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El cristianismo en tiempos de los visigodos

Víctor C. Bustillo | 2 dic 2019


 

Los visigodos, liderados por Walia fueron llamados por el emperador Honorio para expulsar de Hispania a suevos, alanos y vándalos. En el 472, con Eurico al frente, controlaron la tarraconense, provocando la separación de la Península con Roma y el dominio visigodo de Hispania.

A comienzos del siglo V la Iglesia estaba presente en toda Hispania, aunque el mundo rural se mantenía aferrado a sus creencias ancestrales, por lo que el cristianismo penetró de forma lenta. Tras la caído del Imperio hubo cierto fenómeno descristianizador que en algunas zonas de la penísula conllevó la mezcla de cultos paganos y arrianos.

Hispania, eclesialmente, se encontraba dividida en cinco provincias: Tarragona, Cartagena, Sevilla, Mérida y Braga, cada una con un número variable de obispados. Según San Isidoro de Sevilla, los visigodos establecieron las primeras leyes escritas sobre usos y costumbres en Hispania en tiempos de Eurico (466-484 d.C.). Pero fue Leovigildo quien, tras hacerse con Málaga, Baza, Córdoba y Medina Sidonia, logró apoderarse de toda Hispania. Trató de conseguir la unidad no solo en el ámbito político y jurídico sino también en el religioso encontrándose, no obstante, con la oposición de su hijo Hermenegildo, casado con la católica Igunda. Leovigildo intentó que su yerna abrazase el arrianismo, sin embargo lo que sucedió es que Hermenegildo, alentado por San Leandro, se convirtió al catolicismo y se proclamó rey siendo apoyado por parte del pueblo de la Bética. Se produjo una guerra civil que concluyó cinco años después con la muerte de Hermenegildo, quien fue considerado mártir por el pueblo.

Levogildo llegó a la conclusión, ya al final de su vida, de que la unidad religiosa solo se podía lograr sobre la base del catolicismo. Desde entonces san Leandro se encargó de la formación de Recaredo, cuya conversión puso las bases para la unidad religiosa y política de Hispania, momento en el que todos sus habitantes tuvieron conciencia de pertenecer a un mismo pueblo: en el “Laus Hispaniae” de san Isidoro de Sevilla vemos cierta idea de nación española. En 589 d.C. el pueblo visigodo  se convirtió al catolicismo al escuchar, en pleno concilio de Toledo, la profesión de fe realizada por su rey.  No se exigió rebautizarse a los conversos, simplemente su confirmación, mientras que al clero arriano, tras la conversión, se le pidió la observación de la continencia de acuerdo con la ley del celibato católico.

La unidad no solo fue religiosa, pues el poder real pasó a ser bendecido por el arzobispo de Toledo. La Iglesia visigoda fue de las primeras en otorgar sacralidad al poder real, buscando la integración de sectores sociales distintos, étnica y culturalmente. sobre la base de la religión católica. El obispo, elegido para una diócesis a la que estaba ligado de por vida, estaba sometido a los concilios provinciales, a los cuales estaban obligados a asistir. Clero y pueblo participaban en la elección del obispo postulando al candidato, aunque este era elegido por los obispos coprovinciales y el metropolitano. Sin embargo, y tras la conversión de Recaredo, la voluntad del Rey, junto a la del primado de Toledo, fue decisiva para la elección de los obispos.  A partir de Liuva II los obispos comenzaron a intervenir en la administración y política del Reino. Desde el siglo séptimo participaron junto a la nobleza en las elecciones reales.

Los concilios fueron síntoma de la unidad existente entre Rey y Clero. No predominaba uno sobre el otro sino que se buscaba la cooperación entre ambas instituciones. Eran convocados por el rey, que además confirmaba sus decisiones. El monarca daba apoyo a los obispos para el cumplimiento de las leyes eclesiásticas y estos prestaban su cultura para elaborar leyes civiles. Los obispos ungían al rey en la ceremonia de coronación declarando que se trataba de un acto de voluntad divina. En 681 el XII Concilio de Toledo concedió al metropolitano el poder de nombrar, junto al rey, a todos los obispos de Hispania. Además, el arzobispo toledano era el encargado de consagrar a los reyes.

Los obispos, preocupados por la formación de sus sacerdotes, crearon escuelas destinadas a la formación del clero. Los padres enviaban a sus hijos a estas escuelas con el objetivo de que fueran clérigos, aunque si los hijos en realidad querían casarse se respetaba su voluntad. Tras el IV Concilio de Toledo aparecieron casas comunes de formación para los aspirantes al sacerdocio que pervivieron durante la Edad Media y fueron la base de los actuales Seminarios Diocesanos. Los aspirantes, que vivían en comunidad bajo la dirección de un rector y cuidados por el obispo, se formaban en disciplinas teológicas y morales, profundizando su espiritualidad y asistiendo a las celebraciones litúrgicas.

Al igual que en otros lugares de Europa también en la Hispania Visigoda existió el fenómeno del monacato, del cual tenemos constancia gracias al Concilio de Elvira. Giró en torno a san Fructuoso, quien estudió Teología en Palencia. Em 646 d.C. fundó su primer monasterio en Complutum, dedicado a los santos niños complutenses Justo y Pastor. Escribió una regla inspirada en el monacato oriental. Cuando fue elegido obispo-abad de Dumio, y al tener bajo su jurisdicción todos los monasterios que había fundado, creó algo parecido a una congregación monástica. En este contexto aparece la regula communis para hacer frente a los monasterios privados que estaban siendo fundados por laicos y presbíteros por motivos económicos o tributarios.

Durante la dominación visigoda la profesión monástica se dirigía al obispo local, a quien el monje prometía obediencia, sometiéndose  personalmente a sus órdenes y voluntad. El pacto monástico tenía semejanzas con el juramento de fidelidad entre los vasallos y sus señores y exigía la total obediencia de los monjes al abad, aunque si este actuaba mal contra ellos podían protestar ante el superior del monasterio. Si esto no funcionaba, podían apelar a los demás monasterios, al obispo de Dumio e incluso al conde de aquella región. En la parte final de la Regla Común aparecía un pacto con influencias germánicas, una especie de contrato semifeudal, con el juramento que se prestaba a los reyes visigodos recién elegidos.

Vía| José Orlandis: Historia de la Iglesia. Editorial Rialp. 2001

Mas información| José María Magaz: Historia de la Iglesia Medieval. Editorial Facultad de Teología San Dámaso. 2008; Reino VisigodoCristianización de campesinos en la Hispania visigodaIsidoro de Sevilla y la recuperación de la Cultura ClásicaInstituciones visigodas


 

Publicado por Victor C. Bustillo en Qué Aprendemos Hoy.


 

2 de Diciembre de 2019, lunes.

Año I. Mes 8º. Día 285. Artículo 299.


 


 

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