Como docentes, a diario evidenciamos las dificultades académicas de los estudiantes, muchas de las cuales tienen su origen en deficiencias lectoescritoras. Al plantear un trabajo escrito, por ejemplo, sólo un pequeño porcentaje de niños y jóvenes emplea un vocabulario acorde con su nivel académico, la redacción es exageradamente pobre y ni que decir de las pruebas y trabajos de aula, en los cuales se debe describir de manera absurdamente ilustrativa cada uno de los pasos a seguir, pues son incapaces de leer y comprender las instrucciones planteadas. Ante este triste panorama resulta ilógico pensar en obtener, por lo menos a corto plazo, buenos resultados en pruebas a nivel nacional y mucho menos en aquellas que manejan estándares internacionales.