¿Feminismo al extremo?
EL CORREO INDEPENDIENTE

¿Feminismo al extremo?

Los derechos de la mujer son de elementaljusticia. Algunas maneras de exigirlos, por otra parte...dan miedo.

El reencarnado | 24 dic 2022


Comenzaré este artículo por aclarar el motivo del seudónimo utilizado, por si no resultara lo bastante obvio. Encuentra su origen por el transitar del autor en distintas épocas de la historia en el transcurso de diferentes vidas, en las cuales estuve encarnado en la piel de personas tan diversas como sea posible imaginar.

Estas experiencias del pasado permiten abordar situaciones del presente desde una perspectiva única, por decir lo menos. Si el panorama que se observa se puede mirar desde lejos, se mira completo y existen muchos más puntos de comparación que si solo se ve una pequeña parte.

Sin más preámbulo, vamos al tema que nos ocupa hoy. El feminismo. Es este un movimiento político, social, económico y cultural que busca construir condiciones de igualdad entre las personas, acabando con la discriminación y violencia contra las mujeres.

Como alguien que fue mujer en distintas épocas, el siglo XVI, inicios del XVII, finales del XVIII y principios del XIX, solo por mencionar algunas, puedo decir que la idea de la igualdad de derechos me parece excelente, necesaria y primordial para la dignidad de un ser humano.

Debo señalar que al transitar de una vida a otra, ya sea como mujer o como hombre, la esencia del ser permanece inmutable, y si esto es así, los derechos deberían de ser los mismos, pero lamentablemente, no lo son.

En el siglo XVI viví en una ciudad española. Como mujer de clase intermedia, ni pobre ni rica, pasé de la tutela paterna a la de mi marido cuando apenas contaba quince años. El hombre era comerciante y muy viejo para mí, pero las cosas se hacían de ese modo en aquella época. La alternativa era ser monja, pero nunca he tenido vocación religiosa.

Así que me convertí en esposa y recibí algunos cuantos golpes cuando no hacía las cosas al gusto del viejo con el que me casaron. Tuve la friolera de diez hijos y morí de parto con el undécimo, luego de haber trabajado hasta el cansancio en la casa y el negocio. Sinceramente, no lo lamenté demasiado. Haber tenido igualdad de derechos no habría sido mala cosa.

En el siglo XVII no me fue mucho mejor. En esta vida sin embargo, tuve la fortuna de contar con un padre ilustrado que promovió mi educación, así que me convertí en una joven mujer que escribió algunas historias y poemas, bajo un seudónimo masculino, por supuesto. Pero a la muerte de mi padre todo se descompuso. Mi madre decidió casarme y adiós literatura e ideas ilustradas. Morí al dar a luz al primer hijo, lo que nuevamente, no me pareció tan mal.

Mi vida en el siglo XVIII podría decirse que fue mi primer acercamiento al activismo femenino. Como mujer de clase trabajadora en la época de la revolución francesa, marché con mis cuatro hermanas para protestar por la situación económica para manifestarnos frente al palacio de Versalles.

Este gran movimiento social trajo cambios y reconocimiento de derechos… pero no para las mujeres. Acabé muriendo un invierno de una enfermedad respiratoria, en la pobreza y desnutrición más absoluta.

A principios del siglo XIX, mi vida era la de una mujer afroamericana en Filadelfia. Participé del movimiento abolicionista y nuevamente, no fue una vida fácil. Pese a eso, tuve la oportunidad de luchar por los derechos del grupo racial al que pertenecía y de una manera secundario, por los derechos de las mujeres. Llegué a ver la abolición de la esclavitud en Estados Unidos y morí luego de haber llevado una vida larga, inquieta y satisfactoria. Aunque estuve bien lejos de gozar de igualdad de derechos.

Mis existencias como hombre han sido mucho mejores en cuanto a opciones de vida y disfrute de derechos. Y francamente, el no gestar hijos te dota de una increíble libertad. No me malentiendan, en mis vidas femeninas, cuando tuve hijos, los quise de un modo extraordinario, pero por eso mismo, se convirtieron en un ancla para no poder hacer cosas que hubiera querido hacer.

