Redactado por: Felipe Toledo
Foto: La Vanguardia
En un gesto inutil les envió todos sus nutrientes para salvarlos, pero a medida que pasaba el tiempo, las raíces de aquellos se hacían frías y los gritos se ahogaban en un silencio sepulcral.
Cuando la muerte lo había rodeado, la sensación de impotencia lo asfixió, entonces, el Árbol Groen dijo al búho blanco con nostalgia:
Poco después ambos escucharon el rugido de la muerte.
Grimbol era un bosque virgen con 2000 años de edad y desde sus inicios los primeros árboles entendieron que necesitaban aliarse para subsistir. A través de las raíces se conectaron para compartir nutrientes y comunicarse, y a medida que nacían más árboles se fue conformando una comunidad que dio origen al bosque milenario.
Cuando Grimbol tenía 700 años de edad nació Groen, justo en el centro del bosque. Groen creció de forma descomunal hasta convertirse en el Árbol Madre, cuyas ramas se conectaban con todas las demás, llevando nutrientes a lugares muy distantes de su ubicación, en donde entablaba estrechas relaciones de amistad.
Pero el círculo social del gigante verde no se reducía a su propia especie. Cuando cumplió su primer milenio se percató de su fascinación por las aves. Estos seres hacían volar su imaginación cuando le hablaban del azul del cielo, de gigantescas montañas con nieve en sus picos y de interminables océanos. Pero de todas las aves, los búhos se convirtieron en sus favoritas. Esta especie era conocida por tener grandes cuentacuentos, y Groen reverdecía cada vez que le contaban las batallas épicas entre búhos y lechuzas por el dominio de la noche. Todas estas historias las transmitía a su comunidad a través de las raíces, quienes hacían danzar sus follajes con cada final en que el bien derrotaba a la maldad.
Uno de esos cuentacuentos le había hablado al Árbol Madre sobre Zígor, un búho blanco inmortal que andaba por el mundo dando profecías que según él recibía en los sueños. Durante varios siglos Groen pensó que se trataba de un mito, hasta que una mañana de otoño un ser se posó sobre su rama más robusta, provocándole un corrientazo que lo sacudió.
El búho blanco y el gigante verde no tardaron en hacerse grandes amigos. Zígor, además de contar historias, que era algo básico de su especie, se adentraba en profundas reflexiones filosóficas sobre la existencia, la complejidad de la vida y la trascendencia del amor, por lo que pasaban noches enteras debatiendo sobre todo tipo de temas que abrieron la visión de Groen, haciéndole sentir como una diminuta hoja de un gran árbol llamado Dios.
Cuando la amistad se sentía más robusta que nunca, el búho vino una noche y se posó sobre la rama más delgada del Árbol Madre, y de manera extraña permaneció en silencio durante más de una hora. A partir de ese momento, un terrible presentimiento angustió al árbol, sentimiento que fue corroborado cuando Zígor le dijo:
Dichas esas palabras, Croen pidió al búho blanco que lo dejara solo y aunque la premonición lo angustió, se forzó a creer que Zígor estaba equivocado, y que era imposible que, en 2000 años de vida del bosque, se aparecieran por allí los homosapiens con una intención tan ilógica como esa.
La angustia que sintió el gigante verde desapareció con los días, pero casi un mes después recibió un comunicado a través de las raíces que provenía de los árboles de la zona sur del Bosque. Ellos informaron con mucho entusiasmo a Groen que por fin habían conocido a los homosapiens, debido a que un pequeño grupo de ellos había llegado a esa zona, dando muestras de afecto y encadenándose a sus troncos, algo que no lograban comprender.
Esta noticia le arrebató de inmediato la paz al árbol líder, quien pidió al búho blanco que volara hasta el sur para ver de cerca y traerle de vuelta más información. Zígor fue esa misma noche y al regresar de madrugada le contó que era un reducido grupo de homosapiens conocidos como indígenas, quienes se esforzaban por preservar la Naturaleza de las garras de la codicia.
