Los últimos años en América Latina han estado marcados por una ofensiva neoliberal contra los gobiernos progresistas que movilizaron a los pueblos de la región en busca de la integración, la justicia social y reducción de la pobreza. Frente a esta ola de cambios en favor de las grandes mayorías se produjeron varios tipos de “golpes suaves” liderados por las derechas nacionales en ejecución de un esquema trazado hace años por los estrategas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en Washington.
El viejo “Plan Cóndor” ejecutado por gobiernos dictatoriales en la década de los años 70 y 80 logró eliminar físicamente a muchos dirigentes de la izquierda regional y desarticular partidos políticos y organizaciones progresistas en Suramérica.
La reacción popular ante estos crímenes revirtió la situación a finales del siglo pasado e inicios del actual y colocó en el poder mediante el mecanismo electoral a gobiernos progresistas en Venezuela, Argentina, Brasil, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Nicaragua y El Salvador.
Sin desconocer errores en la conducción de algunos de estos procesos, en Brasil la derecha logró derrocar al gobierno de Dilma Rousseff mediante un golpe judicial y pretenden ahora impedir la postulación del ex presidente Lula da Silva con un juicio y condena sin pruebas.
La Argentina que salió de una larga noche neoliberal con los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández, perdió las elecciones el 2015 frente al candidato empresarial Mauricio Macri, quien derrumbó las conquistas populares logradas y colocó al país en crisis nuevamente.
Con diferentes variantes la derecha retornó a posiciones de gobierno en Paraguay, y mediante el mecanismo electoral alianzas y movimientos populares revolucionarios cedieron cargos y posiciones a partidos tradicionales y empresarios en Ecuador y El Salvador.
En Nicaragua el gobierno del Frente Sandinista, electo con alto apoyo popular en las elecciones de 2016 con más del 70 por ciento de los votos válidos, enfrenta hoy una profunda crisis que ha logrado desestabilizar el país y romper la habitual tranquilidad ciudadana.
Venezuela, pese a la guerra económica y los intentos de golpe de estado y desestabilización que enfrente desde la llegada al poder por vía electoral del presidente Hugo Chávez en 1998, logró este mes la reelección del presidente Nicolás Maduro con el 68 por ciento de votos y su pueblo se mantiene firme en la defensa de sus conquistas.
Y Bolivia, país que lidera el crecimiento económico de Suramérica durante los últimos años y ostenta impresionantes cifras de reducción de la pobreza, enfrenta desde el 2006 intentos de la derecha por dividir el país e impedir la reelección popular de Evo Morales el 2019.
Cabe preguntarse, ¿cuáles son los rasgos comunes que establecen un patrón en este nuevo Plan Cóndor cuyo nuevo objetivo no es matar dirigentes sino desmoralizarlos o inhabilitarlos para seguir en el poder?
Un primer rasgo del libreto de Washington es el escalonamiento y superposición de conflictos que impidan a los gobiernos progresistas concentrarse en los objetivos transformadores que reclamaron las masas populares el elegirlos.
Al surgir un conflicto, de manera increíblemente “coincidente” los principales medios de comunicación en poder de la derecha propician potenciarlo y antes de que éste llegue a su clímax la derecha hace surgir un nuevo conflicto, y así sucesivamente.
Un segundo punto es buscar pretextos para descalificar moralmente a los dirigentes populares, en especial a los líderes de los procesos de cambio social y a su entorno, mediante intentos por vincularlos a hechos de corrupción, inmoralidad o ineptitud para gobernar.
El principio expuesto por Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Adolf Hitler de que una mentira repetida mil veces acaba por considerarse verdad, es el mecanismo utilizado para ese objetivo, ahora con el dominio que tienen de las redes sociales que manejan el perfil de todos sus usuarios para influir mejor en la matriz de opinión.
Un tercer punto común es la “fabricación” de mártires de las protestas sociales, cuyas muertes en Venezuela fueron comprobadas como obra de francotiradores de los opositores contra sus propios seguidores para imputar el crimen a fuerzas policiales o defensores del gobierno.
Cuarto rasgo común en las recetas de Washington reveladas en varios documentos públicos es romper la tranquilidad ciudadana y sembrar el terror mediante grupos organizados: “guarimbas” en Venezuela, “maras” en El Salvador o pandillas en Nicaragua, entre otras formas de promover violencia.
Quinto y no menos importante, es el respaldo de organismos internacionales y del gobierno de Estados Unidos para boicotear los intentos integracionistas regionales y amenazar con sanciones a los gobiernos progresistas aplicando la clásica “zanahoria y el garrote”.
El financiamiento exterior y de las derechas locales a los intentos desestabilizadores pretende ocultarse bajo el manto de “apoyos populares” y el infaltable “manto protector” de medios de comunicación propiedad de la derecha o comprometidos con ella.
Muchas aristas tiene este nuevo Plan Cóndor. El tema está abierto.
(Tomado de Prensa Latina Bolivia)
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