Quiero aclarar que en todas mis existencias he sido un ser definido por la biología, y con esto deseo dejar claro que jamás he andado con ambigüedades. Cuando fui mujer, me asumí como tal, y cuando fui hombre, lo mismo. Es importante expresarlo para que sepan que todas esas identidades han forjado mi opinión en el presente tema.

Las mujeres han debido luchar por sus derechos durante generaciones y aún en la actualidad existe una honda brecha  entre las posibilidades que se extienden ante un hombre con las que puede encontrar una mujer.

En nuestro país fue hasta 1953 durante la presidencia de Adolfo Ruiz Cortines que las mujeres mexicanas logran que se les conceda el sufragio activo y pasivo, derecho conductor de otros derechos como el derecho a la patria potestad de los hijos, al patrimonio, entre otros.

La igualdad sexual y reproductiva está todavía lejos de alcanzarse, con pasos adelante y luego hacia atrás, a causa de los grupos provida que se niegan a la libertad de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Como alguien que falleció una vez al dar a luz al crío número once, entenderán que yo no simpatice ni un poco con esos grupos.

Por otra parte, la lucha feminista ha alcanzado proporciones que hacen que se llegue a dudar de sus actuales intenciones, así como de la efectividad de sus métodos para la reivindicación de los derechos de las mujeres, tan necesarios y de elemental justicia.

Así, les hablaré de mi actual experiencia con el feminismo, como hombre de mediana edad que vive y trabaja en la capital mexicana. Las manifestaciones de grupos feministas mediante marchas son cosa común. Y que marchen está bien, apoyo su lucha y su derecho a manifestarse.

Por otra parte… encontrarse en la calle con un grupo de energúmenos de sexo indefinido con la cara cubierta con pañuelos verdes o negros, que el color es lo de menos, golpeando e incendiando lo que se les pone a mano, no es para nada agradable. Especialmente, cuando su odio por los hombres es tal que pobre de cualquier tipo al que puedan echarle mano.

Sí, no es falta de valor, pero yo prefiero sacarles la vuelta cuanto puedo. Como dicen, más vale aquí corrió, que aquí quedó. Ese feminismo al extremo tiene hasta un nombre, “hembrismo”, que implica la creencia de la superioridad de las mujeres sobre los hombres, y el uso de la violencia en contra de estos.

Mi experiencia me lleva a pensar que tanto el machismo como el hembrismo están igual de errados en el sentido del desarrollo del ser humano. Como alguien que ha experimentado la dualidad, he comprendido que ambos sexos son iguales espiritualmente hablando y complementarios en cuanto a sus diferencias biológicas.

Soy anticuado dado mi bagaje acumulado a lo largo de muchas existencias. En una de mis vidas masculinas recientes, fui un combatiente durante la revolución mexicana. Ya había mujeres que participaban en la lucha y algunas que cortaban su cabello muy corto. Debo confesar que ninguna de las dos cosas me parecía muy agradable ni atractiva.

Soy de la creencia de que una mujer debería ser femenina, no importa si usa pantalones. Nada tiene esto que ver con el ejercicio de sus derechos, es otra cosa, más sutil, que define su comportamiento y su forma de pensar. Definitivamente, jamás encontraré atractiva una mujer con más tatuajes que un honorable miembro de la marina.

¿Tienen derecho las mujeres a vestir como prefieran, incluyendo el cabello y decorar su cuerpo con tatuajes?, absolutamente. Todo ser humano tiene tal derecho. Pero como herencia del pasado que soy, no me pidan que eso me guste. Pero cuenten con mi respeto de cualquier modo. No golpearía ni restringiría la libertad de una mujer de ser como le venga en gana.

El feminismo tiene su razón de ser. Llevado al extremo, por otra parte, resulta en una corriente que destruye, daña, lesiona y no gana adeptos para la causa de la igualdad de derechos. Las mujeres merecen respeto, los hombres también.

 Se necesita construir una sociedad donde el ser humano, independientemente de su sexo, origen étnico, nivel económico o creencias religiosas, sea igualmente valorado y tenga acceso a las mismas oportunidades para construirse una existencia plena.

Para lograrlo se requiere educación, compromiso, comprensión y una postura que favorezca el escuchar a los otros. Para conseguirlo, lamentablemente, aún es necesario vivir muchas vidas.

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