El Oficio de Mirar
MORDISCO

El Oficio de Mirar

Se puede mirar sin ver,mirar, sin registrar lo que los ojos encuadran en un esfuerzo muscular del nervio óptico,para que distingamos con claridad un hecho.Si, es casi común que no prestemos atención a todo lo que nos rodea .Allí justamente, en nuestro alrededor, pasan cosas que deberían ser vistas,no como aspectos de un paisaje urbano,sino como eslabones de una realidad social,que ni para nuestros ojos ,cambia

Federico Esteban | 3 feb 2020

Por Federico Esteban

Algo de jamón, un poco de salchichón y otro poco de queso. La señora, con una mirada opaca, corta lentamente un miñón. El hombre, canoso y de ojos claros, la mira. Quizás son pareja, hermanos, o simples compañeros de la vida. El asunto es que se encuentran en la puerta del edificio en donde vivo, en el barrio de Caseros. Allí están, con bolsones desgastados, desgustando unos humildes sandwichitos. Observo el fiambre y luego, sus caras. Son caras que revelan tristeza. Son vagabundos.

La situación, digamos que corriente en nuestra Argentina, no se condice con la situación que debería ser lo común. Es decir, se supone que una persona, una familia, debe tener su casa, su mesa, sus sillas. Una persona debería poder cenar en paz. Debería…

Martín Caparrós dice que, para redactar una buena crónica, es fundamental mirar. Esa es la base o la esencia de la crónica. Mirar es abrirse al mundo y que el mundo se nos abra a nosotros. Mirar nos permite saber que algo pasa. Y saber que algo está pasando nos permite, en cierto modo, contarlo.

Mirar el jamón, el queso y el salchichón. Observar las caras de la mujer y el hombre. Llegar a la estación de tren de Caseros y ver cómo un niño se divierte con una simple baranda, mientras su madre, sentada en uno de esos asientos robustos, mira fijamente el suelo. Todo esto me hace pensar en las complejas tramas que hacen a la Argentina de hoy en día, pero que, en líneas generales, tejen y construyen -o, mejor dicho, destruyen- a la Argentina de siempre. ¿Qué estamos haciendo, o no haciendo, para que dos personas estén comiendo un sandwich en la calle?

A esta altura, agradezcamos que están comiendo. Agradezcamos, porque arriba del tren, otras personas y con ellas, otras historias, son bien diferentes. La moneda se vuelve un objetivo primordial para sobrevivir. No importa que sean 25 centavos, un peso o cinco. Todo sirve para sobrevivir en esta Argentina apática, enferma y gangrenada.

Es una noche cálida, típica de verano, con largos ratos de silencio que el tren se encarga de romper con su aceleración. Los nenes caminan por los vagones, algunos descalzos y otros, con zapatillas ensuciadas desde hace tiempo. Ellos también piden monedas. Algunos ofrecen estampitas, como sucede también en el subte, o en las mismas calles de Argentina. ¿En qué estamos fallando para que ellos no tengan un futuro como otros? Porque esto, que es común en nuestro país, no es lo común. Lo ideal sería que un chico tenga vestimenta adecuada, una casa para vivir, lograr las cuatro comidas diarias; es decir, satisfacer sus necesidades básicas.

El Estado argentino, pese a los cambios históricos según los gobiernos de turno, manifiesta un claro patrón: fiel al capitalismo más atroz y desleal a esos chicos que buscan monedas. Digamos que Argentina, desde los tiempos más remotos, posee una extrañeza que confunde. Aquí, en nuestra tierra, la pregunta “¿qué es lo común?” se vuelve dilema. Porque si es común que un niño vaya a la escuela, esté alimentado y tenga una cama para descansar, ¿por qué también es común que un niño salga a pedir monedas? Vaya trama rara la de Argentina.

El tren se detiene en la estación de Palermo. La madre de aquel nene que jugueteaba con la baranda desciende junto a él. Ella tiene la cara triste. Se le notan la tristeza y el cansancio en sus ojos. ¿Cómo será la vida de ellos? Al bajar por las escaleras, hacia la avenida Santa Fe, el bullicio se pone de manifiesto. El silencio que reinaba en Caseros deja paso a la euforia de Capital. Sin embargo, es el mismo país, y por tanto, aparece rápidamente la característica que nos describe: vagabundos caminan de acá para allá, quién sabe a dónde. Ya arriba del 152, mano a Belgrano, la situación cambia de un salto, con jóvenes riendo y disfrutando de una típica salida con amigos. Allí, y con ellos, el celular es un objeto común de poseer. Entonces, vemos cómo el sentido de lo común va circulando irremediablemente según cada persona.

Cada persona tiene una historia, es un mundo, es un texto que puede ser contado. Cada persona le atribuye, según sus condiciones de existencia, un sentido determinado a su vida y, viceversa, la vida determina a cada persona.

En Belgrano, exactamente al lado de uno de los tantos Farmacity ubicados por Cabildo, duermen tres hombres en la vereda. Están tapados por cartones. Cada uno, está rodeado por bolsas y canastos con sus pertenencias. Eso es común para ellos, pero no para mí. Ellos deberían tener las mismas posibilidades de satisfacer sus necesidades básicas que los demás, que la casta empresaria y política, que la clase media, que cualquier persona.

Deberían… Pero los complejos problemas culturales de la Argentina continúan sin repararse, sin refundarse, y así, como un acto incansable, los chicos persisten en la búsqueda de monedas. Y, al mismo tiempo, aquella mujer y aquel hombre, de seguir este pobre camino en el que estamos inmersos, repetirán la escena que me hizo escribir esto: comer sandwichs en la calle.

 

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