Ayer, 13 de abril, la NBA dio un salto generacional, cambió para siempre para inaugurar un nuevo panteón que llevaba en obras desde el primer tercio de la temporada, cuando la estampida inicial del campeón pluscuamperfecto, Golden State Warriors, le elevó a un 24-0 que no solo era un récord en sí mismo: era la invitación a mirar a los ojos al récord de récords, a una inmortalidad que ahora pide a gritos otro anillo pero que puede desvincularse de él. Así de grande es lo que este equipo -único, maravilloso, poético- consumó con la ejecución sumarísima (125-104) de Memphis Grizzlies en su cubil del Oracle Arena: 73-9. Lo improbable, lo casi imposible. El material que alimentará libros, documentales e incontables artículos de prensa. Un nuevo canon de belleza, otra óptica con la que ver el mismo juego. El material del que están hechos los huesos del deporte, el de las historias que no olvidaremos nunca y de las que hablaremos siempre. 73-9: el nuevo patrón oro.
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