GOLPES DE SUERTE DE UN ESCRITOR PROFETICO
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GOLPES DE SUERTE DE UN ESCRITOR PROFETICO

El mundo de Gabriel García Marquez resulta ser apasionante; aquí una serie de aportes para precisar su actividad emprendedora.

LUIS ANGEL MUÑOZ | 24 abr 2018


     Publiqué unas reflexiones sobre el emprendimiento de los habitantes de Macondo narrado en Cien años de soledad. Eso motivó a que varios amigos  me pidiesen que refiriera algunas anécdotas  de  Gabriel García Márquez. Al sentarme frente al teclado la primera idea que me fluye es destacar que, además de percibirse en sus ficciones literarias, el emprendimiento también está presente en su biografía porque desde que nació  estuvo predestinado por cinco golpes de suerte que transformaron su vida. De tal forma que se  puede hacer una perfecta analogía entre las ficciones literarias que configuran  los  personajes  de  las historias  de Macondo y la vida real del creador de ese mundo mítico.

 

La suerte en su camino

 

      La vida de Gabriel García Márquez estuvo atravesada por  cinco golpes de suerte que determinaron se forjara ese gran  escritor que trascendió  en la inmortalidad. El primer golpe de suerte estuvo en el  haber nacido en un pueblo muy pobre de la costa Atlántica y ser hijo de un telegrafista que la  United Fruit Company trasladaba constantemente, circunstancia que obligó  a dejar el  niño  al cuidado de sus abuelos maternos, mientras él y su esposa laboraban en los campamentos de la compañía bananera, estableciéndose temporalmente en distintos pueblos según las cosechas para  exportar. En Aracataca su abuela le contaba al niño  los mitos y las leyendas del folclor caribeño, mientras   su abuelo, que era un veterano de la guerra “De los mil días”, le narraba los acontecimientos bélicos protagonizados entre liberales y conservadores.

 

      El  segundo golpe estuvo representado por la suerte de ganarse una beca  que lo obligó  a radicarse varios años mientras estudiaba el bachillerato en la distante Zipaquirá, cuyo liceo era uno de los pocos colegios oficiales que en Colombia contaba con una gran  biblioteca que conservaba las obras clásicas de la literatura universal y los poemas y las novelas  de los primeros escritores colombianos y latinoamericanos.

 

     El tercer golpe lo fraguó él mismo cuando siendo estudiante todavía asumió el difícil reto de participar en un concurso nacional de cuento convocado por el periódico El Espectador,  cuyo director quiso descubrir entre la juventud a quienes tuvieran vocación de escritores, pues su queja era que había una grave crisis en las letras colombianas.  Gabo ganó tal concurso con el cuento “La tercera resignación”, que le mereció titular en primera página, con la presentación del mismo Eduardo Zalamea anunciando  al  joven Gabriel García Márquez como promesa de   “la futura gloria de la literatura colombiana”. 

 

      El cuarto golpe de suerte, paradójicamente, estuvo representado por el Bogotazo de 1948, ya que al cerrarse la Universidad Nacional el joven halló la justificación para no seguir acatando la orden  de  su padre de adelantar  estudios de derecho. De no haber sucedido, tal vez García Márquez no hubiese pasado de ser un simple abogado absorbido por los litigios judiciales. Desde el 9 de abril de 1948, cuando asesinaron a Jorge Eliecer Gaitán,  líder popular candidato mayoritario a la Presidencia, Bogotá ardió en llamas y destrucción.  La pensión del hotelito donde vivía el joven García Márquez  fue destruida y él quedó a la intemperie.  Esto lo obligó a regresar a la costa y a abandonar su carrera de derecho en el segundo semestre ya que la Universidad Nacional fue cerrada por un tiempo.  Gabo halló razones válidas para desacatar el deseo de su padre y su decisión le permitió enrolarse en Barranquilla con los intelectuales que se reunían en el café La Cueva y después  brillar como  cronista y columnista en los diarios El Heraldo de Barranquilla, El Universal de Cartagena y El Espectador de Bogotá.

 

     El quinto golpe de suerte, estuvo representado por el cierre del periódico Espectador por parte de la Junta Militar de Gustavo Rojas Pinilla.  García Márquez no  continuó  en el oficio de corresponsal de prensa en París, ya que el periódico no pudo seguir girándole.  Empezaron a propiciarse las circunstancias  para  forjar  su  sueño de  incursionar de tiempo completo en el  mundo de la literatura y  como profesional vivir de los derechos de autor.  El diario capitalino era fuerte opositor a la represión desatada por la Junta Militar en el poder, osadía que provocó la orden de  cierre  por parte del Gobierno.  Al no circular el diario era imposible mantener a su corresponsal estrella en Paris.  García Márquez decidió abandonar el periodismo para dedicarse a la literatura y entonces escribió La hojarasca, La Mala hora y El coronel no tiene quién le escriba.

 

    Sólo un emprendedor  vencería  las barreras de la pobreza,  lograría  adelantar sus estudios becado, conocer la producción literaria universal, escribir su primer cuento, abandonar la que consideraba una detestable carrera universitaria, destacarse en el periodismo  y al fin cumplir la vocación que más le gustaba: ser escritor.

