El hombre de los ojos grises

Aquellos ojos, únicos, con una tonalidad gris inigualable que hasta el momento no se han vuelto a ver pero todos ansían encontrar. Amable. Gracioso. No muy alto. Bastante flaco. Cabello negro, más bien poco y muy liso. Su dentadura blanca bien cuidada y un diente de oro. Su risa, era una melodía tan contagiosa que alegraba el día de cualquiera. Tenía dos tipos de sonrisas, la sonrisa pícara, la que aparecía cuando hacía bromas. Y la sonrisa de felicidad, la que siempre aparecía al ver a sus hijos y a sus nietos.

Siempre se veía bien vestido, su camisa a rayas obligatoriamente planchada y su pantalón de drill sin una sola arruga. Era una persona del campo, humilde, pero reconocido en su pueblo por su liderazgo. Le encantaba la política y ayudar a su gente. No tuvo una vida fácil, muchos hijos poco dinero, pero nunca se rindió y hasta el día de hoy sus hijos aún agradecen todo lo que hizo por ellos.

Amaba a su esposa, ella era lo más preciado que él tenía, su amor hacia su Noelia fue tan grande como el océano, y hasta su último aliento la amo con todo el corazón. Fue un hombre muy sabio, y sin necesidad de ser estricto les dio lecciones de vida a sus hijos que perduraran para siempre en su memoria.

Su corazón se rompió al perder a una de sus hijas, pero logró recuperar la fortaleza para seguir adelante y criar a las dos nietas que su hija le dejó.  Era muy paciente, nunca se le veía enojado excepto en una celebración de año nuevo que festejó con la familia, si alguien hubiera sabido que sería su último año nuevo se habría impedido que él se enojara de la forma en que lo hizo.

Su finca era el objeto más preciado, amaba ver su casa pintada de azul, los techos y las puertas rojas. Le gustaban los animales, nunca le podía faltar su vaca, de la cual se hacía cargo, el gato al cual siempre molestaba, y un perro de raza pequeña que siempre le hacía compañía.

Le gustaba pasar las tardes sentado en su perezosa mirando el paisaje. Al llegar el anochecer se lavaba los pies para irse a acostar, Le gustaba comer fruta pero siempre sin cáscara, en la finca había un mandarino, pero solo él podía bajar las mandarinas de aquel árbol.

Con el tiempo fue enfermando, perdió el apetito poco a poco, se puso pálido y ya no irradiaba la alegría de siempre. La última vez que lo vi, no pensé que sería la última. Me despedí de él pensando que la próxima vez que fuera a la finca lo vería, pero no fue así. Todo el pueblo acudió a su despedida, su muerte fue muy repentina y el corazón de todos los que lo amaban se rompió.

La finca no volvió a ser la misma, después de su partida, el  gato desapareció y el árbol de mandarina se secó, fue como si la misma tierra hubiera sentido la partida de mi abuelo.