Saber de los indígenas y de su aprecio por la Naturaleza alivió a Groen, pero una semana después de la llegada de los primeros homosapiens, al sur del bosque llegó un grupo mayor. El búho blanco, que servía de informante, presenció la disputa que hubo entre los indígenas y quienes recién llegaban, y cuando regresó a Groen le explicó que el grupo que confrontaba a los indígenas estaba a cargo de un homosapiens llamado Ernest Sierra, quien quería talar Grimbol para suministrar de material a sus empresas de prensa que necesitaban toneladas de papel.
Pasaron tres días de discusiones acaloradas entre ambos grupos. Sierra, al ver que no se llegaría a ningún acuerdo, regresó al puerto más cercano a través del río por donde había llegado, y desde allí escribió a Gregorio Sanclemente, el Ministro de Desarrollo del país con quien mantenía estrechas relaciones de conveniencia. El empresario de periódicos le explicó a su amigo los percances con los indígenas, y Sanclemente le respondió días más tarde que enviaría hombres para que solucionaran el asunto.
Dos semanas después llegaron al sur de Grimbol un grupo de treinta homosapiens uniformados que, según las informaciones de Zígor, se hacían llamar como soldados del Ejército Nacional. Uno de ellos llevaba en sus manos un papel con el que alegaba a los indígenas que debían retirarse por orden del Gobierno, ya que estaban obstaculizando el Plan de Desarrollo. Los indígenas, que se negaban a obedecer las órdenes, fueron amenazados de muerte por los soldados, quienes advirtieron que tenían cinco minutos para dispersarse o abrirían fuego. Pasaron cuatro minutos en completo silencio, hasta que uno de los indígenas gritó: “¡Manada de bestias! ¿No pueden entender que necesitamos a los árboles para vivir?”. Sabiendo lo que estaba por ocurrir, el búho blanco evitó ver esa escena y alzó vuelo, segundos después escuchó el soplo de la muerte a sus espaldas.
El trágico evento se difundió a gran velocidad en la red de comunicación bajo tierra, desatando el pánico en toda la comunidad. Croen, buscando evitar que los ánimos se vieran todavía más afectados, guardó silencio sobre la premonición del búho, por lo que sufría en soledad la certidumbre de la muerte.
Casi una semana después de lo ocurrido, de nuevo llegaron a Grimbol los hombres de Sierra. Esta vez, sin obstáculos en el camino, emprendieron su cometido. De pronto la red de comunicación bajo tierra estalló en gritos de dolor y lamento, los cuales inundaron de terror a toda la comunidad. El Árbol Madre, en un intento desesperado por salvarlos, les envió todos sus nutrientes, razón por la que perdió gran parte de su follaje, que ya había estado cayendo a causa de la angustia. Los sonidos infernales solo se detenían en las noches, cuando los homosapiens dormían, y en esos momentos el gigante verde aprovechaba para relatar, con una voz desesperanzada, aquellos cuentos en que el bien triunfaba sobre el mal. Pero al sentir sin vida las raíces de cientos y cientos de árboles que había estrechado con amor durante siglos, se convenció de que la premonición del búho blanco era cierta.
Las tinieblas de la muerte avanzaron sobre Grimbol, y una noche, cuando estaban muy cerca de Croen, Zígor se posó sobre la copa del Árbol Madre. Trató de entablar una conversación con él pero el gigante verde ni siquiera tenía fuerzas para hablar. Se mantuvieron toda la noche en silencio, hasta que a las tres de la mañana el ave le dijo:
A la mañana siguiente los hombres estaban frente a Croen. Antes de encender la sierra eléctrica, Ernesto Sierra pidió que le tomaran una foto con el gigante verde, diciendo que el mundo debía enterarse de que había sido él quien se había adueñado de esa maravilla. El Árbol Madre, invadido por la sensación de impotencia, se esforzó por decir al búho blanco:
Confortado por la presencia de su amigo, Croen pronunció sus últimas palabras:
Poco después, ambos escucharon el rugido de la muerte.
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