No es que hiciera falta ningún estudio para probar esto, pero una investigación publicada este verano se suma a otras anteriores que corroboran lo que nos temíamos: el uso del celular, que con frecuencia nos priva de intercambios tan básicos como una simple sonrisa con los desconocidos con los que nos cruzamos en el día a día, también tiene un costo en este sentido para nuestro bienestar y sensación de pertenencia.
Los psicólogos de la Universidad de British Columbia Elizabeth Dunn y Gillian M. Sandstrom probaron ya en 2013 el potencial de las conversaciones cortas con desconocidos para subir los ánimos.
En uno de sus experimentos, pidieron a los participantes que entrasen en una cafetería. La mitad entraba al establecimiento, pedía una bebida y se marchaba rápidamente, mientras que la otra mitad de los participantes entablaba una conversación con el dependiente. Lo que encontraron es que la gente que se quedaba y se tomaba la molestia de transformar la transacción meramente económica en algo social salía de mejor humor de la cafetería y tenía una mayor sensación de pertenencia en su comunidad.
Otros expertos han estudiado que incluso un contacto visual breve tiene un efecto positivo para hacernos sentir integrados.
Los científicos sociales Nicholas Epley y Juliana Schroeder se acercaron a los usuarios del servicio de cercanías de Chicago y les propusieron, a cambio de un modesto vale regalo intercambiable en una cadena de cafeterías, participar en un experimento durante su viaje. A un grupo se le pidió que diese conversación a la persona sentada en el asiento de al lado. Al otro, que mantuviese el comportamiento habitual de desentenderse del mundo. Los del primer grupo tuvieron, según explicaron después, una experiencia bastante más agradable.
Si te da apuro hablar con un extraño, no eres el único. Cuando Epley y Schroeder preguntaron a otras personas cómo creían que se iban a sentir después de entablar conversación con el de al lado, los viajeros pensaron que su viaje sería más placentero si se mantuvieran calladitos y a sus cosas. La mayoría de la gente pensó que sería difícil comenzar una conversación, y supusieron que nadie querría hablar con ellos. Pero la realidad fue que ninguno de los participantes sufrió ningún desaire. Y las charlas fueron, según dijeron después, agradables.
Los desplazamientos diarios para ir al trabajo están entre las actividades cotidianas a las que asociamos menos emociones positivas, de acuerdo con un estudio de la revista Science. Pero no tendría por qué ser así. Estamos siguiendo una conjetura falsa. La cuestión es que si te enchufas al Whatsapp en lugar de charlar con el vecino pierdes una oportunidad de conectarte.
Cuando hablamos con extraños tendemos a mostrar nuestra cara más amable; somos mucho más gruñones con los seres queridos. El error es que asumimos que nuestro bienestar depende de las relaciones más estrechas, y no de los personajes secundarios en nuestra vida cotidiana. Y, sin embargo, las interacciones con estas personas influyen tanto en nuestra felicidad, argumentan estos científicos, como las que mantenemos con las personas con que compartimos la vida.
Incluso la más leve conversación puede hacer una diferencia. “ El simple reconocimiento de un extraño en la calle puede aliviar su angustia existencial; y el hecho de que nos reconozcan supone lo mismo para nosotros”, señalan.
Esto es, además, contagioso. Cuando una persona toma la iniciativa de hablar con otra en una sala de espera, dicen Epley y Schroeder, ambas personas tienen una experiencia más positiva. Lejos de sentirse molestos, también así se mejora el bienestar de los extraños. “ Cuando hablamos con extraños, podríamos ganar mucho más que el tiempo que tememos perder”.
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