Este hombre robusto, moreno y de sonrisa fácil llamado padre José David Cañas, quien desde el año pasado ha dedicado la mayor parte de su tiempo a alimentar a los venezolanos que malviven en la frontera entre Colombia y Venezuela, se podría decir que numéricamente le ha dado al menos una porción de arroz, papa, carne, lentejas, o lo que haya la despensa, a todos los ciudadanos del vecino país que han llegado a nuestro territorio desde 2017.
La Casa de Paz Divina Providencia, obra de caridad fundada por este sacerdote diocesano de 57 años, en Villa del Rosario (Norte de Santander), ha repartido 500 mil almuerzos en un año y según el primer censo que hizo el gobierno Nacional durante dos meses y cuyos resultados fueron divulgados recientemente hay 442.462 venezolanos en Colombia.
Su ubicación es estratégica. Está apenas a un kilómetro del puente Simón Bolívar en La Parada, uno de los más pobres y conflictivos corregimientos de ese municipio a 10 minutos de Cúcuta, y a una cuadra de la calle por la que se mueve todo el contrabando que ingresa por las trochas y
El padre nunca pierde detalle de lo que sucede en la cocina. Siempre se le puede ver ataviado en un delantal azul con una enorme cruz roja al frente, fabricado especialmente para esa labor. Es su uniforme diario. Su ‘sotana especial’ para esta ‘batalla caritativa’. Ataviada en ella coordina, dirige, da instrucciones y, por supuesto, cocina. Su labor se reparte entre atender labores administrativas, brindar consejo espiritual y revisar que las lentejas que hierven en la olla gigante no se quemen. Mientras eso sucede en la cocina, en el enorme patio, en una tarima cubierta con techo de zinc, donde hay un parlante con micrófono y un atril para poner la Biblia, un sacerdote lee algunos versículos y habla sobre misericordia, reconciliación, perdón, valentía y solidaridad. Luego invita a todos a abrazarse.
Y El ambiente huele a leña quemada. A paseo de olla. A sancocho en familia a la orilla de un río. Pero luce diferente. Pese a que muchos de los comensales sonríen al ver la cámara fotográfica, en sus rostros hay deterioro, están quemados por el sol, sus cabellos lucen enredados y la delgadez ya marcar sus pómulos con fuerza. Las ropas, sucias y deterioradas, adquieren tonos opacos pese a que muchos lucen camisetas deportivas de colores rutilantes. Ayuda en ese panorama el día, que ha amanecido gris y frío, lejano al calor característico de esta zona de Norte de Santander
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