debilidad hispánica era más que manifiesta, y esto no pasó desapercibido para una de las potencias emergentes en estos años, y que quería extender aún más sus fronteras a costa del agónico Imperio Español, nos referimos a los Estados Unidos de América.

EE.UU acababa de finalizar su conquista del Salvaje Oeste, llegando a las costas del Pacífico a fines del siglo XIX, por lo que estaba listo para expandirse más allá de sus fronteras naturales. Inmediatamente se fijó en dos zonas muy cercanas a sus tierras, con un gran potencial comercial, el mar Caribe y el Sudeste Asiático, y en ambas estaban presentes los españoles.

Los EE.UU conocían la mala salud de España, con una perpetua crisis social, económica y política que el sistema de la Restauración solo había logrado enmascarar.  Por este motivo se centraron desde el último tercio del siglo XIX en hacerse con el control económico de las islas españolas, sobre todo de Cuba, con la adquisición de fábricas y tierras azucareras.

Con el aumento de la presencia estadounidense en las islas, solo era cuestión de tiempo que los norteamericanos se involucraran en los asuntos internos de las colonias españolas para buscar su propio beneficio. La excusa se les presentó con una de las innumerables rebeliones que estallaban en los dominios hispanos, que tenían como objetivo la independencia.

 

Centrándonos en el caso filipinolos movimientos insurgentes comenzaron en el último tercio del siglo XIX, pero no sería hasta la década de los 90 cuando adquirieron tintes de rebelión. En estos años se forma la sociedad secreta de influencia masónica, Katipunan, por Andrés Bonifacio. Esta sociedad tenía como objetivo conseguir la independencia del archipiélago del dominio español.

Katipunan tuvo un papel muy destacado en la rebelión que estalló en 1896. Una facción de este grupo, los magdalo, monopolizaron la sociedad y lograron expulsar a Bonifacio, proclamando a Emilio Aguinaldo como jefe, que más tarde se convertiría en el primer presidente de la República de Filipinas.

En este contexto interno en Filipinas, comienza la guerra hispano-estadounidense en Cuba, en abril de 1898, con el hundimiento del acorazado estadounidense Maine. Inmediatamente las fuerzas estadounidenses se dirigen a las Filipinas, infligiendo una dura derrota a la Armada española del Almirante Montojo en Cavite. Los españoles firmaron la rendición a los EE.UU el 10 de diciembre de 1898 con el Tratado de París.

Con el estallido de la guerra en Filipinas en 1896, Aguinaldo y sus hombres intensifican los ataques a las fuerzas españolas. Una de las zonas que atacan los insurgentes será el pueblo de Baler, en la isla de Luzón, cercano a la capital del archipiélago, Manila.

 

En un intento por controlar la zona, las autoridades españolas envían continuamente destacamentos de pocos soldados, unos 50 hombres, que generalmente son atacados y derrotados. Uno de estos destacamentos, el 2º de Cazadores, se acabará convirtiendo en los héroes de Baler, por su tenaz resistencia durante casi un año.

 

 

 

Nada más llegar al pueblo, los españoles se dan cuenta de que el mejor edificio donde acuartelarse es la iglesia, por ser el lugar más sólido y seguro de la zona. Los primeros días en Baler son de una tranquilidad tensa. Los españoles se preparan para la lucha, acondicionando la iglesia para la defensa, reuniendo allí  alimentos y municiones. Los rebeldes filipinos llegan a Baler el 27 de julio de 1898.

El sitio de Baler durará 337 días, en los cuales los filipinos atacarán continuamente a los españoles, fracasando en todos sus intentos, a pesar de contar con cañones trasladados desde Manila, capital de la nueva República. Por otro lado se envían continuamente mensajeros ofreciendo la paz a los españoles, cosa que estos rechazan continuamente, aunque España se había rendido oficialmente en diciembre de 1898.

A las dificultades típicas del asedio, falta de alimentos o municiones, se sumó la aparición de una enfermedad tropical que diezmó a los españoles, el ber-iberi. Esta enfermedad acabará con el jefe del destacamento, el capitán Enrique de las Morenas, y con el teniente Juan Alfonso Zayas, quedando al mando de la tropa el teniente Saturnino Martín Cerezo.

Con esta situación en Baler, comienza la guerra entre los filipinos, que luchaban por su independencia, y los estadounidenses, que habían comprado la isla a los españoles por 20 millones de dólares en el Tratado de París. Los estadounidenses intentan liberar a los españoles, pero  acabó en un completo desastre.

 

Finalmente el teniente Martín Cerezo recibe noticias reales sobre la rendición de España, mediante un periódico de la época. Los españoles para rendirse, piden un trato honroso y que no sean considerados prisioneros de guerra, cosa que aceptan los filipinos. El 2 de junio de 1899, las tropas españolas abandonan la iglesia de Baler, entre la admiración de sus enemigos filipinos.

Para finalizar, estos “últimos de Filipinas” llegaran a Barcelona el primero de septiembre de 1899, entre el clamor popular por su gesta. Los honores que recibieron estos hombres fueron muchos, pero destaca el ofrecido por el primer presidente de la República de Filipinas, Aguinaldo, que decretó esto:

“Habiéndose hecho acreedoras a la admiración del mundo las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanzas de auxilio alguno, ha defendido su bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto a las virtudes militares e interpretando los sentimientos del ejército de esta República que bizarramente les ha combatido, a propuesta de mi Secretario de Guerra y de acuerdo con mi Consejo de Gobierno, vengo a disponer lo siguiente:

Artículo ÚnicoLos individuos de que se componen las expresadas fuerzas no serán considerados como prisioneros, sino, por el contrario, como amigos, y en consecuencia se les proveerá por la Capitanía General de los pases necesarios para que puedan regresar a su país. Dado en Tarlak a 30 de junio de 1899

El Presidente de la República, Emilio Aguinaldo”

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