LA RESTAURACIÓN DE RÍOS Y LAGOS
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LA RESTAURACIÓN DE RÍOS Y LAGOS

El pri­mer con­tac­to cer­ca­no que tu­ve con un río fue al cru­zar el Pá­nu­co en el fa­mo­so “cha­lán”, que es un ti­po de pan­ga que cru­za ca­rros y per­so­nas de Ma­ta Re­don­da, Ve­ra­cruz, ha­cia Tam­pi­co, Ta­mau­li­pas.

LUIS ZAMBRANO | 22 may 2018


Luis Zambrano

ROSALES CENTENO URIEL

 

 

To­dos los años cru­za­ba el Pá­nu­co al me­nos dos ve­ces en la bús­que­da de va­ca­cio­nes en ca­sa de mis abue­los. A fi­na­les de los ochen­tas el puen­te Tam­pi­co le dio con­ti­nui­dad a la ca­rre­te­ra cos­te­ra del Gol­fo, sus­ti­tu­yen­do al fa­mo­so y tar­da­do cha­lán. Lo ele­va­do de es­te puen­te ha­cía que el río se vie­ra a unos cien me­tros de dis­tan­cia. A pe­sar de que lo cru­cé múl­ti­ples ve­ces ten­go po­cas imá­ge­nes del río en la me­mo­ria, de su co­lor, sus olas y de la ve­ge­ta­ción que lo ro­dea­ba; mi re­cuer­do del río se ba­sa más bien en lo an­cho y lo tar­da­do que era cru­zar­lo. Con­tras­ta con los re­cuer­dos pre­ci­sos que ten­go tan­to del cha­lán co­mo del puen­te. Es­to se de­be a que na­die me en­se­ñó, co­mo a mu­chos me­xi­ca­nos, a ver los ríos y los la­gos co­mo in­te­re­san­tes sis­te­mas que se pue­den de­gra­dar y que hay que cui­dar. Yo veía al río co­mo a las ca­rre­te­ras: al­go que hay que cru­zar pa­ra lle­gar a la me­ta fi­nal. Qui­zá mi apre­cia­ción so­bre el río hu­bie­ra si­do otra si me hu­bie­ra en­te­ra­do que el Pá­nu­co es­tá en una cuen­ca que se ca­rac­te­ri­za por ser de las que tie­nen una ma­yor di­ver­si­dad de pe­ces dul­cea­cuí­co­las del país.

La vi­sión em­pí­ri­ca que ge­ne­ra la pa­la­bra res­tau­ra­ción su­gie­re el sig­ni­fi­ca­do de re­ver­tir los da­ños pro­du­ci­dos a un eco­sis­te­ma, de­ján­do­lo exac­ta­men­te igual a co­mo es­ta­ba an­tes de la per­tur­ba­ción. Es­ta vi­sión de­ja el con­cep­to vir­tual­men­te en la uto­pía, pues­to que la ma­yo­ría de los da­ños que cau­san las per­tur­ba­cio­nes son irre­ver­si­bles. Tal es el ca­so de la ex­tin­ción de uno o va­rios or­ga­nis­mos o los cam­bios drás­ti­cos en la geo­gra­fía o geo­lo­gía de la re­gión. Otro pro­ble­ma de es­ta vi­sión em­pí­ri­ca de la res­tau­ra­ción es que asu­me que la su­ce­sión eco­ló­gi­ca cuen­ta con una so­la di­rec­ción que lle­ga a un úni­co clí­max. Co­mo con­se­cuen­cia, si el sis­te­ma de­ja de ser per­tur­ba­do vol­ve­rá a su es­ta­do “na­tu­ral”. En la gran ma­yo­ría de las oca­sio­nes es­to no es cier­to. Si se de­ja de per­tur­bar un sis­te­ma és­te po­dría vol­ver a un es­ta­do si­mi­lar al pre­vio a la per­tur­ba­ción, pe­ro mu­chas ve­ces pro­du­ce otro ti­po de sis­te­ma muy di­fe­ren­te al ori­gi­nal e in­clu­so se que­da co­mo si se si­guie­ra per­tur­ban­do, lo cual pa­sa mu­cho en la­gos.Un ter­cer pro­ble­ma de es­ta vi­sión em­pí­ri­ca es la nu­la in­for­ma­ción eco­ló­gi­ca que sue­le te­ner­se del sis­te­ma an­tes de la per­tur­ba­ción. Es­to ha­ce im­po­si­ble el res­tau­rar­lo pues­to que no se sa­be co­mo era an­tes. Un ejem­plo de es­te pro­ble­ma es el que su­fren los res­tau­ra­do­res de los Ever­gla­des en Flo­ri­da.

