Se acerca una vez más el momento político más relevante en la vida pública nacional de nuestro país, la elección del presidente de la República, ese personaje que llevará las riendas del gobierno por los próximos seis años.
El revuelo ya comenzó entre los partidos políticos, los funcionarios del gobierno federal, gobiernos estatales y municipales y se ha contagiado a los ciudadanos, dado que la selección de quienes van a contender en el proceso por parte de las organizaciones políticas ya se realizó.
Independientemente de que hay algunas figuras que todavía están luchando por abrirse camino y aparecer en la boleta electoral como una alternativa a ejercer el poder ejecutivo federal, los principales contendientes ya están definidos y los grupos en derredor de ellos manifiestan su apoyo en los distintos medios a su alcance. Y a la par de ese apoyo, expresan también su repudio a los opositores.
Lamentablemente, la calidad de dichas expresiones dista mucho de ser muy elevada. Las opiniones en redes sociales suelen concentrarse en denostar a todo el que no coincide con su corriente política sin tener bases sólidas para ello y negando cualquier posibilidad de un debate inteligente.
Los incondicionales del partido en el poder, especialmente, han convertido la idea de “unidad” en una mentalidad de manada que no admite la disidencia y excluye automáticamente a todo aquel que no estuvo de acuerdo con el proceso de elección de representante.
Así, han convertido en traidor a quien se atreva a pensar por sí mismo y expresar una opinión que no sea del agrado de aquellos que han secuestrado a la izquierda mexicana y consideran su marca registrada y exclusiva el considerarse representantes del pueblo, sin detenerse a pensar que quienes no coinciden con ellos son también parte de ese mismo pueblo y sí, también de la izquierda.
Las acusaciones de las cosas más absurdas están en su apogeo. Que si la casa de cierta candidata se construyó ilegalmente y debían quitársela, aunque de la construcción hayan pasado años y es casualmente hasta ahora que les entra la urgencia de tomar cartas en el asunto. Que si en la tesis de una candidata al graduarse de licenciatura se incurrió en plagio y en la de la otra también. Que si existen alianzas con grupos que manejan oscuros intereses, y así, interminablemente.
Lo más triste es que, si quienes atacan implacablemente en las redes a uno u otro aspirante, se concentraran en criticar las deficiencias evidentes en las funciones que estas personas han desempeñado, sería más que suficiente para desencantar a cualquiera con un gramo de discernimiento de desperdiciar su voto eligiendo entre personas que han demostrado ser ineficientes en el servicio público.
La mayoría de los ciudadanos, por desgracia, se conforman en seguir ciegamente a su manada, dirigida por un ser que los llama agitando un cencerro. No se atreven a mirar a los lados y encontrar caminos nuevos. Tal vez creen que le deben demasiado al sujeto del cencerro y que, si no hacen lo que este indica podrían terminar extraviados.
Solo queda tener esperanzas en que, tarde o temprano, el pueblo, todo él, deje de seguir ciegamente a los que le marcan el camino y, haciendo uso del pensamiento independiente y libre, encuentren la mejor ruta para todos. En este despertar, quizás se den cuenta de que los que en algún momento señalaron la dirección, pudieron perder el rumbo afectados por el poder, y que, pese a tener buenas intenciones, podrían estar necesitando, para variar, que la gente común y corriente se haga cargo y tome las decisiones.
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