DESDE MI PUNTO DE VISTA
La regulación del derecho a una muerte sin dolor no sustituye a la de la eutanasia. Ocupa un espacio autónomo, aunque para algunos sea peligrosamente colindante. El debate sobre la eutanasia sigue pendiente y alguna vez habrá que afrontarlo con sensatez y sin prejuicios ideológicos, como ya han hecho otros países. Con los avances médicos actuales no tiene justificación alguna que un paciente terminal sufra un periodo de sufrimiento físico en su tránsito definitivo. Que el Gobierno lleve a cabo la tarea de encauzar este derecho mediante proyecto de ley en el último tramo de una legislatura dominada por la crisis económica y el paro no le resta importancia social; sobre todo si su posible relevo al frente del Estado, el Partido Popular, considera que la regulación es superflua.
La nueva regulación no es improvisada. Se remite a las líneas de actuación de la Estrategia Nacional de Cuidados Paliativos elaborada hace pocos años por el Ministerio de Sanidad. El llamado caso Leganés y la persecución al doctor Luis Montes hacían ineludible un marco que respetara la voluntad del paciente y erradicara cualquier riesgo de inseguridad jurídica para los profesionales encargados de asistirle al término de su existencia.
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