Un ciudadano de la antigua Grecia, no concebía el individualismo como tal, puesto que el yo, estaba conectado irremediablemente con la realidad del mundo circundante, e inclusive las leyes no se derivaban de la voluntad colectiva, mucho menos individual, sino respondían también a una realidad acorde a los verdaderos requerimientos de la comunidad. Para el griego, la ciudad y las leyes eran sagradas, la polis era la responsable de la educación y además representaba el fin último del individuo, entrecruzando sus dominios entre lo espiritual y lo físico, pues trataba de entablar un estado de equilibrio entre la dualidad humana; dicho de otro modo, el areté que bien podría definirse como la excelencia académica, física y moral del ciudadano, es el fin de la paideia, (educación) y la paideia el fin del individuo. La manera en la que esta cultura pone en práctica la integridad educativa de sus miembros, se podría resumir así: primero se enseña al alumno la realidad, segundo se le enseña a ser una persona virtuosa, dos objetivos inseparables e indispensables bajo la concepción de la paideia.
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