Jean Baptiste Kléber nació en Estrasburgo el 9 de marzo de 1753. Su padre era constructor, algo que le influyó para estudiar arquitectura en París. Sin embargo, su vida daría un gran giro cuando, por casualidad, apareció en una reyerta de taberna en la que pudo ayudar a dos nobles alemanes que visitaban la ciudad. Como agradecimiento, los nobles le procuraron una plaza en la escuela militar de Munich, iniciándose de esta forma su carrera militar.
Al acabar sus estudios, Kléber logró ser un oficial menor del ejército austríaco, pero al no ser de origen noble y al ver que no tenía las mismas oportunidades de ascenso que un oficial de familia noble, en 1783 abandonó el ejército.
Al volver a Francia volvió al mundo de la construcción, fue inspector de edificios públicos en Belfort, en donde hizo estudios de arquitectura y ciencia militar.
En 1789, dio comienzo la Revolución Francesa, en la que la burguesía derrocó al rey Luis XVI e instituyó la Asamblea Constituyente, que adoptó la monarquía parlamentaria como estructura estatal. Las demás potencias europeas siguieron con gran preocupación la política interna francesa.
En 1792, debido al histórico conflicto fronterizo de Alsacia y Lorena, entre Francia y Alemania (por aquel entonces, Sacro Imperio Romano Germánico), el gobierno francés le declaró la guerra a Austria, iniciándose las guerras revolucionarias francesas. Previa a esta guerra, la situación política interna francesa desde que se iniciara la Revolución Francesa en 1789, preocupó mucho a las demás potencias europeas; que no vieron con buenos ojos que el monarca francés perdiera su soberanía, se convirtiera en una figura decorativa y su vida cada vez corriera más peligro.
Al iniciarse la guerra contra la Primera Coalición, formada por Austria y Prusia, el ejército francés era voluntario, estaba compuesto por hombres sin instrucción, mal equipados y mal armados.
Debido a su experiencia y a sus estudios militares, Kléber se alistó al ejército en calidad de oficial menor; siendo destacado en el ejército del Alto Rin (Haut-Rhin), en donde por méritos en combate destacó y fue ascendiendo rápidamente.
Durante los primeros combates, los soldados franceses comenzaron a desbandarse, a desertar e incluso a asesinar a sus superiores. Para los ejércitos de la Primera Coalición, los combates contra el ejército francés apenas supusieron un esfuerzo, el avance fue muy rápido y todo hacía prever que la guerra la vencerían en unos pocos meses.
El duque de Brunswick, Charles Guilleaume, general en jefe de las fuerzas prusianas, creyendo que los franceses pronto serían derrotados, decretó la restauración de la monarquía absoluta francesa. Contra todo pronóstico, éste hecho fue lo que le devolvió la moral al ejército francés para resistir el empuje de la Primera Coalición, a parte de desencadenar el auge de los jacobinos liderados por el radical Maximilien Robespierre, que guillotinaron a los monarcas franceses.
El 20 de septiembre, Kléber destacó en la batalla de decisiva de Valmy, que pese a ser un combate pequeño, los franceses lograron que las fuerzas de la coalición se retiraran de Francia.
En 1793, tras la ejecución de Luis XVI, el Reino Unido cambió de alianzas y se unió a Austria y a Prusia; a lo que el gobierno francés convocó una leva de cientos de miles de hombres para formar un gran ejército e invadir Bélgica. La campaña fue un gran desastre. En Maguncia, Kléber y sus hombres destacaron por su valía y su tenacidad, rechazando a las fuerzas de la coalición, pero por cuestiones políticas cayeron en desgracia y fueron encarcelados.
En agosto de 1793, un mes después de que las tropas prusianas vencieran a las francesas en Maguncia, y la región fuera anexionada por el Sacro Imperio Romano Germánico, Kléber y sus hombres fueron liberados y restituidos en el servicio militar. Por los méritos logrados, Kléber fue ascendido a general de brigada.
Mientras tanto, en La Vendée, un departamento francés localizado en la costa occidental de Francia, una insurrección se había convertido en una auténtica guerra civil. Pese a que La Vendée fue una de las provincias que más diputados jacobinos mandó a la Asamblea Legislativa, y pese a que en los inicios de la Revolución Francesa fue una zona que se destacó por su hostilidad contra la nobleza, curiosamente, La Vendée destacó en la historia por ser el principal núcleo de la población francesa antirrevolucionaria.
En 1790 empezó el descontento popular, cuando la Asamblea Constituyente aprobó la constitución civil del clero, en la que los sacerdotes estaban obligados a jurar a la Constitución. La Iglesia, con apoyo popular, se resistió a cumplir dicho decreto. La Asamblea Constituyente, que buscaba imponer el laicismo, en 1791 trató de apaciguar los ánimos legalizando la libertad de culto, pero fue un decreto que no contentó a nadie. Razón por la que los gobernantes optaron por la persecución sistemática del clero de cualquier confesión religiosa.
