La Nahuala

Cuando Juana nació, llegó un perro grande y negro, llegó a echarse fuera del jacal donde su madre sufría los dolores del parto. El pueblo decía que Juana era la hija del Nahual. Por la noche, el padre de Juana salió por unas hierbas al cerro para calmar las fiebres de su esposa parturienta, pero nunca regresó. 20 años Juana tuvo como único amigo al perro que llegó el mismo día que ella. Todos en el pueblo le tenían miedo, Juana era hermosa, retraída y soñadora. Durante el día paseaba por el pueblo con su enorme animal a un lado, todos hacían la señal de cruz y se presignaban al verlos pasar, ella ya se había acostumbrado.  En ocasiones hasta se divertía diciendo “perro, ataca”, moría de la risa viendo correr a la gente que estaba cerca. Ella nunca había entendido como es que su perro no envejecía, se preguntaba si en verdad era el Nahual y descartó la idea porque no tenía sentido, aunque en ocasiones soñaba con la posibilidad de que algo mágico existiera. Cuando lo veía a los ojos descubría siempre un brillo diferente, había historias en ellos que jamás serían contadas. Un día despertó en mitad de la noche, su perro no estaba donde habitualmente se echaba. Lo buscó en silencio. Al pasar junto a la choza de su madre, escucho jadeos y quejidos, su curiosidad la llevó a correr el trapo que servía de puerta. La escena que vio no supo cómo describirla: había una especie de hombre y animal haciéndole el amor a su madre, no supo qué decir y quería decirlo todo, se sentía traicionada. Corrió hacia el pueblo, y mientras corría sentía que su andar se hacía más ligero, sentía que volaba, el camino se hacía más corto. Empezó a correr con las manos, su cara se alargaba, su olfato se agudizó, su vista extraordinaria y al llegar al frente de la iglesia la metamorfosis era perfecta, un hermoso animal color negro y grandes ojos sacaba la lengua agitado y resignado, en el fondo siempre supo que era la hija del Nahual.