El fatídico “Día Cero”, fecha en la que presuntamente ya no saldrá más agua de los grifos es una posibilidad real en muchos lugares del mundo. En Ciudad de México, por ejemplo, se dice que los chicos que hoy van al kinder no tendrán agua disponible cuando lleguen a la universidad.
Del total de agua que existe en el mundo, sólo 3% es agua dulce y de ella apenas 1% es agua superficial de fácil acceso. El resto son glaciales. Lamentablemente las pocas fuentes de agua del planeta, una vez utilizadas, son convertidas en basureros de desechos orgánicos. Las llamadas aguas servidas se vierten a cuerpos de agua y, finalmente llegan al mar, donde por el exceso de materia orgánica proliferan las algas, mismas que acaban con el oxígeno y provocan la eutrofización.
Las consecuencias son nefastas. Por ejemplo, se incurre en la destrucción de los arrecifes de corales, principal “sumidero” de dióxido de carbono (CO2) del planeta. A esto se debe, entre otras causas, el cambio climático, ya que el planeta redujo su capacidad de autorregulación, provocándose un incremento en la gradiente térmica. Veranos más calurosos e inviernos más fríos documentan el, por paradoja, escalofriante calentamiento global.
Pero las catástrofes climáticas no se limitan a inundaciones o a la extinción de plantas y animales; su dimensión alcanza a otros ámbitos, el político, social y económico. El máximo peligro de esta abrupta gradiente climática no radica en la degradación de la naturaleza -ya que en el largo plazo de los tiempos geológicos el equilibrio retornará-; el riesgo consiste en un colapso civilizatorio, con la desintegración de sociedades enteras y millones de personas empujadas irremediablemente a la muerte a causa de la escasez de agua potable y los alimentos, a las carencias sanitarias y, en fin, lo que ya se ve, a dramáticas migraciones masivas.
El agua es, así, una herramienta política; su acceso y posesión son determinantes para el desarrollo. La industria y el mayor uso de la energía inducen a los líderes y a ciertas organizaciones a condicionar su otorgamiento a cambio de favores y canonjías.
La necesidad del vital líquido se ha incrementado no sólo por el crecimiento de la población mundial, que se triplicó en el siglo XX, sino por el consumo per cápita que se multiplicó por siete en ese mismo periodo (1). El mayor uso del agua se debe a los hábitos y patrones de consumo de la civilización moderna (huella hídrica). Un habitante urbano consume en promedio tres veces más agua que un habitante rural, al extremo de que un ciudadano norteamericano utiliza en promedio casi 600 litros de agua al día, mientras un africano consume en promedio sólo 6 litros diarios.
Por eso, cuando grandes extensiones de tierra fértil para la agricultura y la ganadería se conviertan en desiertos a causa de las sequías y otros fenómenos, se desatarán embates belicistas en procura de retener o usurpar las últimas gotas del oro azul y los residuos de lo que otrora eran fuentes de vida. En suma, el control de las fuentes de agua es hoy un problema de seguridad y de sobrevivencia humana. El estrés hídrico se acrecienta en diversas partes del mundo y ya se hacen frecuentes los conflictos, con grados de exterminio, por el control del acceso a los yacimientos de agua dulce en diversas zonas de África.
Hoffmann y Requena (2) plantean que los polos y los territorios sobre 4000 msnm sufrirán un incremento de hasta 4 grados en la gradiente térmica por el calentamiento global (el doble que el resto del mundo). Esto significaría, por ejemplo, el derretimiento de las nieves y la evaporación de los lagos en el altiplano boliviano. Es dramáticamente urgente buscar y proponer soluciones ahora. Construir diques, represas, tanques de cosecha de agua de lluvia, pozos, impulsar la permacultura y todo lo necesario para que estos lugares, donde se concentran las principales ciudades de Bolivia, no se conviertan en un desierto en la alta montaña andina en los próximos años.
(1) Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI). Carta geológica, Ciudad de México, Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática. México, 2007.
(2) http://cambioclimatico-bolivia.org/archivos/20130324041101_0.pdf
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