Esperanza Martínez (Sole) primero fue republicana, luego maquis, (conjunto de movimientos guerrilleros comunistas y anarquistas de la resistencia en España, durante la Guerra Civil) y después comunista. Tras ejercer de enlace, se echó al monte para escapar de la represión e ingresó en la AGLA (Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón) Lo pagó con tres lustros de cárcel. A sus 92 años, su memoria sigue viva. Martínez ejercita su lucidez y hace gala de ella. “Nací el 27 de abril de 1927 y aquí me tienes, pasando el tiempo con los libros y el ordenador”.
En la almohada de su padre aparecían dos hoyos cada mañana. Mamá había muerto durante un parto y las chicas sospecharon que podría tener una amante. También faltaba comida, por lo que estaba claro que bajo aquel techo dormía alguien más. Sin embargo, pronto descubrieron que no era una mujer, sino un guerrillero, a quien Nicolás Martínez Rubio daba cobijo en su hogar. Ellas, alumbradas en un criadero del Frente Popular, también quisieron colaborar. Él había guardado hasta entonces el secreto para no exponerlas a la represión, pero no pudo evitar que también ejerciesen de enlaces.
Familia
Esperanza era la del medio de las Martínez: dos hermanas mayores, Amancia y Prudencia, ya casadas y dos menores, Amada y Angelina, quien todavía vive. Durante más de dos años, la única guerrillera antifranquista que sigue viva, caminaba quince kilómetros hasta Cuenca para aprovisionarse de víveres para los maquis de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón. No acudían a comprar a los pueblos vecinos para no levantar suspicacias.
La incorporación a la causa de Esperanza Martínez García coincidió con la ley de bandidaje y terrorismo, promulgada por el dictador Francisco Franco en 1947 para combatir con furia a los emboscados. Entonces, los guardias civiles comenzaron a golpear su puerta, vestidos con harapos, haciéndose pasar por presos huidos o guerrilleros en apuros. La familia no cayó en la trampa de las contrapartidas, pero fue consciente de que no le quedaba otra que echarse al monte.
Las Martínez sabían que si no los habían arrestado era porque la Guardia Civil pretendía, a través de la vigilancia de sus puntos de apoyo en el llano, cazar a los guerrilleros. De ahí su decisión de enrolarse en la AGLA en 1949, justo cuando la lucha se diluía. Sole le resta importancia a su papel, si bien su figura, como la de todas las mujeres del maquis, fue trascendental, fueron ellas quienes se ocuparon de las tareas de información, abastecimiento y cuidado, es decir, de la supervivencia de los escapado Además de tejer redes en un entorno aislado, sometido y desmantelado políticamente, son a menudo las que anudan y dan vida a esos lazos interpersonales e intracomunitarios que estructuran las comunidades rurales
Compañeros
Sole habla de una convivencia con sus compañeros basada en el respeto y la igualdad. Ellas no cocinaban, aunque tampoco vigilaban ni se encargaban de los suministros para no ser localizadas por la Guardia Civil. “Aquel tiempo resultó durísimo”, recuerda. “Por mucho que se diga, el monte no se puede fotografiar. Ibas de un sitio para otro y, cuando menos te lo esperabas, asaltaban el campamento y tenías que salvarte de aquella persecución escondiéndote entre los pinos. Fue terrible”.
En el monte, ella se concienció políticamente y en 1950 ingresó en el PCE. Amada y Angelita aprendieron allí a leer y a escribir. Sin embargo, los puntos de apoyo fueron cayendo y los maquis sufrieron un hostigamiento sin tregua. A su padre y a su cuñado los mataron en asaltos, la misma suerte que corrieron los hombres de Remedios: primero, su hermano Herminio; luego, el pequeño Fernando —quien, a sus dieciséis años, llevaba pocos meses en la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón—; y finalmente, el cabeza de familia, Eustaquio.
Detenida
En 1951, cuando Esperanza se exilió en París, donde vivió con una familia comunista francesa hasta que recibió órdenes del PCE, para el que ejercían de enlaces. Su misión: evacuar a los guerrilleros que aún permanecían en España.
Pero la cosa se torció: la Guardia Civil le pisaba los talones a una militante y el partido le pidió a Sole que la encontrase para que no la detuviesen. Durante el viaje en tren, con destino Salamanca, la acompañó un guía que no le inspiraba confianza, en realidad era un infiltrado y fue detenida a la altura de Miranda de Ebro. Su compañera, Reme también cayó.
