En el caso de España el proceso de secularización es algo relativo, un 73% de la población se considera católico, sin embargo actualmente ésta población se considera poco practicante. El 58% que se definen como creyentes dice no ir a misa o a otros oficios religiosos nunca o casi nunca, y el 16% dice ir varias veces al año; mientras el 13% acude a oficios religiosos casi todos los domingos, y el 2% que va varias veces a la semana, según datos del Centro de Investigaciones Sociológicas en 2013.
Ante todo esto no hay que olvidar que España es el cuarto país con más ancianos del planeta, donde más del 37% de la población es mayor de 65 años, por tanto tiene una “cultura religiosa” más prevalecida que otros sectores de la población. Además, en España estas instituciones de carácter religioso se encuentran inscritas en el Registro de entidades religiosas del Ministerio de Justicia; organismo ligado al gobierno español lo que hace que la religión siga presente en varios ámbitos sociales como es la educación.
Claro que mundialmente, la relación entre las sociedades occidentales y la Iglesia no ha sido cortada de plano por esas ideas iluministas. Por el contrario, las independencias religiosas que fueron estableciéndose en los distintos países pudieron cambiar los paradigmas económicos y políticos, pero, en general, se sostuvo a la Iglesia Católica dentro de un lugar de preeminencia con respecto a las demás religiones, en detrimento del ateísmo.
En prácticamente todos los países occidentales el Estado entrega cierto sostenimiento económico a la Iglesia, y en muchos de ellos adopta una religión propia para la nación. Los numerosos movimientos que exigen el fin de esos privilegios creen en una secularización verdadera, que ocurrirá solo en la medida que el Estado no se inmiscuya en la religión de los individuos, sin que esto implique la prohibición de las manifestaciones religiosas.
En otras zonas del mundo, como India o Medio Oriente, la relación entre religión y Estado todavía es más íntima
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