Un viaje al Edén. Mi travesía en el Amazonas.
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Un viaje al Edén. Mi travesía en el Amazonas.

Animales salvajes, feroces serpientes y caimanes, insectos pululando por doquier, paisajes inhóspitos, peces monstruosos esperando devorar al despistado turista, son algunas de las ideas que pueden venir a la cabeza al pensar en la selva amazónica. Nada más lejos de la realidad. Mi travesía en este mágico lugar, donde lo realmente abundante, además de la naturaleza, son las fantásticas leyendas y mitos que lo envuelven, me permitió abrir los ojos y la mente a la belleza. No aquella simple y banal a la que estamos acostumbrados, sino al compendio de perfección que solo la naturaleza puede brindar.

17 oct 2016


Animales salvajes, feroces serpientes y caimanes, insectos pululando por doquier, paisajes inhóspitos, peces monstruosos esperando devorar al despistado turista, son algunas de las ideas que pueden venir a la cabeza al pensar en la selva amazónica. Nada más lejos de la realidad. Mi travesía en este mágico lugar, donde lo realmente abundante, además de la naturaleza, son las fantásticas leyendas y mitos que lo envuelven, me permitió abrir los ojos y la mente a la belleza. No aquella simple y banal a la que estamos acostumbrados, sino al compendio de perfección que solo la naturaleza puede brindar.

 

Mi camino hacia el pulmón del mundo, inicia en Leticia, una ciudad pequeña en tamaño pero inmensa en calidad humana. Su pueblo sencillo, da la bienvenida al turista con una sonrisa en sus rostros, siempre con una palabra amable y expresando felicidad por el nuevo que arriba. Un clima agradable, cálido como su pueblo, invita a beber un delicioso jugo de sus frutas típicas, el arazá y el copoazú. Ahora es temporada de verano (julio a diciembre).

 

Me embarco en un bote, hacia la comunidad de Santa Sofía. Una hora viajando a través de un majestuoso río que, con el paso de los minutos, va abriendo su cauce hasta mostrar porque es el más caudaloso del mundo; considerando que su nivel asciende varios metros en invierno, como lo evidencian los troncos de varios árboles, en los que queda grabado el nivel que puede alcanzar.

 

 

Río Amazonas, Colombia. FOTO: Jairo Alonso Ariza

 

Una vez llego al lugar de destino, me interno en el bosque hasta encontrar la comunidad de Santa Sofía. Un poblado sencillo pero cuya riqueza cultural y humana es indescriptible. Un par de kilómetros más adentro, me encuentro con la reserva natural Tucuchira, donde varios monos, en su entorno natural, me dan la bienvenida. Y es allí cuando inicio mi camino selva adentro, con un amable guía que me cuenta parte de su cultura, mitos y la sabiduría ancestral que posee. Cuatro horas de caminata a través del espeso bosque húmedo. Árboles majestuosos se erigen, circundados por plantas exóticas, cada una de las cuales tiene su propia leyenda y un uso para los nativos del lugar. El sonido de la selva nos envuelve. Se mezcla el cantar de las aves, con el llamado de monos y el zumbido de insectos que alertan sobre nuestra visita. La sensación es indescriptible. Muestra lo insignificantes que somos y los recursos con los que contamos y que pocas veces advertimos. Es una multiplicidad de vida y nosotros no solo desconocemos sino que malgastamos o destruimos. Es la reliquia de la vida, un paraíso celestial entre nosotros.

 

Los monos bebeleche, muy comunes en la selva amazónica, ocasionalmente acceden a ser alimentados por personas. FOTO: Jairo Alonso Ariza

 

Ya en la noche, en la mitad de la jungla, sin electricidad, el orbe celeste nos muestra su esplendor. Imposible tener un cielo sobre nosotros como ese. Y la aventura de visitar la selva durante la noche, nos envuelve. El guía nos abre paso a través del oscuro bosque y con linternas observamos como seres nocturnos hacen su aparición. Múltiples insectos se posan sobre las cortezas y hojas de los árboles, encontramos ranas e, incluso, tarántulas que temen más de nosotros que nosotros de ellas. Esa noche transcurre con un indescriptible descanso arrullado bajo el canto de la selva.

 

Las tarántulas, otra de las especies que ocultan las sombras de la noche en la selva amazónica. FOTO: Jairo Alonso Ariza

 

Ya en la mañana tomo un bote que me conduce a una nueva comunidad, la de Mocagua. Allí visito el caserío y la fundación Maikuchiga (significa historia de micos, en lengua Tikuna). Esta fundación rescata monos incautados y los retorna a su hábitat. Inquietos monos capuchinos, ardilla y churucos, se acercan con curiosidad a nosotros y terminan sobre nuestros hombros. La sensación es única. La mezcla de gracia, picardía y ternura que evocan estos animales me desarman afectivamente. Es invaluable la labor que esta fundación brinda, a pesar de que el Estado les ha retirado los ya limitados fondos con que contaban. Las comunidades indígenas se organizan para tratar de preservar lo que aún queda. Una labor loable.

 

El saimiri o mono ardilla, es una de las especies protegidas en la Fundación Maikuchiga, en la comunidad Mocagua, Amazonas. FOTO: Jairo Alonso Ariza

 

Inicio nuevamente camino, esta vez hacia Puerto Nariño, un municipio del Amazonas colombiano. El río es la autopista por la que transitan embarcaciones de distintos tamaños. Consigo ver delfines grises y rosados que saltan del agua con gracia. Me sumerjo en el río, donde un refrescante baño, renueva mi mente y cuerpo.

 

Al llegar a mi nuevo destino, encuentro el “pesebre natural” como es llamado este municipio. Reconozco la Victoria regia, el loto más grande del mundo, cuyas hojas soportan un peso considerable. También aprecio el inmenso pirarucu, el pez de río más grande, que puede alcanzar una longitud de hasta tres metros. Guacamayas, halcones, águilas y varios tuqui tuqui (pollo de la selva) me observan desde la distancia. También me permiten pescar de manera artesanal un par de voraces pirañas que, con sus afilados dientes, cual cuchilla, se acercan ante la presencia de sangre para alimentarse.

 

La Victoria regia, una de las plantas más representativas de los lagos del Amazonas.  FOTO: Jairo Alonso Ariza

 

De nuevo regreso a Leticia y finaliza esta aventura, que más allá de los datos estadísticos y geográficos, records o incalculables valores numéricos, me brinda una visión de la perfección de la naturaleza. Ir al Amazonas es permearse de la magia, comida, cultura e inigualable e incalculable riqueza tanto humana como natural que tiene esa hermosa región colombiana, que tenemos a menos de dos horas en vuelo y que muchos, como yo, desconocíamos hasta hace poco. 

 

La riqueza de fauna y flora concentrada en la región Amazónica es incalculable, teniendo en cuenta que alberga especies que aún no han sido clasificadas. FOTO: Jairo Alonso Ariza

 

Cada paso permite el descubrimiento de especies exóticas de toda forma de vida. En la imagen, unos hongos cubren un tronco caído. FOTO: Jairo Alonso Ariza

 

Jairo Alonso Ariza

Licenciado en Biología,

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