Por: Carla Baldivieso
Para pensarnos más allá de lo aparente…
Las estrategias de golpes blandos para derrotar a los gobiernos progresistas, tienen como bases para la acción a las juventudes que fuimos formadas en la década perdida de los 90s. Juventudes con el desafío de recuperar nuestros pasados, a las que nos toca apreciar un gran avance tecnológico y sus consecuencias (tales como la transformación de los tiempos naturales – humanos), en una época caracterizada por la cultura de la imagen y por el sentir de vivir el presente en tiempos de la inmediatez.
Cultura representada en cierta medida (al menos para los y las jóvenes de áreas urbanas de clases medias cada vez más grandes en proporción poblacional), por los libros que se encuentran en los pocos lugares de venta de Tarija, libros de “superación personal”, de autoayuda, hecho que no es departamental sino global, como menciona Monedero (2017): “que curioso que los libros de autoayuda están McDonalizados, son iguales en todos lados”. Libros que te alejan de la colectividad en lugar de acercarte a ella, que como todo lo que viene para la reproducción de personas que no cuestionen al sistema, invitan a la individualización para el “éxito”.
Este fenómeno es ampliado en las redes sociales, las mismas, encubiertas en un manto aparente de diversidad, generan sociedades alternas que se cristalizan en las sociedades objetivas, en las que el muro entre lo digital y lo real es cada vez menor, “sociedades red”, que dan frutos en la acción política efectiva, es decir fuera de redes. Son estas sociedades digitales las que profundizan los estereotipos y la homogeneización de la humanidad necesaria para la reproducción del capital, pero también apertura espacios para resistencias y desafíos.
En este contexto, juventudes que se presentan como “apolíticas”, son serviles a la política comandada por élites. En sus idearios y sentimientos, las ideas – palabras y las subjetividades que estas conllevan, aún están presentes al evocar términos como “patria”, “democracia”, “dictadura”, “revolución”, “resistencia”, “ciudadanía”… términos empleados pretendiendo constituirse en dispositivos de poder a partir de núcleos de fuerza que tratan de recuperar un poder disminuido, un poder de élites mermado por la acción reivindicativa del pueblo, dando paso a un proceso de transformación de las estructuras del Estado Boliviano desde el 2006.
A la vez que estas juventudes se movilizan, manipuladas por dispositivos de poder hegemónico mundial, agrupaciones de mujeres en el país adoptan el discurso de “la mujer”, hablan de la madre, de la hermana, de la hija, de la joven, para representarse, sin considerar que en lugar de subordinadas a un título, a una edad, o a una relación con las demás personas, las mujeres merecemos respeto y somos dignas como seres vivientes. Tampoco se reivindica la diversidad de las mujeres en un sentido amplio, sino que en los hechos se plantea a la mujer como una identidad homogénea.
Estas agrupaciones, incluso utilizan símbolos de resistencias de los pueblos, tales como banderas, pañoletas, idiomas... como una forma de utilización de los y las subordinadas y de sus luchas, como una muestra de su incapacidad de hablar desde su ser mujer y queriendo adoptar formas y discursos que corresponden a verdaderas luchas por la reivindicación, no a manifestaciones que en apariencia claman por revolución, pero en realidad son la continuación de un sistema capitalista, patriarcal, colonial, haciendo justamente lo contrario a lo que los símbolos, discursos y formas que - malintencionadamente o ingenuamente - utilizan realmente encarnan.
No basta entonces con conformar colectivas de mujeres, si las mismas no tienen fundamentos políticos para la verdadera reivindicación de nosotras como la mitad de la humanidad, no basta con tomar banderas de lucha si las mismas plantean la “igualdad de género”, como si el género no sería una categoría que justamente interpela las construcciones sociales “de género”. No basta entonces sentirse mujer política si es que esto es servil para escalar, si es que continuamos generando jerarquías entre nosotras mismas y somos absorbidas por la institucionalidad.
No hay revolución de la mujer desde lo político partidario jerárquico, desde la institucionalidad, desde la ONG, desde el “indicador”, sino desde nuestro ser mujer, desde el re encuentro con nuestra ser histórica, y el re encuentro por tanto con las luchas de nuestras antepasadas y antepasados.
Recuperemos entonces nuestras banderas de lucha, recuperemos la capacidad de dudar de lo aparente, recobremos la ingenuidad que nos da el confiar en nuestras sociedades, y a la vez la coherencia de cuestionarnos a nosotras y a nosotros mismos, para dejar de ser objetas y objetos, y ser verdaderamente sujetas y sujetos de cambio para la construcción de una igualdad que sea un derecho de partida, y no de llegada.
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