Establecer y depositar fe en el destino es un absurdo y un acto vil en este mundo. Nacemos y no tenemos nada fijo, nuestro futuro es incierto y cualquier suceso en el mundo pasa por causas y azares, no porque esté planeado. En un mundo donde nuestra existencia es una sencilla casualidad y nuestros avances primordiales (como el dominio del fuego) han sido incidentes, es innecesaria la especulación del destino. Si este fuese real no solo le quitaría la magia al mundo, también sería una de las mayores desgracias, puesto que establecería que cualquier mal o hecho lamentable es algo premeditado por algo mayor a nosotros que nos utiliza como juguetes, y que la tinta con la que se escribió esta historia ya está seca.
El destino es un supuesto cruel, macabro y una idea que no debería existir. El sencillo hecho de que la humanidad tiene un punto fijo, es decir que todo lo que puede ser la vida del hombre se resume en “hay que llegar de A hasta B, y para esto se sigue un transcurso lineal que alguien ya trazó, el cual se transita obligatoriamente porque no hay nada fuera de este” es algo deprimente y completamente restrictivo.
Si tomamos la idea de destino como algo real despojamos a la humanidad de los conceptos más bellos en toda la existencia, decisión e incertidumbre.
Ser libres de decidir debe ser un acto de regocijo. Tomar decisiones cotidianas como qué desayunar o la ropa que usaremos hoy es una de las mejores expresiones de estar vivos, después de todo sentimos la seguridad de ser dueños de nosotros mismos en un instante de nuestra vida. De igual forma la duda que cualquier tipo de pregunta genera es algo magnifico, hayamos en esto la razón del cambio y el movimiento. Cosas fundamentales en la vida del ente racional. La vida en sí misma es el punto de partida para una de las mayores incertidumbres y mejor atracción mental del hombre, puesto que, todas las personas han matado noches con diferentes preguntas como ¿qué hacer mañana?, ¿cómo lograr ese acenso?, ¿qué será de mí en 20, 30,40 años?,¿ qué habrá pasado?, etc. Todas preguntas nacidas de un símil “¿qué pasaría si?” Cuestión comprendida como la incertidumbre del actuar humano, un actuar que puede establecerse o bien controlarse para tener una reacción deseada, pero esto no podrá considerarse jamás destino ya que la incertidumbre perdura en el nacimiento de este control, dicho “control” también es nacido de este símil. Así hayamos toda acción humana como la expresión de la respuesta más seductora o conveniente para dicha pregunta.
Por ende la idea de destino nos quita lo fundamental en esta vida para hacer de ella una completa alegría o el tormento de una vigilia (esto depende de la frecuencia, el modo y la situación en la que una persona se cuestiona el “¿qué pasaría si?”).
Pero concretamente ¿qué es el destino? El destino es aquello que en teoría rige nuestra vida, es un hecho sobrenatural que establece cómo vamos a vivir, qué vamos a lograr y todo aquello que acarrea la existencia y la vida de un ser. Todo aquello que el hombre llega a vivir es equiparable a un librero un mueble que contiene cientos de historias con un final determinado y que no se puede cambiar, por ende es ineludible e imperturbable; para conocerlo podemos hacer diversas prácticas asociadas con la adivinación, si lo que lleguemos a saber de nuestro destino nos disgusta podemos intentar cambiarlo sin éxito, puesto que es algo ya establecido y de funcionamiento lineal. Todo pasa porque así debe y tiene que ser.
Esto explica que desde el nacimiento ya tenemos una vida determinada, que nuestros actos solo son la expresión del pensamiento de algo superior y lo que conocemos como libre albedrío es la ilusión que tenemos de nuestras “decisiones”. Así, lo que llamamos decisiones son un calmante para hacernos creer que somos amos y señores de nuestra estadía en este mundo, mediante esto nos convencemos a nosotros mismos que en realidad construimos nuestra vida mientras crecemos y que todo acto tiene una consecuencia a futuro. Ilusión que se desvanece en el momento que aparece el destino, al hacerse presente nos damos cuenta que todo lo que hacemos no es por voluntad, es porque ya estaba planeado.
