Portugal estuvo a punto de reglamentar la muerte asistida, el partido socialista quedo a tan solo a cinco votos para que esta fuera aprobada, sin embargo, la falta de apoyo a los proyectos no habría permitido que siguiera la tramitación parlamentaria ante un eventual voto definitivo sobre la legalización de la eutanasia que actualmente es permitida en países como Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Suiza, Estados Unidos, Canadá, Uruguay y Colombia.
Todos los textos ante el Parlamento luso -presentados, respectivamente, por los socialistas, el Bloque de Izquierda (BI), Los Verdes y el Partido de las Personas, los Animales y la Naturaleza (PAN)- limitaban la eutanasia a mayores de edad con enfermedades terminales y sin trastornos mentales que afectara la toma de decisión. También establecían que los solicitantes debían manifestar su voluntad de morir en varias ocasiones, y se garantizaba la libertad de conciencia de los médicos.
"Tenemos que decidir si aceptamos que sólo los ricos puedan ir a Suiza para tener una muerte digna, o si decidimos dar esas condiciones a todos, ricos y pobres, para que puedan morir aquí", afirmó el diputado José Manuel Pureza.
La delicadeza del tema ante la Asamblea creó serias divisiones entre las distintas formaciones, rompiendo alianzas tradicionales y creando nuevas uniones sorprendentes. Los diputados del Partido Comunista Portugués abandonaron la alianza parlamentaria de la izquierda lusa para juntarse al conservador Centro Democrático Social y manifestar su férrea oposición a la regularización de muerte asistida.
Los conservadores rechazaron los proyectos, afirmando que "un buen fin no justifica el uso de malos medios", mientras que los comunistas argumentaron que era necesario invertir más para mejorar los cuidados paliativos, y no apostar por una práctica "contraria a la evolución de nuestra sociedad". La intensidad de los argumentos de los comunistas lusos en contra la eutanasia suscitó elogios del obispo de Oporto, Manuel Linda, quién afirmó que el partido -tradicionalmente enemistado con la Iglesia- era una fuente de "buen sentido" en un hemiciclo lleno de diputados "tristemente alejados de la racionalidad ética".
Desde mi punto de vista, en un país con opiniones tan divididas es comprensible que estas decisiones no sean tomadas a la ligera, pero se debería pensar más en la calidad de vida que estas personas tendrían, al enfrentarse a convivir con las complicaciones que estas enfermedades les genere, debe respetarse la libre voluntad de cada persona y de sus seres queridos de acabar con una vida que ya no se podría vivir. Puesto que el deterioro que generar las “enfermedades terminales” le limitan su autonomía.
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