El Imperio romano anda muy agitado en los últimos días. El emperador Augusto ha publicado un edicto obligando a todos sus habitantes a acudir a sus lugares de origen para empadronarse. Es necesario actualizar los datos existentes para poder organizar mucho mejor el cobro de los impuestos, tan necesarios para acometer las numerosas obras públicas en construcción y el pago a los soldados que velan por la seguridad de todos, fundamentalmente en las zonas de frontera más levantiscas, asediadas por pueblos que se oponen violentamente al dominio del emperador.
José y María, residentes en Nazaret se desplazan a Belén, ciudad de la que es oriundo José. Belén es una ciudad cercana a Jerusalén, no muy poblada, pero muy importante pues de aquí procede la casa del rey David. No está mal dotada de servicios de hospedaje, pero, con motivo del Edicto Imperial, ha sido tal la avalancha de gente que todo está saturado. Es imposible encontrar un rincón, ni una sola habitación que alquilar. Aunque José ha nacido en Belén, no tiene parientes cercanos residiendo en la localidad.
María y José se encuentran en una situación bastante comprometida porque ella, en el noveno mes de embarazo, ha empezado a sentir los dolores del parto y las contracciones comienzan a sucederse cada vez más deprisa. José vocea por las calles, pero nadie contesta. Corre a la desesperada golpeando las puertas de las casas sin ningún éxito. Su mujer no puede aguantar y grita de dolor. Por fin alguien abre la puerta y responde: "sólo tengo esto". Junto a la casa hay un pequeño establo acondicionado dentro de una pequeña cueva. En el interior hay animales, los más grandes una mula y un buey.
José rápidamente acondiciona el lugar. Hace un jergón con una pajas para que se recueste María. Enciende un fuego para conseguir un poco de calor en el interior. Aunque la noche no es fría, debe ser de primavera o principios del otoño, porque los pastores duermen a la intemperie cuidando los rebaños, es necesario caldear el interior húmedo y frío de la cueva. Con un pesebre, José, improvisa una cuna que cubre con unas sábanas que María, muy precavida, ha traído.
José hace lo que puede. Nunca a ayudado en un parto porque eso es cosa de mujeres, pero aquí también tiene que improvisar. Tranquiliza a María, la acaricia, la ayuda a respirar y, cuando llega el momento, interviene como un partero experimentado. Es el primero en ver el rostro de su niño, con cuidado se lo da a la madre que lo pone enseguida junto a su pecho. El niño calma su llanto al sentir el pezón junto a sus labios. María y José, más tranquilos contemplan a su hijo que se ha dormido en brazos de su madre.
Han pasado pocas horas y se oyen voces en el exterior. José se pone nervioso. Es ya de madrugada, pero no ha amanecido ¿Quién andará por ahí? Se asoma al exterior y, cuando los ojos se han hecho a la oscuridad, se sorprende: un grupo de hombres se acerca a la cueva. Son pastores que estaban durmiendo no muy lejos. Dicen que han escuchado la voz de alguien. Dicen que un ángel. Se acercan a la cueva porque les ha dicho acaba de nacer el Mesías. Ellos no se lo quieren perder. Puede que no sea verdad, pero llevan siglos esperando su venida. Ellos, pobres entre los pobres, pueden ser los primeros en contemplar su rostro. Quizás a partir de ahora dejen de ser tan pobres.
La noche oscura de Belén se ha llenado de luz. Como dice el profeta "un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado". "Luz para alumbrar a las naciones y gloria de nuestro pueblo, Israel".
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