Hayamos entonces al destino como la sublimación última de la inexistente voluntad ante algo superior, es un listado de actos llevados a cabo por un individuo, actos que son ajenos a este, después de todo aunque él los ejecute y los viva su pensamiento y toda su vida no es realmente de su propiedad, y todo lo que él cree ideas “propias” o logros a lo largo de su vida son en realidad el entretenimiento y el pensamiento inadmisible dentro de la lógica corriente de algo mayor que él. Por ende el destino es la regresión en el orgullo del hombre respecto a sí mismo “Se habría quedado muy asombrado si alguien le hubiera dicho que acabaría de portero en el asilo de Marengo” (Camus, 1942, pág. 20). Develarle a una persona su futuro implica dos situaciones, en caso de que el individuo vea que su futuro no es algo que él quisiera se le quita aquella chispa de curiosidad que lo impulsa a llevar a cabo cualquier acto, de este modo se arruina la vida del sujeto al robarle cualquier deseo que tuviera y hacer presente la posibilidad de que no pasará. Si se da el caso de que la vida del sujeto sea algo envidiable por muchos, se llena al sujeto de egocentrismo y una seguridad exagerada, cosas que pueden ser peligrosas, después de todo sin importar lo que haga todo saldrá bien y estará librado de cualquier consecuencia, al fin y al cabo es “libre” de hacer lo que quiera, pues, siempre tendrá un buen desenlace ya que ese es su “destino”.
Con todo esto definimos el destino y porqué este sería un tormento desde un punto de vista básico que podríamos llamar cotidiano, en resumen, el destino nos limita y le arrebata la esencia a tener un propósito. Este es el motivo de porqué el destino es algo cruel, aún queda por ver la razón por la cual el destino es un absurdo poco probable.
La razón fundamental para la inexistencia del destino es la bastedad del universo y nuestro fugaz paso por este.
El ser humano debe ser consciente de su insignificante importancia en un lugar que perfectamente pudo y puede existir sin él, con esto se llega a suprimir la idea del destino. La excusa de una vida planeada por algo superior es una búsqueda de importancia para hacer sentir especial al hombre. Es un discurso que la sociedad y diferentes culturas han usado como premio de consolación ante su falta de comprensión y sentimiento de soledad. Este consuelo pudo servir antaño lo conocido no era nada comparado con lo que ahora se sabe (no hay que enaltecer tanto este conocimiento actual ya que este es nada equiparado a lo que queda por conocer) pero ahora, que sabemos cómo se crean los planetas, etc.; tantos conceptos y hechos diferentes cuyo desarrollo no necesita la planeación del actuar humano.
El universo tiene entre 13 761 y 13 835 millones de años, y una estimación dudosa de 100.000 trillones a 300.000 trillones de estrellas. Con esto podemos resaltar la idea de que el hombre insignificante y su búsqueda de importancia (“tenemos un gran destino por delante”) es una insensatez.
Esta idea (en especial las cifras) es súbitamente desconsoladora para aquel que busque un sentimiento de importancia y grandeza, es cierto que toda su vida es una pregunta constante que se va solucionando poco a poco mediante sus actos, y lo que él decida va a tener determinado peso a futuro. Pero al final esto no importará porque la humanidad es un accidente innecesario en un plano mayor. Idea de un peso abrumador que mancilla la esperanza de cualquier hombre.
Tener esto como guía de vida debería ser un crimen, aunque la vida resulte insignificante y no exista la promesa de gloria prometida hay algo fundamental que se debe tener en cuenta, se está vivo. El sencillo hecho de ser estar vivo debe ser algo sumamente esperanzador, es la única oportunidad que se tiene para ser partícipes de una casualidad que no se da fácilmente; mejor es encontrar en el crecimiento la capacidad de decisión y la idea de ser almas indómitas que prefieren ignorar cuestiones ultimas y gozar de un parpadeo. A fin de cuentas, aquel que es consciente de su efímera vida pero aun así quiere estar vivo para hacer su vida haya una de las más grandes dichas.
