Como cada cuatro años, España se encuentra en periodo electoral. Roto el bipartidismo desde hace ya algunos años, nuevos y viejos proyectos políticos compiten por un hueco en los escaños de los parlamentos nacionales, autonómicos y locales de todo el territorio español, representados por una generación cada vez más joven. De todos ellos, la gran incógnita es un pequeño partido fundado hace ya tiempo, que tras cinco años de discreta existencia –que comenzó en aquel lejano enero de 2014, de la mano de Hazte Oír, que cubrió la transmisión de su presentación pública a través de streaming–, de unos meses atrás hasta hoy ha crecido como la espuma en un abrir y cerrar de ojos. Nadie sabe a ciencia cierta el proyecto de ese hermético grupo de amiguetes que lleva nombre de diccionario, a pesar de las constantes faltas de ortografía a las que muchos de sus miembros nos tienen acostumbrados. Pero lo tiene: la idea de VOX es llegar al poder a toda costa, diciendo a cada cuál lo que quiere oír.
Algunas de las férreas propuestas del partido, que han motivado que gran parte de la opinión pública lo califique como extrema derecha o ultraderecha, probablemente estén construidas del mismo material que la cara de quien lo preside. Santiago Abascal, de quien poco se sabe, aún habiendo gente convencida de que es el nuevo mesías que va a sacar a España de todas sus desgracias, ha visto ahora la oportunidad de cubrirse de gloria, tras una larga etapa viviendo del Partido Popular, al que después traicionó. Y no lo ha conseguido por sus propios méritos, sino por las meteduras de pata de los grandes partidos en los últimos años y su menguante capacidad para llegar a la gente y resolver los problemas más acuciantes de la sociedad, y por la incertidumbre de una todavía muy pequeña parte de los españoles, a la que es capaz de manejar mediante la ya vieja técnica del miedo. Sin embargo, esto no pretende ser una enumeración de su vida y milagros, pues ni soy ni me considero ningún juez implacable.
Pero, por si esto fuera poco, nos encontramos en sus propias entrañas una gran cantidad de incoherencias. Por un lado, resulta llamativo que proponga la eliminación de las autonomías un partido cuyo presidente ha vivido de ellas, así como suprimir cargos que él mismo ocupó. No hay que olvidar que fue la Comunidad de Madrid quien puso al entonces concejal del PP al frente de la Agencia de Protección de Datos, y posteriormente, la Fundación para el Mecenazgo y el Patrocinio Social, una entidad sin actividad conocida, que acabó siendo suprimida. También resulta chocante el hecho de que el 80% de la financiación de su primera campaña, la de las Elecciones de 2014 al Parlamento Europeo, procediera de los fondos del Consejo Nacional de la Resistencia de Irán, un grupo marxista-islámico vinculado a la organización terrorista Muyahidín-e Jalq, como ha reconocido el propio candidato de entonces, Alejo Vidal-Quadras. Aún estando prohibido por la Ley Electoral este tipo de financiaciones, resulta todavía más curioso que sea este partido quien nos dé tantas lecciones sobre terrorismo islámico. También es el partido que propone la vuelta del servicio militar obligatorio, lo cual no sería descabellado, de no ser por que precisamente su presidente obtuvo tres prórrogas para librarse de ello, en 1994, 1996 y 1999, hasta que fue definitivamente suprimido en 2001.
Fue en un congreso, en el madrileño Palacio Vistalegre, cuando comenzaron a hacerse oír por su cuenta. Las elecciones de Andalucía, donde, contra todo pronóstico, lograron doce escaños, ha sido otro de sus resonados hitos. Pero poco a poco, han ido mostrando su verdadera cara, creando mecanismos para quitar de en medio a quien pudiera resultar un obstáculo para Abascal, a la par que fraguando su imagen como una especie de semidiós ante un público enfervorizado, que le permite estas pequeñas y grandes incoherencias, creyendo que lo hacen por el bien de la patria. Todo ello ha motivado que muchos militantes, descontentos con las surrealistas propuestas y la deriva extremista del partido, se hayan dado de baja en los últimos meses, creando una plataforma con el nombre provisional de "Afectados por VOX". Estas personas, muchas de las cuales estuvieron en primera línea desde sus comienzos, denuncian, entre otras cosas, la falta de transparencia, la supresión de democracia interna con la eliminación de elecciones primarias, la colocación a amigos y miembros de la familia de Santiago Abascal, o la polémica medida en favor de las armas.
Tampoco la jerarquía eclesiástica se libra del sometimiento, por parte de VOX, a la técnica de transformar en enemigo a todo aquel que no asuma al pie de la letra hasta la última coma de su doctrina. Sin embargo, en este caso se hace de manera más sutil, para no chocar con su pretensión de atraer a su causa al electorado católico. El Arzobispo de Granada, Monseñor Javier Martínez, ha manifestado recientemente por carta su preocupación ante el éxito de "una cierta derecha", a la que comparaba con el auge del nazismo y del fascismo en la primera mitad del pasado siglo. En la misma línea, el Papa Francisco, en una entrevista realizada por Jordi Évole para su programa de La Sexta, decía lo siguiente: «Las grandes dictaduras del siglo pasado empezaron por el miedo. En el año 32, después de la caída del Imperio Alemán, en la republica de Weimar, había una incertidumbre muy grande, y hubo un muchachito que entró a meter miedo despacito, [...] y este chico, que se llamaba Adolfito, llevó adelante, con miedo, toda su campaña, ganó, y con miedo llevó adelante su depuración étnica».
Las Elecciones Generales, por lo tanto, llegan cargadas de incertidumbre, esta vez más que nunca. Y por lo que parece, nos hemos acostumbrado a que cualquier iluminado nos tome el pelo.
9 de Abril de 2019.
Año I. Día 52. Artículo 122.
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