Tardó años y años en demostrarse que el tabaco provocaba cáncer, enfermedades cardiorrespiratorias e incluso la muerte, del mismo modo se tardó en garantizar que los fumadores pasivos sufrían resultados similares. Pues bien, se acabó manifestando que tenemos ante nosotros un gran peligro: la contaminación nos convierte a todos en fumadores pasivos.
Según las cifras de la OMS, el 23% de las defunciones en el mundo son causadas por vivir o trabajar en entornos poco saludables. Los peligros ambientales −como la contaminación del aire, el agua y el suelo, el uso de productos químicos, el cambio climático y la radiación ultravioleta− provocan cientos de enfermedades y traumatismos. Hemos llegado a un punto complicado, ya que respirar el aire de nuestras ciudades es peligroso para nuestra salud. El número de fallecimientos prematuros por la polución podría ascender de manera excesiva de aquí a 2050.
«La contaminación es una preocupación relativamente nueva de la salud pública y el verdadero alcance del problema ha salido a la luz en los últimos diez años», declara Benjamin Barratt, profesor de Ciencia de Calidad del Aire del King’s College de Londres. Este tipo de análisis han señalado los nefastos efectos que generan todo tipo de partículas del aire que ingerimos hasta que llegan a nuestros pulmones. Los casos de infarto, ictus y cáncer de pulmón han incrementado del mismo mono de los niveles de sustancias contaminantes en las ciudades europeas.
Sin embargo, otras investigaciones han destacado que la contaminación −hasta ahora relacionada casi exclusivamente con las enfermedades respiratorias y el asma− también afecta al cerebro. «Está muy demostrado el efecto que la contaminación tiene sobre el aparato respiratorio y, especialmente, sobre el sistema vascular, pero se ha demostrado que también está ralentizando la actividad de nuestras neuronas», explica Jordi Sunyer Deu, director adjunto e investigador del Centro de Investigación en Epidemiología Ambiental (CREAL) de Barcelona.
Ésta declaración que ha manifestado dicho centro, obtuvieron los resultados midiendo los niveles de contaminación que se concentran en las escuelas de Barcelona. Luego, analizaron la evolución cognitiva de todos los alumnos. «Y lo que encontramos fue que los niveles de contaminación en las aulas y en los pasillos estaban relacionados con el desarrollo de las funciones cerebrales y también con los síntomas clínicos de problemas de conducta», explica Jordi. Después de ejecutar pruebas del cerebro meda través resonancia magnética funcional (IRMf), los resultados indicaron que los cerebros de los niños que solían estar en áreas contaminadas respondían de manera mucho más lenta a los estímulos visuales y auditivos.
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