No hay pensamiento tan seductor como el ser libre de nosotros mismos y decidir dar todo lo mejor de nosotros aunque eso no importe. Definir nuestro camino como
queramos y superar adversidades o darnos por vencidos ante ellas, tomar el camino de la derecha y no el de la izquierda, correr y no caminar, tomar café en lugar de té, estudiar comunicación y periodismo en lugar de medicina, etc. Todas estas decisiones componen la realidad del hombre, todas eran posibilidades hasta el momento de su realización, momento en el cual nacen otras tantas posibilidades de la elección anterior llevando así al hombre ante un bufet de posibles vidas que se entrelazan y niegan unas con otras para dar fin a un camino que cada persona define voluntariamente (en casos donde se ve la represión como en las dictaduras estas decisiones no suelen ser tan optimistas pero aún existen y hacen parte del hombre).
Aquí podemos hallar otro juicio más descabellado que cualquier otra cosa tratada pero no menos interesante. El multiverso y las infinitas posibilidades de este.
Al anular el destino rompemos uno de sus límites y damos paso a una concepción la cual dicta que nuestro universo no es el único, que hay una infinidad e universos similares y diferentes al nuestro. Universos donde la única diferencia puede ser el color de una pared, o por el contrario universos con tantas diferencias que nos resultarían totalmente extraños e irreconocibles. El punto que se utilizará en estos momentos es aquellos universos similares.
Con las posibilidades podemos asumir que por cada decisión que tomamos en nuestra realidad, habrá otras realidades donde tomemos una decisión diferente, de esta forma podemos sentirnos completamente especiales y dichosos de saber que todo lo que hagamos será únicamente nuestro. Con esta concepción vemos que nuestro futuro es algo que no sucederá jamás en ninguna otra realidad, por más parecido que pueda ser nunca será el mismo. Somos una posibilidad que se edifica a si misma de una forma inigualable.
Con esta idea vemos de nuevo el destino es también un limitante a sentirnos orgullosos de nuestras decisiones. De nuevo la idea del destino nos obliga a regirnos por un conducto ya establecido por alguien ajeno a nosotros, nos arrebata la libertad de elegir y la excitación de arriesgarnos.
Entonces podemos concluir diciendo que el destino es un concepto innecesario y que nos limita, no podemos decir que tomamos decisiones mientras creamos en un destino, después de todo lo que hagamos estaba previsto e iba a pasar de esta forma. El destino reduce nuestras posibilidades a una única acción. Pero también es absurdo y un término demasiado pequeño para la inmensidad en la que vivimos.
Definir eso nos da como respuesta una verdad estrictamente atractiva, construimos nuestro futuro con nuestras decisiones y somos responsables de lo que nos vaya a pasar. Pero eso también implica que todo lo que ha sucedido ha sido un curioso accidente y la sumatoria total de diferentes factores que terminan en algo sencillo, vivir. Mientras veamos la vida como la casualidad improbable de la que somos participes y que de alguna forma nos relacionamos con decisiones externas que terminan en nuestra existencia, podemos entonces comprender que estamos aquí para edificar un individuo y mediante este participar de un instante. Construir nuestra vida implica romper límites y buscar la comprensión del por qué, visualizar las posibilidades y ejecutar un acto nos da algo que celebrar, después de todo es una acción única y aquello que nos define.
No hay que sentirse desolado en la inmensidad del universo y sus infinitas posibilidades, todo lo contrario. Hay que aprovechar al máximo esta oportunidad de hacer algo, y para eso tenemos que ser conscientes de que todo lo que hagamos será porque así lo queremos y no porque alguien nos controle.
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