Es indudable que la forma de hacer la política ha cambiado en la última década, la argumentación, los programas ideológicos, el discurso político es totalmente diferente al pasado, dando nacimiento a la demagogia, al engaño político, debilitando la poca democracia que nos queda.
Desde la antigüedad, se aludía a dos clases de líderes, al estadista o buen político y al demagogo, al populista, connotación dada a quién se convierte en líder a través de promesas infundadas e inconsistentes, donde las limitaciones legales ni las instituciones convencionales le sirven de barrera para imponer sus puntos de vista.
La sociedad colombiana debería abordar con la seriedad que merece el tema y tomar conciencia de los peligros que encierra esa polarización que solo produce distanciamiento social, familiar, profesional, hasta el punto que cualquier crítica que se haga contra el líder, o jefe, se toma como algo personal, con acusaciones mutuas, distrayendo los reales problemas de una nación, que solo espera realizaciones colectivas.
Una cosa es la discusión abierta, con tesis claras, programáticas, ejerciendo el libre disenso sobre temas relevantes para la sociedad, el verdadero debate político que no es más que el enfrentamiento entre dos estructuras de pensamiento, que si se hace con altura, con el respeto por las ideas contrarias y dentro de los cauces institucionales, esa competencia ideológica debe conducir a una democracia más saludable, sin temerle a la discusión abierta.
Ahora bien, tal como se presenta el panorama político, esa polarización de existir, no parece de ideas, sino de ambiciones de poder, de vanidades, de deslealtades, de cambio permanente de toldas políticas, sin que aflore la verdadera polarización ideológica, ausente en mi sentir en el escenario partidista actual.
ADENDA. El actual Congreso pareciera olvidar que como consecuencia del caos político de la época y ante un estado decadente e inoperante, el instinto popular estimuló y propició una reforma constitucional a través de la Asamblea Nacional Constituyente en donde se clausuró y revocó el Congreso imperante, arca de Noé del estamento político, celosamente cerrado contra cualquier intento de renovación y cambio.
Los escándalos, insultos, el ausentismo, peleas entre miembros de un mismo movimiento político, el desconocimiento de la ley de bancadas, el transfuguismo, la ausencia de control político por priorizar la solidaridad de partido, la indecorosa presentación personal de algunos, la baja popularidad ante la opinión pública, amplios sectores de la sociedad se preguntan ¿hasta qué punto esa rama legislativa tan importante para la existencia de una verdadera democracia debe ser objeto de profundos cambios en su estructura, por el excesivo costo para el erario, sus exageradas prebendas, las ULP para cada congresista, adaptándolo a la modernidad presente?.
J.F.Paz Quintero
*Ex magistrado
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