La manera en que clasificamos como peligroso, adictivo o relativamente benigno un producto, se basa en una intrincada intersección entre la química y las normas sociales. Por ejemplo, mientras el LSD está mal considerado en la sociedad, el alcohol, por el contrario, forma parte de muchas interacciones sociales adultas a pesar de ser responsable de miles de muertes cada año en todo el mundo.