La ejecución de Luis XVI y la leva de febrero de 1793, con la que las autoridades pretendían reclutar 300.000 hombres en La Vendée; fueron los detonantes definitivos por los que la población vendeana se alzó en armas, junto con las gentes de otras provincias.
Por primera vez en la historia, bajo la bandera del Sagrado Corazón, católicos, protestantes y judíos se unieron en una causa común formando una milicia. Nobles y partidarios de la restauración de la monarquía, dejaron la clandestinidad para liderar a los rebeldes vendeanos.
La rebelión vendeana traspasa los límites de su territorio, contando con más apoyo popular. Se suceden las manifestaciones en las principales ciudades de la zona, que son reprimidas con dureza por la Guardia Nacional, la cual, dispara contra las multitudes y guillotina a los nobles que las encabezan.
En marzo de 1793, los vendeanos ocuparon militarmente Jallais, Colet y la mitad del sur del Loira. La Guardia Nacional es incapaz de contener a los rebeldes, que con cada victoria aumentan en número. La rebelión cobra más fuerza tanto por los hombres que la integran, como por el armamento que captura. Dos meses después, en mayo, la rebelión vendeana tiene tal fuerza, que enciende las alarmas en París por la cantidad de cañones que cayeron en manos de los rebeldes.
Pero los rebeldes no tienen un líder claramente definido, es un ejército numeroso con varios generales que empiezan a rivalizar, sin lograr ponerse de acuerdo sobre cual es el siguiente lugar que atacar. Las disputas y desacuerdos provocaron cerca de 2.000 deserciones previas al decisivo asalto de Nantes, en donde los vendeanos son vencidos y perseguidos por la Guardia Nacional, cuyas fuerzas se ven engrosadas por unidades veteranas en las guerras contra las coaliciones. Kléber es uno de los generales encargados de aplastar a la rebelión.
Kléber tuvo una gran distinción, tanto en la batalla de Le Mans y en la de Savenay, por la que fue ascendido a general de división. Debido a su fama y a su efectividad en poner fin a la rebelión vendeana, el Gobierno le puso al cargo del departamento de La Vendée, pero con una condición: debía exterminar a la población civil.
«Hay que matar a las mujeres para que no procreen, y a los niños porque llegarían a ser futuros bandoleros.»
Kléber, horrorizado con semejante orden, escribió una carta negándose a llevar a cabo la matanza:
«Pero, ¿por quién me habéis tomado? Yo soy un soldado, no un carnicero.»
La Asamblea le sustituyó inmediatamente después de recibir su negativa, y tuvo que cambiar ligeramente sus planes, ya que Kléber ocasionó muchos obstáculos burocráticos para que se llevara a cabo el genocidio.
Una junta militar fue la que llevó a cabo la masacre que ya estaba programada por la Asamblea en agosto de 1793. Mientras la Guardia Nacional engrosaba sus filas y se preparaba para el contraataque, las columnas de ocupación recibieron una enorme cantidad de material inflamable para incendiar las poblaciones de las 778 parroquias de la zona. La negativa de Kléber había despertado algunas conciencias en la cúpula militar y, para evitar que toda la responsabilidad cayera en un solo general, se acordó que fuera el gobierno revolucionario el que escribiera un documento que les diera total libertad de actuación, además de crear una junta militar en La Vendée en la que todos los generales tuvieran la misma responsabilidad.
De los 600.000 habitantes de La Vendée, 250.000 fueron guillotinados, fusilados o asesinados con diferentes técnicas; antes de ser despellejados para que sus pieles fuesen expuestas ante el populacho en la Plaza de la Concordia de París.
El hecho de que Kléber se negara a tomar parte en el genocidio vendeano, lo que supuso un retraso en los planes de la Asamblea, le granjeó muchas discrepancias políticas y la antipatía de los líderes jacobinos, que habían desatado la época del Terror, una persecución a gran escala por todo el país contra todo aquel que no gozara de su simpatía. Sin embargo, el prestigio militar y la fama alcanzadas por Kléber, mas la urgente necesidad de generales veteranos que comandaran a la Guardia Nacional contra los ejércitos europeos, le liberaron de cualquier tentativa de arresto y ejecución.
A finales de 1793, Francia volvió a sufrir una gran amenaza por el norte. Un ejército austro-holandés había conseguido vencer a la Guardia Nacional y se disponía a marchar sobre París, mientras que los prusianos y las fuerzas del Sacro Imperio Romano Germánico se reorganizaban y concentraban en Maguncia. En primavera de 1794, desde Holanda y Maguncia comenzó el ataque conjunto de la coalición, razón por la que Kléber fue designado al ejército del Sambre-y-Meuse.
Tanto en Charleoi como en la decisiva batalla de Fleurus, el papel de Kléber fue vital para frenar a las fuerzas de la coalición y obligarlas a retirarse. En el invierno de 1794 y 1795 ostentó el cargo de comandante en jefe de los ejércitos franceses en Maguncia, iniciando una rápida invasión con la que ocupó el territorio antes de primavera. Kléber renunció a su cargo posteriormente, pero el contraataque de la coalición forzó a que lo volviera a aceptar. Una vez repelidas las fuerzas prusianas y alemanas, dejó el cargo en manos de Jean-Baptiste Jourdan.
