Uno trata de ponerle el mejor humor a todo, y buscarle el lado bueno a la vida, si es que existe, pero hay límites, hay límites donde no das más...
Lo de Santiago me partió a la mitad.
Es imposible poder convivir con gente a tu alrededor que no sufra por esta desaparición forzada.
Me lo digo constantemente: Anita, aprendé a convivir, aprendé a convivir, pero no puedo naturalizar estar rodeadas de hijos de puta.
Muchos años de silencio y complicidad con ellos; mucho cerrar la boquita para que no te señalen; mucho estar pendiente de la opinión de los demás, intentar que te acepten, que te quieran, que te perdonen.
Desde que Santiago Maldonado desapareció dije "BASTA" (así, con mayúscula y gigante) a muchas cosas.
Venía diciendo basta, venía advirtiéndolo, pero hemos cruzado una línea como sociedad que ya no estoy dispuesta a asimilar.
No sólo repudio a quien satiriza lo que pasa con este joven que podría ser mi hermano o primo, sino que también lo hago con quien hace silencio y ese silencio me trastorna porque es peor que el más ensordecedor ruido.
En mi trabajo, habitáculo de Surikatas, hay mucho silencio. Demasiado. Hay un silencio cómplice y espantoso. Hay un silencio desgarrador y hasta perverso.
Varias mañanas noté que alguien tocaba el tema y ellas, esas SuriMierdas, cambiaban la conversación.
Claro! Es difícil de hablar de una desaparición forzada de un gobierno que vos elegiste. Es difícil asumir el error, asumir la perversión, incluso el cinismo y la maldad.
Y es lo peor que tienen estos seres, es lo que las vuelve tan despreciables: nunca reconocer un error.
Hoy fui con mi hijo a trabajar. Por el día del maestro no tenía clases.
Uno está particularmente sensible y dolido como para escuchar estupideces y frases que incluso jamás pensaste que esa persona diría.
Vamos! Sabemos que muchos de los que nos rodean no piensan como nosotros, pero jamas imaginamos tanta monstruosidad oculta en esas caras de buena mina o mina calladita.
SON MONSTRUOS INFECTOS Y SINIESTROS.
- Lo de Maldonado es un Kurro, dijo una hoy en el desayuno, mientras yo guardaba el viandero del nene en la heladera.
- Un kurro, volvió a repetir mientras tomaba un yogur lentamente con un cuchara y yo deseaba que se antragantara...
No pude no contestar pero esta vez fue con tristeza, ya no estaba envalentonada como otras veces.
La miré y le dije:
- Mi hijo tiene el mismo apellido que ese joven. ¿Alguna de ustedes pensó que podría ser familiar mio? ¿Alguna de ustedes piensa, siente, tiene corazón?
Silencio.
Seguí hablando:
- ¿Alguna de ustedes se puso en el lugar de esa familia? ¿Ustedes creen que realmente puede haber un curro con una desaparición forzada como la del joven?
¿Son tan malas personas que confunden una tragedia con algo partidario? ¿Tienen humanidad? ¿Qué son ustedes? ¿Son monstruos disfrazados? ¡Confiesen!
Mi hijo me miraba sin parpadear. Ya está acostumbrado a verme discutir. No es nuevo. Nunca lo fue. Pero esto es otra cosa.
Esto es realmente asumir que una buena parte de la sociedad está enferma, es odiosa y hay que decírselo.
- Me preguntaste el otro día por el cielo y el infierno, ¿Te acordas Juan Lautaro?
Acá tenés varias demonias en un comedor desayunando. Miralas bien. Prestá atención. No hay confesión ni perdón. No hay absolución posible.
Ya arden en el infierno y sus colas rojas ondean. No hay retorno. Vamos a mi escritorio.
Nadie contestó. Todas callaron. Son una mierda y a las mierdas ya no se las perdona.
A las mierdas se las señala como corresponde.