 

 

 

 

 

 

 

 

Mi per­cep­ción tam­bién hu­bie­ra si­do di­fe­ren­te si me hu­bie­ran di­cho que es­ta mis­ma cuen­ca, co­mo mu­chas otras ha­bi­ta­das en el país, cuen­ta con al­tos ín­di­ces de con­ta­mi­na­ción en el agua y que a es­te efec­to se le su­man las al­tas ta­sas de asol­va­mien­to, de­se­ca­ción, so­bre­ex­plo­ta­ción de or­ga­nis­mos y el efec­to de es­pe­cies exó­ti­cas in­tro­du­ci­das. El Pá­nu­co no es el úni­co en es­tas con­di­cio­nes; prác­ti­ca­men­te to­dos los ríos y la­gos, pe­que­ños o gran­des, es­tán muy de­te­rio­ra­dos por to­dos o al­gu­no de los ma­les arri­ba men­cio­na­dos. Las con­se­cuen­cias de es­te de­te­rio­ro pue­den ser muy gra­ves: re­duc­ción de la di­ver­si­dad acuá­ti­ca, im­po­si­bi­li­dad de uti­li­za­ción del agua, pro­ble­mas de sa­lud y pér­di­da par­cial o to­tal del cuer­po de agua.
 
De­cir que los ríos y los la­gos es­tán com­ple­ta­men­te de­te­rio­ra­dos es un lu­gar co­mún. Tam­bién lo es el de­cir que hay que ha­cer es­fuer­zos des­co­mu­na­les pa­ra res­tau­rar­los. Pe­ro, ¿qué sig­ni­fi­ca la res­tau­ra­ción?, ¿cuán­to se tar­da lle­var­la a ca­bo y cuá­les son los cos­tos de po­ner­la en prác­ti­ca?
 
El con­cep­to de res­tau­ra­ción es re­la­ti­va­men­te nue­vo, por lo que to­da­vía ado­le­ce del mis­mo pro­ble­ma que to­dos los con­cep­tos en bio­lo­gía su­fren du­ran­te sus pri­me­ros años: to­do el mun­do ha­bla de ellos pe­ro na­die tie­ne una vi­sión só­li­da de lo que sig­ni­fi­can. Por lo cual ca­da quien se ha­ce una idea di­fe­ren­te del con­cep­to. Es­to dis­mi­nu­ye la ca­pa­ci­dad de co­mu­ni­ca­ción y de­bi­li­ta los ar­gu­men­tos a fa­vor de la res­tau­ra­ción de al­gún sis­te­ma.

En los pri­me­ros pa­sos de las téc­ni­cas de res­tau­ra­ción de cuer­pos de agua se con­tem­pla­ban bá­si­ca­men­te fac­to­res li­ga­dos a la con­ta­mi­na­ción. Por lo tan­to, la gran ma­yo­ría de los es­fuer­zos es­tán de­di­ca­dos a dis­mi­nuir al­gu­nos quí­mi­cos di­suel­tos en el agua y can­ti­da­des de bac­te­rias pa­tó­ge­nas. Las plan­tas de tra­ta­mien­to que cap­tu­ran los quí­mi­cos da­ñi­nos y las bac­te­rias más agre­si­vas que los di­gie­ren se vol­vie­ron fun­da­men­ta­les pa­ra es­te ti­po de res­tau­ra­ción. De es­ta lí­nea de res­tau­ra­ción ha sur­gi­do una gran can­ti­dad de ti­pos de plan­tas de tra­ta­mien­to. La in­ge­nie­ría hi­dráu­li­ca ha de­sa­rro­lla­do des­de plan­tas pa­ra in­dus­trias y ciu­da­des, que son cos­to­sas de cons­truir y man­te­ner, has­ta plan­tas ti­po “há­ga­las us­ted mis­mo”, que sir­ven pri­mor­dial­men­te pa­ra con­tro­lar los de­se­chos de pe­que­ñas co­mu­ni­da­des ru­ra­les. Un ejem­plo de la for­ma en que se ha tra­ta­do de ata­car el pro­ble­ma de la con­ta­mi­na­ción en Mé­xi­co es el pro­gra­ma que se lle­vó a ca­bo du­ran­te el se­xe­nio pa­sa­do, el cual obli­ga­ba prác­ti­ca­men­te a to­dos los mu­ni­ci­pios de la cuen­ca del Ler­ma a po­ner plan­tas de tra­ta­mien­to en las co­mu­ni­da­des más gran­des.  
Con el pa­so de los años los res­tau­ra­do­res han lle­ga­do a la con­clu­sión de que de­pen­de de­ma­sia­do del ti­po de sis­te­ma y del ti­po de per­tur­ba­ción al en­fo­car­se en al­gu­no de los cua­tro fac­to­res arri­ba men­cio­na­dos. Es muy pro­ba­ble que en mu­chos de los ca­sos sea ne­ce­sa­rio ata­car dos, tres o las cua­tro ru­tas men­cio­na­das; y de su co­rrec­to ba­lan­ce de­pen­de­rá el éxi­to del pro­gra­ma de res­tau­ra­ción. La com­ple­ja tra­ma que se ma­ne­ja al tra­tar de res­tau­rar un río o un la­go no per­mi­te te­ner cer­te­za al­gu­na en el mo­men­to de apli­car un pro­gra­ma.

 

 

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