En 1798 se retiró de la vida militar, pero la situación política empezaba a encaminarse hacia un nuevo cambio de régimen en Francia. Los jacobinos fueron derrocados en 1795, estableciéndose el Directorio, con un régimen revolucionario moderado, en el que empezó a sobresalir en política un joven militar llamado Napoleón Bonaparte.
Kléber y Napoleón iniciaron su amistad en aquel periodo menos convulso pero políticamente débil como lo fue el Directorio. El camino hacia la dictadura estaba dando su comienzo, pero Napoleón, que en las campañas de Italia había sobresalido y se había convertido en un héroe nacional, necesitaba aumentar su fama y su prestigio, razón por la que emprendió la campaña de Egipto (1798-1801).
Por petición de Napoleón, Kléber aceptó el mando de una de las divisiones que conformarían la fuerza expedicionaria. En los primeros combates del conflicto, Klébert fue herido en la cabeza y tuvo que ser retirado del servicio para curarse. En vista de que no podía guiar a las tropas en el campo de batalla, fue nombrado gobernador de Egipto.
Cuando se recuperó de su herida, comandó a la vanguardia francesa en la campaña de Siria, siendo él el encargado de ocupar El-Arish, Gaza y Jaffa. El 16 de abril de 1799, quedó sitiado en el monte Tabor por un ejército de 25.000 árabes. El prestigioso general Junot abandonó Nazaret, nada más haberla conquistado, para acudir en su ayuda; pero los refuerzos también quedaron cercados por los árabes. Los franceses contaban con 2.000 soldados en total, siendo muy superados por la gran cantidad de árabes que los habían rodeado y que amenazaban con masacrarlos.
Napoleón se hallaba combatiendo en San Juan de Acre (actual Acre), y cuando supo de la situación tan crítica de los dos generales, envió inmediatamente el grueso de sus fuerzas en su auxilio, apareciendo a la sexta hora de la batalla, mientras los árabes volvieron a lanzar un ataque contra las posiciones francesas. La artillería de Napoleón fue un gran apoyo que en media hora forzó la retirada de los árabes.
El 23 de agosto de 1799, Kléber, además de ser el gobernador de Egipto, fue designado comandante en jefe de las fuerzas expedicionarias de forma completamente inesperada, ya que Napoleón partió en secreto a Francia ese mismo día. Klébert enfureció, pero no le quedó más remedio que acatar el mando.
Meses después fue nombrado catedrático del Instituto de Egipto, siendo el principal responsable de llevar a cabo las expediciones arqueológicas en Egipto, iniciándose los primeros estudios de la enigmática cultura milenaria del antiguo Egipto.
El ejército francés quedó bloqueado por mar en Egipto. La flota británica impidió cualquier reabastecimiento francés por mar, además de cualquier posibilidad de evacuación de las fuerzas expedicionarias. Mientras tanto, por tierra, el Imperio Otomano, la Regencia de Argel y las fuerzas coloniales británicas; formaron un único bloque con el que atacar a los franceses en diferentes frentes, además de provocar constantes levantamientos populares que las fuerzas francesas debían someter.
El 24 de enero de 1800, Kléber logró acordar con los británicos una retirada honrosa de las fuerzas francesas y un plan de evacuación naval. Para que pudiera ratificarse éste documento era necesaria la firma del almirante británico George Keith Elphinstone.
Pero Kléber era desconocedor de la situación política en su país. El logro que había conseguido se diluyó a causa de la situación interna de su país. Elphinstone se negó a hacer válido el acuerdo, debido a que, meses antes, Napoleón accedió al poder tras un golpe de estado el 18 de Brumario del año VIII (9 de noviembre de 1799), y las relaciones diplomáticas entre Francia y Reino Unido estaban más candentes que nunca.
Aunque los franceses resistían en el delta del Nilo con fuerzas muy limitadas, Kléber llegó a realizar varios ataques en los que salió victorioso, destacándose la batalla de Heliópolis, en la que venció a una fuerza turca de 60.000 hombres, con apenas un ejército de 10.000 soldados. Pero las victorias se veían empañadas por los permanentes levantamientos en retaguardia.
Finalmente, el 14 de junio de 1800, un musulmán radical logró saltar la tapia de la vivienda de Klébert, burló a la guardia y, mientras el general paseaba por los jardines, le apuñaló en el corazón, matándolo en el acto. Los centinelas pudieron apresar al asesino y fusilarlo.
Cuando las fuerzas francesas capitularon definitivamente en 1801, y fueron evacuadas a Francia; el cadáver de Klébert fue exhumado y repatriado junto con los 13.500 soldados que habían logrado sobrevivir. El cadáver de su asesino también fue llevado a Francia, se hallaba en un estado de conservación porque el cirujano en jefe de la fuerza expedicionaria, el doctor Dominique-Jean Larrey, quería hacer experimentos con él.
4 de Mayo de 2019, sábado.
Año I. Día 77. Artículo 146.
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