MADRES SEPARADAS POR LA MUERTE
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MADRES SEPARADAS POR LA MUERTE

Historia de dos mujeres que se conocieron en una clínica debido al estado es gravedad de salud en que se encontraban sus dos hijos, luego de cierto tiempo una cansada de ver el sufrimiento de su hija decidió aplicarle la eutanasia, no la quería ver más en esa situación no porque no la quisiera por el contrario, se le partía el corazón de verla en esa situación. https://www.eltiempo.com/vida/salud/historia-de-dos-amigas-con-hijos-en-estado-vegetativa-donde-una-pidio-la-eutanasia-y-la-otra-no-195236

JENNIFER CEBALLOS CORTES | 24 nov 2018

¿Qué lleva a una madre a buscar que su hija deje de sufrir pidiendo para ella la eutanasia? ¿O por qué otra madre renuncia a su vida para entregarse al cuidado de su hijo en estado de coma por los años que sean necesarios? ¿Por qué dejar ir es amar? ¿Por qué también lo es permanecer? ¿Por qué tan contrario a sí mismo es el amor, como alguna vez escribió Luís de Camões, poeta portugués?

 

Esta es la historia del amor que Sonia y María Lucía sienten por sus hijos. El relato de un sentimiento que llevan incrustado en las fibras más sensibles de su humanidad y que no es otro sino el poderoso amor de madre. Pero también es un recuento de dolor, de una encrucijada que las enfrentó a decidir por quienes más querían. Y una lección de amistad, pues se hicieron amigas y confidentes en el camino.

Sonia y María Lucía son dos voces de la eutanasia en Colombia. La primera, precursora del derecho a la muerte digna en el país gracias a la batalla legal que emprendió para cesar el dolor de su hija Lina María. La segunda, la otra cara de una moneda que se niega a caer mientras gira: la de esperar paciente la muerte de su hijo Édgar Iván.

Aunque María Lucía jura que recuerda a Sonia y a sus inmensos ojos azules de la época de colegio, pues ambas viven en Funza y se llevan pocos años de edad, la relación que hoy las une comenzó por casualidad, porque compartían EPS y las atendía en casa el mismo personal médico.

Una terapeuta sirvió de mensajera. A Sonia le contó la historia de Édgar Iván y a María Lucía la de Lina María. Había una conexión. Los dos jóvenes estaban en condiciones muy parecidas: daño cerebral grave a causa de una hipoxia (falta de oxígeno).

“Con Sonia venimos hablando hace seis años. Ella es una guerrera y es mi aliciente en mi lucha con Iván. Me motiva el alma con sus consejos”, le dice Lucía a su amiga, mirándola a los ojos azules. 

Están en la sala de la casa de María Lucía, con Édgar Iván en su silla de ruedas especial a un costado, con la mirada perdida, como casi siempre. Se reunieron para una conversación sincera. 

María Lucía le confiesa por primera vez a Sonia que fue muy duro enterarse de que había pedido la eutanasia para Lina. Pero de inmediato, vestida de comprensión y antes de cualquier réplica, le manifiesta: “Sé que su decisión fue puro amor, amor adolorido, amor herido, tuvo que llegar hasta un grado de desesperación máximo viendo sufrir a su hija para pensar en esa opción. Y fue valiente, porque era más fácil dejar a la niña en cualquier clínica, olvidada”. 

“Eso es cierto. Nadie quiere vivir así”, responde Sonia. 

Las dos mujeres, tan cercanas en sus dramas como distantes en sus posturas, responden, al unísono, que decidir sobre la vida o la muerte cuando se agotan los tratamientos y una enfermedad no tiene reversa es un derecho legítimo de cada persona. O de cada familia, cuando es un ser querido quien queda en estado vegetativo. Aseguran que es una responsabilidad íntima.

El testimonio de estas mujeres es necesario en un momento en que religiones e instituciones tratan de sentar verdad desde sus feudos, con innumerables argumentos, sobre este controversial tema. “Yo llevo a Dios en mi corazón y puedo decir que ni la iglesia ni las organizaciones religiosas pueden opinar sobre la eutanasia, solo quienes hemos vivido y sentido enfrentarnos a una decisión así podemos opinar”, agrega Sonia. Y María Lucía asiente.

Desde mi punto de vista si está en nuestras manos dejar de ver sufrir a nuestros hijos debemos hacerlo.

 

 

 

 

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