Esperanza fue sometida a dos consejos de guerra en Valencia y en Burgos. En el primero fue condenada a veinte años y un día de cárcel por un delito de “bandidaje y terrorismo”. En el segundo, a veintitrés años, cuatro meses y un día por “espionaje y comunismo”. Cumplió quince en los penales de Burgos, Madrid, Valencia y Alcalá de Henares, donde coincidió con Amada y Reme.
Vida carcelaria
En su taller, confeccionó capotes para la Guardia Civil y uniformes para la Policía con el objetivo de rebajar la condena, aunque no se daba mucha prisa cosiendo para no alimentar la maquinaria de explotación laboral del franquismo, ni para contribuir a aquella economía sumergida y esclavista del régimen.
“Me encerraron por defender la República y su legalidad vigente, atacada por la sublevación de la derecha, era consciente de mi obligación. Mi dignidad estaba por encima de todo. Pero nunca me arrepentí de nada, ni tengo que hacerlo, porque luché por mantener mi dignidad. O sea, por seguir siendo la misma persona. En prisión no se piensa ni se sabe nada de lo que pasa en la calle”.
Mejor no hablar de su paso por la Dirección General de Seguridad, cuyos sótanos de su sede en Madrid eran un centro de torturas. “Mucha gente no ha salido. O ha salido mal. O ha muerto nada más salir. Hay muchas cosas que no se soportan fácilmente”.
Antigua España
Aquella España que no pudo ser una República, pese a los peajes, que a su juicio estaba transformando el país. Cuando salió a la calle, irreconocible, lo que la obligó a volver a aprender. Como había hecho cuando se echó al monte, tiempos de lecturas y aprendizaje político, y cuando la metieron en prisión, donde hizo un curso por correspondencia de cultura general y estudió francés. “La España que yo dejé no es la España que me encontré al salir. Era un mundo nuevo. Diferente. Desconocido”. No sabía lo que era un teléfono, ni tampoco aquel dinero acuñado con la efigie del Generalísimo, en la cárcel no teníamos nada. Por eso son cárceles”.
“Si viviésemos en otro país, sería un guion de película”, cree Esther López Barceló. “La historia de una mujer sencilla y una activista indómita debería ser una referencia para la sociedad actual. Es una pérdida enorme en términos colectivos, porque había más ejemplos como Esperanza, aunque no las conocemos”
Republicana. Guerrillera. Comunista.
Pasó de ser enlace a maquis. Y, tras ser detenida, la llamaban Puta Pasionaria, porque para la derecha era el arquetipo de lo que no podía ser una fémina. Es quien mejor representa a la mujer resistente para el franquismo. De hecho, luego fue una militante activa del PCE, manteniendo viva la llama de la memoria y de su militancia”, explica a Público López Barceló, exdiputada de Izquierda Unida en el Parlamento valenciano.
Sin embargo, Sole fue silenciada por la dictadura y la transición. El partido tampoco ayudó a la recuperación de la figura del guerrillero del antifranquismo. No obstante, algunos partisanos tricolores fueron aflorando lejos de las cunetas a lo largo de los años .Sin embargo, ellas no se presentaban como referentes, sino que el protagonismo correspondía a sus camaradas, que comenzaban a salir a la luz
No deja de sorprender, sin embargo, que aquellas luchadoras hayan ido falleciendo sin ningún foco que las alumbrara, apenas la clarificadora mortaja de los suyos, incombustibles activistas y familiares de las víctimas. “El patriarcado, pese a su evolución positiva, también ha estado presente en la política de la izquierda. El activismo de la memoria ha tardado en reconocer a estas mujeres, quienes fueron doblemente represaliadas: por militantes comunistas o antifranquistas y porque no se adaptaron al canon de mujer sumisa establecido por el régimen”, razona López Barceló.
Republicana, guerrillera, comunista, torturada y presa.
“No tengo nada bonito que contar de aquello”
La represión que golpeó a los republicanos revistió un doble (o triple) significado en el caso de las mujeres. Las que habían tomado parte en actividades de carácter político fueron castigadas como rojas, pero también en tanto que mujeres que habían transgredido su papel de género y que habían traicionado, por tanto, su naturaleza femenina. Fueron castigadas en ese cuerpo de mujer que habían desnaturalizado: rapadas, purgadas, violadas”, llamó la atención a Esther López durante sus encuentros con Sole fue la necesidad de matizar que fue apaleada, más no forzada, lo que según ella evidencia la violencia sexual como arma de posguerra.