 

Profecías del encantador con la palabra

 

     Otra faceta  a destacar, es que  Cien años de soledad, la obra cumbre  de García Márquez,   está cargada  de  narraciones proféticas. Sólo a Gabo  se le ocurriría,   hace medio siglo,  narrar que el joven José Arcadio Buendía mucho tiempo después de escaparse con los gitanos regresaba a Macondo con el cuerpo totalmente tatuado. En 1967,   sólo los marineros exhibían en su  brazo un ancla tatuada y, los reclusos,  en la comisura entre  sus dedos pulgar e índice se marcaban iniciales como  señal de respeto en la cárcel.  Narrarlo  hoy no tendría  ninguna gracia porque el tatuarse es una moda social, pero hacerlo  en otrora arriesgaba a cualquier  novelista a incurrir  en charlatanería.  Gabo lo escribió proféticamente en Cien años de soledad.

 

     Otra narración  profética es la que refiere  la anécdota  del alcalde conservador de Macondo, Apolinar Moscote,   conversando con su yerno Aureliano Buendía y que  señala cómo  los liberales eran  masones y partidarios  de la igualdad de los hijos, legítimos y bastardos, ante la ley de sucesiones.  Tal episodio novelístico se anticipó proféticamente en el tiempo, pues  quince años después,  en 1982,   el Congreso de la República aprobó mediante una ley  la premonición  de Gabo, es decir la igualdad de derechos entre los hijos legítimos y los hijos naturales. 

 

    En 1967, eran todavía incipientes las comunicaciones, que sólo pocos colombianos disponían de teléfono fijo en su casa,  sin embargo,  José Arcadio Buendía le argumentaba a Úrsula Iguarán que llegaría el día que desde Macondo se comunicarían al instante con cualquier lugar del mundo. Pasaron  tres décadas para que la Internet,  los celulares, el WhatsApp y las redes sociales  confirmaran otra de las  profecías de Gabo. 

 

    Un profesor de Castellano, aquí me refiero a otra profecía garciamarquiana,   hace un año me comentó que mientras leía en clase la página de la novela donde se narra la entrega de las armas y  la firma de paz en Neerlandia, entre Aureliano Buendía, a nombre de los rebeldes, y los delegados oficiales; inesperadamente  un ingenioso estudiante levantó la mano para preguntarle si eso lo estaba leyendo en una noticia de un recorte de  prensa que guardaba entre las páginas del libro. El profesor le señaló que lo narrado en Cien años de soledad,  se estaba cumpliendo al pie de la letra entre los guerrilleros de las FARC y el Gobierno de Juan Manuel Santos.  

 

       Pero, como la principal intención de este texto es dar a conocer anécdotas de la vida de Gabo, entonces continuemos con lo prometido.    Entre los golpes de suerte que favorecieron a García Márquez, ¿en cuál de las anécdotas se evidencia el momento que  nació el emprendedor?  Volvamos al segundo golpe de suerte para descubrir la primera actitud emprendedora del niño Gabriel.

 

Gabito, ejemplo vivo de emprendimiento

 

    Desde chico demostró su innato  espíritu  emprendedor. El  adolescente que jamás había   salido de Aracataca,  afrontó el reto de tener que  viajar sólo en tren hasta  Bogotá.  No viajó  timorato entre los extraños, sino que por el contrario se animó a alegrar a los pasajeros cantando  vallenatos para ganarse algunas monedas. Su padre lo había enviado con escasos pesos a Bogotá donde supuestamente le darían una beca para hacer el bachillerato, olvidando que en la capital sólo estudiaban becados los hijos de los políticos. Uno de los pasajeros  era el  jefe de becas que abordó el tren  en el pueblo más próximo a la capital y se encantó con el estilo juglar del muchacho. Al otro día el funcionario cuando  lo reconoció esperando turno  en su  oficina,  alistándose para la entrevista,  quiso compensar al  muchacho por deleitarlo en el tren,  autorizándole la beca  con orden de matrícula para  el Liceo de Zipaquirá. Si la distancia entre Aracataca y Zipaquirá  le determinan tener que quedarse los fines de semana en el lugar, tal vez el muchacho no hubiese hallado el camino apropiado  que le despejaría la ruta hacia su destino de escritor. Todo escritor antes de serlo, tiene  que vivir una meritoria  etapa de buen lector. El rector Carlos Martín, atendiendo su petición le permitió  apersonarse de la  organización y la clasificación  de los libros en  los anaqueles.  Los fines de semana le  entregaba las llaves de la gran biblioteca del colegio y así Gabito placenteramente pudo leer los clásico de la literatura universal, que lo fundamentarían  para incursionar brillantemente en las letras en un futuro próximo.   Cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en 1982, atendiendo  una de las entrevistas que le hizo la prensa mundial, García Márquez  respondió que quién lo guió por la historia de la literatura y le enseñó a criticar las obras, fue su profesor de Lenguaje, Carlos Julio Calderón Hermida. Al cumplirse el cuarto aniversario del fallecimiento de Gabriel García Márquez, el mejor homenaje que podemos tributarle a su memoria, será  asumir  el compromiso de emular a su maestro Carlos Julio Calderón Hermida. ¡Gabo vive!

 

Lic.  LUIS ANGEL MUÑOZ

DOCENTE LITERATURA Y CASTELLANO

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