Cruz Vélez es el representante más conspicuo del saber filosófico. La observación tiene un significado que debe explicarse. Pues en lo que concierne a esta disciplina, no se limitó a introducir las corrientes filosóficas del siglo XX, sino que debió crear una tradición que no existía en el país. La filosofía entre nosotros había sido un instrumento para sustentar dogmas religiosos o políticos. Una disciplina cuya tarea esencial fue eminentemente justificadora. En manera alguna, el saber crítico que la ha caracterizado desde su época inicial en Jonia.
En el prólogo a Tabula rasa (1991), Cruz Vélez, al explicar este concepto, advierte que con él no alude a la teoría de una mente limpia de contenidos, previa a todo proceso cognoscitivo, sino a las intenciones de toda actitud filosófica frente a los saberes heredados o recibidos a través de las múltiples formas de aprendizaje, es decir, las de someterlos al más riguroso examen, con el propósito de desenmascarar sus falacias y los prejuicios en que se apoyan. Un concepto que se aproxima al de ídolos introducido y desarrollado por Francis Bacon: las falsas nociones, las palabras sin sentido, los dogmas en que se ha convertido el saber, aquellos aspectos que por haberse enquistado tan fuertemente en amplias zonas de la mentalidad colectiva se los ha considerado libres de cualquier duda. Es por lo demás el espíritu crítico que rige toda la obra de Cruz Vélez.
Nueva posición La alusión a los conceptos de tabula rasa y de ídolos podría dejar la sospecha de que Cruz Vélez ha tomado una dirección empirista en sus investigaciones filosóficas. No es así.
Su universo conceptual y temático tiene su origen en la filosofía alemana moderna. Su primera obra, Nueva imagen del hombre y de la cultura (1948), es un libro que muestra ya, en plena juventud, la mentalidad filosófica del autor. Una obra ligada al pensamiento de Max Scheler, de quien ha llegado a decir que representó su mayor influencia al comienzo de su carrera filosófica. El tema de que trata -la antropología filosófica- es uno de los que más atención recibieron por parte del pensamiento europeo durante las primeras décadas de este siglo. Su propósito, el de buscarles fundamentos metafísicos a las disciplinas filosóficas que tratan del hombre y de la cultura.
En Aproximaciones a la filosofía (1977) nos ofrece una nueva versión del problema. Sin duda había quedado insatisfecho con la solución que había ofrecido en Nueva imagen. Hay que observar que entre las dos obras media un largo período, y que durante este vivió siete años en Alemania consagrado al estudio de la filosofía contemporánea, en especial de las obras de Edmund Husserl y Martín Heidegger. La influencia del último filósofo citado será la determinante en sus escritos posteriores. A partir de esta nueva posición, el hombre es visto no en razón de su esencia y de sus relaciones con la cultura, sino de su existencia, como modo de ser del hombre, y de la libertad o trascendencia como categorías fundamentales del ser de este ente. El carácter trascendente indica que el hombre sale de la naturaleza para ir hacia la cultura o el mundo, entendiendo este como el conjunto de posibilidades esbozadas por el hombre en cada caso.
Aproximaciones a la filosofía se coloca en la misma línea de intereses de Filosofía sin supuestos (1970), su obra de mayor aceptación en la comunidad filosófica internacional.
Este último libro está dedicado a revelar los supuestos de una filosofía que buscó siempre prescindir de ellos y a discutir el carácter de ciencia que se le ha dado. Se trata de mostrar cómo Husserl no puede destruir, en su tarea de lograr una filosofía como ciencia rigurosa, el suelo en que se mueve, es decir, no puede superar la metafísica de la subjetividad. Se limitó Husserl a señalar los supuestos que caen del lado del objeto.
Conceptos fundamentales\ Heidegger continúa la tarea de su maestro y lleva la crítica de los supuestos del lado del subjetivismo . Sus propósitos son los de superar la metafísica que se inicia con Descartes, lo que le permitirá al autor de Ser y tiempo reorientar, en una dirección totalmente nueva, el pensamiento filosófico.
Entre los supuestos implícitos en la obra de Husserl, señala Cruz Vélez el carácter de ciencia fundamental que le reconoce a la filosofía. Sin embargo, tanto desde un punto de vista teórico como por la naturaleza de los juicios de ambas disciplinas, considera que debe negársele tal carácter. Los argumentos de Cruz Vélez están encaminados a mostrar que la filosofía no fundamenta sus juicios como las ciencias particulares, retrotrayéndolos al objeto de que tratan, pues mientras a las ciencias se les da este de antemano, a la filosofía le toca construir el suyo. Pero sobre todo porque no se ocupa de ningún ente en particular sino del ser en tanto condición de posibilidad de la permanencia de los entes; e históricamente, por cuanto ha precedido a la formación de los sistemas científicos.
La negación del carácter científico de la filosofía y la separación entre el ser, como el campo de su investigación, y los entes como objetos de las ciencias particulares, no anula sin embargo la relación entre la metafísica -que se identifica con la filosofía-, y las ciencias: aquella es la que ofrece a esta un concepto previo de su objeto como también los conceptos fundamentales para llevar a cabo su labor.
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