Sole dejó bien claro que no la habían violado, porque en el franquismo era algo que estaba muy presente. Escaparse de eso resultó liberador, pues no era lo habitual”, subraya la autora de Testimonio de la memoria.
Esperanza reconoce que se habría suicidado en los sótanos de la Puerta del Sol para evitar las torturas, pero no pudo. En cambio, cuando estaba en la clandestinidad, iba armada. No tanto para atacar, sino para evitar lo inevitable en el caso de que fuese acorralada en el monte. “Era una pistola pequeña, de 9 corto, para defensa propia o para pegarme un tiro antes de que me detuviesen”.
“No la utilicé, ni falta que hizo”.
Portar un arma tenía sentido: el del sinsentido. En una entrevista de 1995 recordaba aquellas palabras que salieron de la boca de su padre: “Si os veis mal, si alguna vez os hieren, si os dejan malheridas o lo que sea, mataos, que no os cojan vivas. Por lo menos, que no os cojan vivas”. “Él tenía terror a que nos cogieran vivas, porque sabía lo que eran capaces de hacer”.
Libertad
En 1967 salió en libertad condicional y se fue a vivir con su hermana Amancia, donde aún reside Angelina, quien no goza de tan buena salud como Esperanza pese a tener seis años menos. “Está mayor que yo física y políticamente”. Aquella Blanca de la resistencia podría considerarse la última maquis, pero Sole matiza que estuvo muy poco tiempo en el monte, hasta que encontró refugio seguro
Su experiencia en las guerrillas fue revolucionaria, no fue tanto por el hecho de que portaran armas, cuanto por el hecho de vivir una experiencia de aprendizaje político que les permitió dar nuevas orientaciones y significados a sus vidas, transformando el afecto, el temor y el duelo en compromiso político
La propia Remedios Montero describe su cometido en el llano: suministrarles comida, medicinas, ropa e información de las fuerzas de seguridad a los maquis. Arriba, participó en la toma de decisiones y no sintió diferenciación alguna: “Nuestra vida en el monte era igual que la de ellos, el macuto siempre a la espalda y el arma dispuesta por si se necesitaba. Afortunadamente nosotras nunca tuvimos que utilizarla. No había ninguna discriminación ni tratamiento especial por ser mujeres. Teníamos buenos maestros y dábamos clases de capacitación cultural, política y todo cuanto nos pudiera cultivar más y mejor”.
Testimonio histórico
Su testamento vivo desmonta las acusaciones de algunos autores afectos al régimen, que las tacharon de “amantes” o “prostitutas” de los emboscados. “El franquismo ha querido desprestigiarnos haciendo ver que sólo estábamos allí para entretenimiento y satisfacción de los hombres de la guerrilla, pero pese a tantos y tantos palos que hemos recibido al detenernos porque querían que así lo dijéramos y quedase constancia en los expedientes, nunca lo consiguieron”, explica Soledad.
“Y hemos dejado bien claro ante todos esos torturadores que nunca hemos sido más respetadas en la vida por nadie como nos respetaron ellos. Allí aprendimos con su gran ayuda que la mujer puede ser igual al hombre y tener los mismos derechos en todo”.
Fue resistente contra la dictadura franquista en la lucha guerrillera, fue presa durante quince años, fue militante organizada en la lucha clandestina, fue una de las muchas mujeres que supo salir a la luz del día y a la calle a cara descubierta cuando la dictadura iba llegando a su fin, pero aún seguía reprimiendo a sangre y fuego. También critica, en tiempo presente, que los gobernantes no hayan honrado “la memoria de los últimos soldados de la República”, quienes “lucharon con sus escasas armas y los más pobres medios, en montes y ciudades, hasta bien entrados los sesenta”.
Pusieron su vida al servicio de un ideal, a la espera de que los acontecimientos de aquella Europa en guerra pudiese devolver a su país un Gobierno republicano y progresista, que nunca llegó. El alma de la intendencia de la guerrilla y de los puntos de apoyo, en palabras de Montero, quien recuerda que muchas murieron por la causa. Esperanza Martínez tuvo, al menos, la suerte de salvar la vida, y con ello nos ha salvado la memoria, nos ha salvado la historia y nos ha salvado el honor y la dignidad de una lucha democrática”.
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