Ernestina

Ernestina

Ernestina, o Ernest, resultó ser un hombre alto, brusco, fornido y deportista, símbolo varonil de su época, amante de la guerra, los toros y safaris, además de todo aquello en donde la muerte hiciera ronda. Precisamente, en el año 1917, cuando los Estados Unidos decidieron ingresar a la guerra, Ernest no quiso perder la ocasión de seguir al Cuerpo de Expedición Americano en Europa, como lo hicieron John Dos Pasos, William Faulkner y Scott Fitzgerald.

Oscar Moreno Mejía | 29 mar 2022


Su madre, que no andaba del todo bien de la cabeza, desde que nació comenzó a llamarlo Ernestina. Como tal así lo vestía y lo trataba como a una niñita de manera fina y delicada. Se cuenta que, a causa de un mal entendido con su esposo, la doña se inventó la historia que el joven Ernie, como era conocido por los demás miembros en la familia, era en realidad la hermana gemela de una hija que había tenido año y medio atrás, y que no había podido nacer normalmente.

Su marido terminó por seguirle la corriente y fue así como muchos empezaron a llamar al bebé Ernestina, a vestirlo con falditas adornadas y pelo largo, algo que, por el contrario, a lo que se pueda suponer, no influyó para nada en la formación de una personalidad como fue la del Premio Nobel de Literatura (1954), y gloria de las letras estadounidenses, Ernest Hemingway, que fue siempre recia, ruda y aventurera.

Ernestina, o Ernest, resultó ser un hombre alto, brusco, fornido y deportista, símbolo varonil de su época, amante de la guerra, los toros y safaris, además de todo aquello en donde la muerte hiciera ronda. Precisamente, en el año 1917, cuando los Estados Unidos decidieron ingresar a la guerra, Ernest no quiso perder la ocasión de seguir al Cuerpo de Expedición Americano en Europa, como lo hicieron John Dos Pasos, William Faulkner y Scott Fitzgerald.

Debido a un defecto en el ojo izquierdo fue excluido como combatiente, pero, dada su insistencia, logró después que lo admitieran como conductor de ambulancias, en donde un médico miope lo confundió con una mujer y lo envió al cuerpo de enfermeras de la Cruz Roja, en donde curiosamente Hemingway se desempeñó vestido de mujer, lo que no le representó demasiado inconveniente, ya que esto de ponerse faldas no resultaba nada nuevo para él.

Una vez en Europa, a fines de mayo de 1918, pleno de entusiasmo, febril con todo lo que allí ocurría, llevado por su espíritu corajudo y temerario, intentó permanecer lo más cerca posible de los combates en el frente italiano, incluso metiéndose en medio del fuego cruzado, sin importarle los riesgos que corría. Sin embargo, al ir vestido de enfermera los soldados de ambos bandos dejaban de disparar; dicen que por educación o por respeto, lo que resulta divertido si consideramos las confrontaciones bélicas de la actualidad.

Pronto Ernest se aburrió de los combates y animado por sus inclinaciones suicidas y desafiantes, lo verían pasearse solo por las calles durante los bombardeos, con la única protección de un paraguas, como para burlarse de la misma muerte. Pero la misma se demoraría en llegar…

En la madrugada del 2 de julio de 1961, en su hogar de Ketchum, ciudad ubicada en el condado de Blaine en el Estado de Idaho, mientras la tibieza seca del verano lo envolvía y lo hacía sentir más triste, más solitario y más vacío que nunca, jurando que agentes del FBI monitoreaban todos sus movimientos por sus cercanías con Fidel Castro, Ernest (Ernestina) Hemingway, con 62 años encima, acosado por la hipertensión arterial, la diabetes, la arteriosclerosis, la amnesia, la soledad y esencialmente vencido por su alcoholismo, encontró las llaves de la armería que su quinta esposa Mary Welsh, había escondido, tomó una escopeta Richardson, plateada, de dos cañones, la miró, la reconoció y la cargó. Introdujo el cañón en su boca, y apretó el gatillo con el dedo gordo del pie derecho.

La familia después hizo destruir el arma y dispersar los fragmentos para evitar la histeria de los coleccionistas y admiradores, que siempre acuden a los sitios en donde habitó y bebió el escritor. Sus fotografías vestidas de niña o de mujer, aún se conservan y algunas se anexan a este escrito.

O.M.M.

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