El libro puede estar lleno de erratas, podemos no estar de acuerdo con las opiniones del autor, pero todavía conserva algo sagrado, divino, no con respeto supersticioso, pero sí con el deseo de encontrar felicidad, de encontrar sabiduría.
Mis libros: Arturo Perez “A veces, alguien que ve mi biblioteca pregunta si he leído todos esos libros. Y la respuesta siempre es la misma: unos sí y otros no; pero necesito que estén todos ahí. Una biblioteca es memoria, compañía y proyecto de futuro, aunque ese proyecto no llegue a completarse nunca.
Una biblioteca amuebla una vida, y la define. Raro es no advertir el corazón y la cabeza de un ser humano tras un repaso minucioso a los libros que tiene en casa, o que no tiene. Por eso no me lamento por los que no llegaré a leer. Cumplen su función incluso quietos, silenciosos, alineados con sus títulos en los lomos. Puedo abrirlos, hojearlos, recorrerlos despacio, meterlos en la mochila para un viaje. Y aunque muchos no lleguen a leerlos jamás, habrán cumplido su misión. Su noble cometido. Cuando comprendí que nunca leería todos los libros que ansiaba leer, y acepté esa realidad con resignada melancolía, cambió mi vida lectora. Los libros que nunca leeré me definen y me enriquecen tanto como los que he leído. Están ahí, y ellos saben que lo sé. Si sobreviven al tiempo, al fuego, al agua, al desastre, a la estupidez del ser humano, un día serán de otro. Y lo serán gracias a mí, que tuve el privilegio de rescatarlos de sus miles de naufragios y unirlos a mi vida”
Mis Libros: Efraín Alzate. Hace unos días pasé por un agáchese como suele llamársele al reguero de libros que se ven en algunas esquinas de la ciudad, o en parques en donde la gente se distrae de las rutinas laborales. A vuelo de pájaro hice lectura a los libros que desordenadamente estaban allí. Me detuve con sigilo en un libro de mi autoría publicado hace varios años en donde se exponían algunas experiencias de vida de maestro. Sin decir nada, lo compré, lo rescaté y lo guardé en mi mochila compañera de incondicional de siempre. Me senté en un café lo revisé con cuidado. Estaba ajado y con manchas de café en su interior. Pero además estaba subrayado en varias páginas y con escritos en donde se hacían observaciones. El libro tenía además mi firma fecha y dedicatoria de afecto a un amigo. A los pocos días me encontré a quien le había dedicado mi publicación y se lo entregué de nuevo autografiado y con la frase: “con renovado afecto”.
Trató de darme explicaciones y solo le dije, te lo rescaté para que mi afecto siga en tu biblioteca. A partir de ese día he tomado la decisión de no volver a autografiar libros. Es redundante volver a poner el nombre o la firma cuando el libro ya lo trae en letra de molde, y nadie está obligado a jurar amor eterno a un libro por tener la firma de alguien
Quizá suene a sensiblería, sin embargo, siempre he creído que un libro que uno escribe es un hijo que uno le regala a la vida con el riesgo de que perezca en los incendios o hecatombes de la ciudad en la que el miedo está agazapado en cualquier esquina. En mi mochila siempre llevo un libro que me hace compañía, antes que para mis medicamentos cotidianos el libro tiene un espacio asignado que nadie puede reemplazar. A veces algunos amigos me encuentran en un parque o un café leyendo algún libro, y me dicen ¿por qué esa soledad? Les respondo: no, no estoy solo, estoy con este gran amigo mi libro.
Cuando un libro se publica, el autor hace un lanzamiento o evento de presentación. Unos cuantos amigos asisten y lo compran, otros asistentes esperan la copa de vino y el gesto del autor para que lo obsequie con la respectiva dedicatoria. Por lo general, quienes publicamos sin el ánimo de concursar para llegar a ser premio Nobel, nuestros libros quedan muy bien vendidos cuando los regalamos y quedan en buenas manos, es decir, en personas que como mínimo lo van a leer y tienen la generosidad de presentar algún comentario sobre la obra a su autor, ya sea por escrito o de manera verbal.
Mi biblioteca es modesta, en ella están libros que han sido fundamentales en las etapas de mi vida; en ella los libros en su mayoría son de: Filosofía, poesía y literatura. En los dos últimos años he dedicado buen tiempo a una nueva mirada al estoicismo desde la lectura y estudio juicioso a la obra de Massimo Pigliucci: “Cómo ser un Estoico”.
Quizá por mis quebrantos de salud, ya superados, me recluí en la filosofía y confieso que desde esta lectura, a Pigliucci tuve la oportunidad de revisar acciones de mi propia vida, así mismo logré corregir errores de percepción en cuanto a la manera como hemos leído el estoicismo. Me impactó más la sencillez de Massimo Pigliucci, pues le escribí a su correo mi percepción por la obra y de inmediato me respondió. He tenido otros contactos con él, con los que queda bien claro que el autor se parece a su obra. Por lo general muchas obras que leemos de autores vivos buscamos la forma de manifestar nuestras percepciones pero casi nadie acostumbra dar alguna respuesta a sus lectores.
Borges, J. L. (1978). El libro. Buenos Aires: Univesidad de Belgrano.
Perez, A. (02 de 01 de 2020). www.el semanal.com libros que nunca leeré . Recuperado el 10 de 03 de 2021
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