No conservamos ninguna imagen de Jesús. Nadie pintó su rostro. Desconocemos si era alto o bajo, grueso o delgado. Sabemos que murió ya en la madurez, según la esperanza de vida de su época. Puede que tuviera el pelo largo, si le aplicamos el calificativo de "nazir" a partir del adjetivo nazareno. O puede que lo tuviera corto, como era frecuente en la época para evitar parásitos. Es posible que Jesús tuviera barba porque eso sí era muy común entre los judíos no helenizados.
Sí poseemos algunos datos que hacen referencia a su carácter. Jesús era un hombre muy sensible que empatizaba fácilmente con todo el mundo. Trata con ternura a los niños y se siente a gusto en su compañía. Esta actitud entra en conflicto con el trato que se daba a los niños de aquella época porque no tenían ningún reconocimiento social hasta los 12 ó 13 años en que entraban en sociedad tras celebrar el Bar Mitzvá. Cuando había adultos reunidos, los niños no podían estar presentes porque entendían que sólo podían molestar. Por eso, cuando los apóstoles empiezan a espantarlos, Jesús les llama la atención y les dice que nunca más lo hagan, que sepan que deben dejarles acercarse a él. Jesús no dice que dejen a los niños estar cuando el enseña, dice que les dejen acercarse a él que es lo mismo que decir que los dejen estar a su lado.
Pero Jesús es también un hombre apasionado. Cuando alguien toca aquello que el considera muy importante puede reaccionar hasta con vehemencia como en el caso de la expulsión de los mercaderes del Templo. Es un hecho que el evangelio sitúa tras la entrada triunfal en Jerusalén. Jesús se dirige al Templo como haría habitualmente. Muchas veces habría visto el gentío en los días cercanos a la Pascua, como sucedió aquel día. Muchas veces habría visto los puestos de los mercaderes y cambistas que hacían sus negocios vendiendo los animales para los sacrificios o cambiando las monedas que traían aquellos que venían de otras partes del Imperio por las de curso legal en Judea. ¿Qué pudo pasar aquel día? No lo sabemos. El caso es que Jesús arremete contra los comerciantes, tira sus mesas y los echa a empujones del patio de los gentiles, que es donde estarían, echando en cara, no sólo a ellos, sino a todos los presentes que el Templo es una casa de oración.
También reaccionó con dureza para echar en cara la hipocresía de los escribas y fariseos. Demuestra que Jesús valora la sinceridad de las personas que se vaya a cara descubierta que no se obre por cumplimiento que no se carguen pesadas cargas sobre los hombros de la gente mientras ellos se fabrican su propia medida. Se dirige a ellos llamándoles "hipócritas", "raza de vívoras" o "sepulcros blanqueados".
Es un hombre valiente que no se calla, sobre todo cuando se pisotea la dignidad de las personas o cuando le quieren poner un trampa para pillarle. Es lo que sucedió un día que estaba en el Templo. Muchas veces iba allí no sólo para rezar, también para enseñar. Cuando estaba hablando a un grupo, le llevan a una mujer que había sido sorprendida en adulterio. En estos casos la ley era sumamente dura porque el castigo era la muerte por lapidación. Jesús conoce la Ley a la perfección y comprende la trampa. Si dice que no deben apedrearla, le acusarían de no cumplir la Ley y el apedreado también sería él. Jesús es un hombre sagaz y muy inteligente por lo que reacciona con tranquilidad. Sabe poner nerviosos a sus interlocutores: sin decir nada, se inclina sobre el suelo y empieza a juguetear con la tierra, hasta que se levanta y con mirada desafiante les dice que quien estuviera libre de pecado que lanzara el primero la piedra. Con la misma frialdad volvió a inclinarse y siguió jugando con la tierra. Al final sólo quedaron Jesús y la mujer. La mujer es una pecadora y Jesús lo sabe, pero a le interesa la persona, no lo que hace la persona porque quiere salvar, no condenar. Por eso su respuesta es: "ellos no te han condenado, pues yo tampoco. Vete y no vuelvas a pecar".
Sabemos también que Jesús valora la amistad. A sus amigos les muestra su cariño y no lo oculta delante de otros. Un día le avisan que su amigo Lázaro ha muerto que ya hace tres días que ha muerto. No puede dejar de ir a estar al lado de sus hermanas y darle el último adiós. Cuando llegan ante el sepulcro en donde lleva enterrado tres días, Jesús no puede evitarlo y llora. La gente que está cerca se da cuenta y no puede dejar de exclamar: "¡mirad como llora! ¡Cuánto lo quería!".
Quizás no tengamos un rostro que contemplar pero sí disponemos de actitudes que imitar porque, si algo tiene que tocar Jesús es nuestra vida. Seguirle no significa quedarnos prendados de su belleza y caminar tras él como abducidos. Seguirle significa seguir su ejemplo, ser como él.
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