Vivimos en una sociedad cada vez más indiferente del hecho religioso. Poco o nada interesa que tenga que ver con cualquiera de las religiones. Si cabe, hablando del catolicismo puede que interesen ciertos temas siempre y cuando ayuden a desprestigiarlo o creen sospecha. En medio de este panorama, puede que hablar sobre los evangelios pueda despertar cierto interés. Quizás porque también está envuelto en la polémica. Dos temas centran la atención de no pocos: su carácter histórico y el lugar que ocupan los evangelios apócrifos o, dicho de otro modo, la controversia evangelios canónicos-evangelios apócrifos.
Sabido es que Jesús no dejó ningún escrito. Sabemos que sabía escribir, porque sabía leer y en el relato de la mujer sorprendida en adulterio hay traducciones que dicen que "escribía en el suelo". Fueron sus seguidores los que pusieron por escrito distintos aspectos de su vida. Algunos autores convivieron con él y otros pertenecen a la segunda generación de cristianos. Desde muy pronto se empezó con este trabajo de poner por escrito la vida de Jesús, quizás para conservar sus palabras, evitar olvidos y evitar alteraciones del mensaje. Los especialistas sitúan el Evangelio de Marcos, compañero de Pablo, como el más temprano de todos, entre el año 60 y el 70, para algunos incluso antes. El más tardío, el de Juan entre el 90 y el 100.
Los evangelios han sido unos de los libros que más influencia han tenido en el pensamiento, la cultura y la vida de millones de personas. Y son muchas las preguntas que suscitan. Habrá gente que se acerque a ellos pensando que son la mejor biografía de Jesús. Ciertamente, los evangelios sueles empezar contándonos su vida comenzando por su nacimientos, siguiendo por su adolescencia y madurez y acabando con su muerte y resurrección. Sin embargo, a pesar de que éste es el desarrollo lógico en una biografía, en verdad no se escribieron así o los materiales que utilizaron siguieron un proceso inverso: se empezó por el final y se acabó por el principio. Es decir, primero se escribieron los relatos referidos a la pasión, muerte y resurrección, luego los relatos sobre la vida pública y, por último, los de la infancia. ¿Por qué se obró así? Porque para los primeros cristianos la muerte y la resurrección son los acontecimientos centrales de la vida de Jesús, el centro de la fe cristiana, lo que permite entender todo lo anterior. O sea, que la clave para entender el nacimiento de Jesús y toda su actividad pública está en su muerte y resurrección: que Jesús es el Hijo de Dios, que hace milagros, todo el mensaje que enseña.
Los evangelios no son una biografía, más bien interpretan la vida de Jesús desde la fe. Los evangelios son libros a los que nos debemos acercar preguntándonos por el mensaje de fe que nos queiren transmitir. No podemos acercarnos a ellos preguntando si las cosas sucedieron realmente así. Partir de este criterio es equivocado. No estamos ante libros históricos, sino religiosos. En ellos no prevalece la verdad histórica, sino el testimonio de fe. No importa si las cosas fueron así o no, importa el mensaje de fe. Desde este punto la pregunta antes que ser ¿esto es histórico? debe ser ¿esto es real? Lo histórico hace referencia a que los hechos narrados se corresponden tales cuales con los sucesos. Lo real hace referencia al fondo de verdad que hay en esos relatos. Si nos preguntamos: ¿Las apariciones del resucitado fueron así? La respuesta es que no podemos saberlo, los datos que tenemos son escasos y muchas veces contradictorios. Pero si la pregunta es ¿Es una realidad que Jesús resucitó? Ciertamente, la respuesta para quien tiene fe es sí. ¿Jesús multiplicó los panes y los peces? No podemos saberlo. ¿Jesús hizo milagros? la tradición nos dice que sí.
Evangelios canónicos o evangelios apócrifos. Verdad o mentira. Verdadero o falso. Los cuatro evangelios canónicos, Mateo, Marcos, Lucas y Juan reciben este nombre porque son los que forman parte del "canon" de las Escrituras. Esto quiere decir que son los que la Iglesia ha identificado después de un largo proceso como "libros inspirados", como "palabra de Dios". No ha sido ni capricho de unos pocos ni imposición. Llegar a determinar el canon de las Escrituras supuso y proceso largo en el que pesa la tradición de la Iglesia, pesa el estudio de los expertos. Los textos canónicos son los que mejor reflejan la fe de la Iglesia.
¿Quiere esto decir que los evangelios apócrifos no son importantes? Claro que lo son. Durante siglos los evangelios apócrifos estuvieron muy presentes, influyeron en la fe del pueblo y en el arte y la cultura. Que los Magos se llamen Melchor, Gaspar y Baltasar, que el niño Jesús hacía volar pajaritos de arcilla o que María Magdalena y Jesús tuvieron una aventura pertenece a los apócrifos. De entre todos los evangelios, los apócrifos son los textos más tardíos. Y respecto a su contenido son los que acuden más a lo extraordinario y maravilloso. Reflejan las tensiones que en esos momentos se daban en la Iglesia, por ejemplo el problema creado por las sectas gnósticas. Nunca estos evangelios estuvieron perseguidos ni ocultos porque formaron parte de la cultura popular. Fue el propio sentido común del pueblo cristiano el que entendió que en ellos no se reflejaba de manera adecuada el mensaje de la fe. Sin embargo estos textos nos sirven para ver cual era el ambiente en el que se movían las comunidades cristianas de los primeros siglos y qué ideas circulaban por la Iglesia.
Ante todo los evangelios son "buena noticia". Nos revelan en Jesús cuál es el sueño de Dios para la humanidad. Debemos acercarnos a ellos con "temor y temblor" sabiendo que es una palabra de vida, de sentido, de felicidad y realización plena, válida para los hombres y mujeres de todos los tiempos.
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