Hablar de Ferrer Guardia es, primero, interrogarse sobre el reclamo recurrente del movimiento de la Escuela Moderna en círculos educativos. Es también revisar un modelo de intervención socioeducativa metodológicamente inseparable del compromiso político y del cambio social.
rincipios éticos como la idea de que los hombres son iguales por naturaleza o que el poder es per se corruptor conducen, en el anarquismo, a considerar que el Estado, como fuente de poder y de autoridad, debe ser fiscalizado o neutralizado, si no suprimido, con medios apropiados; aunque ya ninguna corriente anarquista seria cree hoy en día en la idea, desmentida por la historia, de la desactivación automática y directa (como consecuencia del «acto» revolucionario) de la fuerza coactiva del Estado.
La sociedad libertaria será como un fruto maduro de la espontaneidad revolucionaria del pueblo, que llevará a la superación de la propiedad privada en aras de la felicidad colectiva y del interés público. La conducción a buen puerto de este comunismo libertario viene asegurada por la federación libre de organismos locales y regionales autónomos y gestionados autónoma y democráticamente, sobre la base de que únicamente la participación real de la población asegura la bondad y el éxito de cualquier actuación colectiva, en el terreno de la economía, la sanidad, la educación, etc. Esta participación democrática se basa, en última instancia, en el desarrollo por la educación y la cultura del sentido comunitario.
Antecedentes y contexto histórico y pedagógico de Ferrer Guardia y de la educación racionalista
La trayectoria intelectual de Francisco Ferrer Guardia refleja muy bien los problemas y las aspiraciones de una generación de europeos cuya juventud ve desarrollarse, sobre las cenizas ensangrentadas del gran sueño socialista de 1870, la Tercera República francesa de Thiers, construida sobre el terror blanco y la ejecución sumaria de miles de activistas communards. Una generación que observa, asombrada, la desenfrenada carrera imperialista de las potencias occidentales en África, Asia y América central y del sur, y la intensificación de la lucha de clases que enfrentan a las instituciones y grupos capitalistas, amparadas en el Estado, con una clase obrera influenciada por socialdemócratas, sindicalistas revolucionarios y anarquistas.
La iniciativa pro-enseñanza libertaria de 1898 adoptaba el principio de una educación verdaderamente integral, racional, mixta y libertaria, es decir, escrupulosamente respetuosa de la libertad, y por lo tanto, contraria a una disciplina basada en el disimulo y la mentira, contraria a los programas escolares anuladores de la originalidad, la iniciativa y el sentido de responsabilidad en educadores y educandos, y, finalmente, contraria a las clasificaciones que motivan rivalidades, celos y odio.
Hay que probar todos los métodos, se dice, hay que desarrollar una pedagogía creativa, que incorpore lo bueno del experimentalismo de la Escuela Nueva y que tenga en cuenta la complejidad de la condición humana, que no es sólo razón, sino que también es sentimiento y sensibilidad estética, realización por el trabajo y por el arte. Este tipo de consideraciones prueba que a estas alturas (a casi tres décadas de Ferrer Guardia), la tradición anarcosindicalista consideraba ya el término escuela racionalista como un concepto en cierto modo algo limitador, si no superado. Se prefería insistir en la idea de que el plan de enseñanza libertaria debía ser integral.
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