Anillos, vestidos elegantes, cadenas y hasta dientes de oro. Eran de los objetos más comunes que un hombre sustraía de las tumbas del Cementerio General de Guayaquil.
Eran el año 1930 aproximadamente cuando las amarillentas páginas de El Telégrafo, del 25 de marzo de 1941 lo revelaron todo.
Relata que el hecho salió a la luz cuando guayaquileños de alta posición económica se percataron que las pertenencias que sus parientes portaban al momento de su entierro estaban a la venta en locales del centro de la ciudad; por ejemplo relata, "un caballero vio que el valioso anillo con el que fue sepultado su padre estaba en venta en una joyería. Así mismo, una señora se admiró al ver colgado en una casa de compraventa el vestido de novia que le puso a la hija para el velatorio y con el que la sepultó".
Esas denuncias inquietaron a la policía hasta que hicieron un operativo, y el comemuerto fue encarcelado. También su familia, que se encargaban de limpiar los objetos y comercializarlos. Fausto Ramos asegura que este acontecimiento es uno de los más conocidos en la ciudad, por lo que su historia detallada se dará a conocer en un libro sobre cuentos de terror ecuatoriano que actualmente escribe y que será presentado a inicios del próximo año.
Redactado por: María José Morales
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