Diluvio y adiós

¡Pronto, que la lluvia nos alcanza! A lo lejos, nos persigue voraz; rayos y lágrimas que asemejan vívoras, paso de una calle a otra lo más rápido que puedo. El nuevo camino, terroso y abandonado, se extiende ancho más de lo normal; un lamento tras otro, no creo poder llegar, correr no es suficiente, volar tal vez. He sido atrapado: balas de pintura me alcanzan, densas y heladas, que duelen al contacto, caen al cumplir con su tarea: picarme cual ave rapaz y estropear mi rumbo, no hay fin, la angustia me invade, me deja en el olvido, falto de abrigo; perezco por descuido, el fuego, ¡más bien su antónimo! (el símil es muy preciso), corta mi piel sin clemencia, -¡no llores conmigo y apártate! -grito, nunca rezo - ¡¿acaso es esto un castigo?! - ¿será el infierno que ha triunfado en mí? Mi recorrido no tiene fin y al pasar por la terrible inundación, mi pie abandona para chocar con una roca; mi cuerpo quiere continuar pero no puede, rápido caigo, presa del momento que el vuento se compadezca de mi piel, que rasposa, ya no sabe si sientir dolor o un placer inmundo, mi mente: más sombría que nunca trata de luchar con el supuesto mar que alcanza ya mi pecho: nunca aprendí a nadar... en las notas informativas más morbosas: Un hombre muere como un barco a la deriva.