Las redes sociales son algo que, para alguien como yo, con tantas existencias vividas en épocas remotas, digamos cien años hacia atrás, resultan al mismo tiempo una maravilla del ingenio humano y una incomprensible estupidez.
Verán, la primera de mis existencias que recuerdo fue en algún lugar de África, o Asia, o Europa. Tal ambigüedad debida a que entonces no había mapas, ni los lugares se llamaban como hoy. La comunicación entonces era primitiva y meramente enfocada en la supervivencia y en ritos mágicos también enfocados en la supervivencia.
Como cazador, solía grabar algunos símbolos en lugares determinados a fin de indicar el camino a otros miembros del grupo. También hacíamos dibujos en las cuevas donde nos refugiábamos para planear alguna cacería. Sí, adivinaron, pinturas rupestres, aunque para nosotros vendría a ser arte contemporáneo.
A lo que voy es que a nadie se le habría ocurrido enfrentar a una fiera en solitario al tiempo que se le pedía a otro dibujar el desastre resultante para luego compartirlo a lo largo y ancho del territorio para proporcionarles un entretenimiento, principalmente, porque todos estábamos suficientemente entretenidos en un esfuerzo por conservar la vida.
Además, buena parte de ese esfuerzo era dedicado a ser discretos y borrar nuestras huellas, pues había grupos de enemigos compitiendo por la caza, la pesca, los lugares con plantas comestibles y las mujeres. Ninguno querría dejar una imagen suya presumiendo su abundancia a otros para que lo siguieran y lo asesinaran para despojarlo.
Por supuesto, conforme la sociedad evolucionó mediante la acumulación de bienes de algunos pocos, esos pocos buscaron ganar celebridad y dejar una fama que trascendiera a su muerte. Así fue como los reyes, faraones, emperadores, jefes, generales y otros aprovechados buscaron inmortalizarse dejando sus imágenes y relatos de sus hazañas, en su mayoría falsos, en estatuas, sepulcros, estelas, pirámides y cuanto objeto creyeron que podría perdurar en el tiempo.
Pero mientras esos pocos buscaban la fama, la gente común y corriente, a la cual me precio de haber pertenecido en mis diferentes existencias, seguíamos enfocados en sobrellevar una vida en la que fuéramos conocidos por los cercanos y que, si llegábamos a sobresalir más allá de ese pequeño círculo, fuera por algo de valía, que trajera un beneficio a una parte importante de la población.
Fue gracias a eso que surgieron las luchas por la libertad, la igualdad de oportunidades, la conquista de derechos, y simultáneamente surgieron personas dedicadas a desarrollar la ciencia y el arte, para extender el conocimiento y la belleza a toda la sociedad humana y no para hacer célebre un nombre. Por supuesto, si el reconocimiento por alguna hazaña o logro llegaba, bien, pero no era el objetivo la fama por la fama.
La comunicación cambió. La democratización de la escritura tardó, pero a la larga se logró la alfabetización de una buena parte de la población y con ello pudimos enviarnos largas cartas para hacer saber a amigos, familiares y contactos noticias importantes y sentimientos. Y, por cierto, que nadie deseaba ver publicada su correspondencia para hacerla del conocimiento público.
A pasos agigantados surgieron los inventos para facilitar la comunicación, el telégrafo, el teléfono, nuevas tecnologías de teléfono como el inalámbrico, la televisión, el internet, el correo electrónico y llegamos al tema que nos ocupa de las plataformas de redes sociales.
Desde el principio comenté que me parece que tal tecnología es una maravilla. Permite la comunicación instantánea con familiares y amigos, compartir intereses, noticias, humor, conocimiento y opiniones de cualquier cosa con comunidades. Todo esto a una velocidad increíble, reduciendo las distancias y permitiendo el enterarnos de lo que ocurre casi en cualquier lugar del mundo.
También dije que, en el otro lado de la moneda, me parece una estupidez. Como alguien que vivió en épocas en las que la discreción y la modestia eran consideradas virtudes, el que se compartan fotografías, videos e información personal con perfectos desconocidos arriesgando la vida y la tranquilidad me resulta increíblemente tonto.
Así, es cosa común enterarnos de personas que por tomarse una fotografía para redes sociales se matan cayendo de un acantilado, de un edificio alto o de un tren en movimiento. Y no hablar de los llamados retos virales, populares entre adolescentes.
Dichos retos van desde grabarse mientras están de pie encima de autos en movimiento, escribir a un supuesto ente de terror para recibir imágenes violentas y amenazas, tomar somníferos para ver quien aguanta más, hacer caer a alguien de boca en el suelo, desaparecer y mantenerse incomunicados de la familia por cuarenta y ocho horas, y otras lindezas por el estilo que hacen que personas vulnerables sean víctimas de acoso, daño físico e incluso sean empujados al suicidio o la muerte.
Sí, por cómo se escucha, uno se pregunta si las personas que hacen eso podrán sobrevivir para llegar a una edad adulta o si siquiera lo merecen, al estar dispuestos a arriesgar una vida preciosa por cinco minutos de fama.
Ya hemos hablado de que la vida puede ser muy difícil. Complicada, peligrosa, demandante, en pocas palabras difícil, sin necesidad de hacérsela peor con retos estúpidos. Y por más que se llegue a anciano o anciana, no deja de ser corta. Pero con todo, el transcurrir de cada existencia vale la pena, pues por su misma brevedad es valiosa.
Y aunque resulte complejo de entender, ese valor lo tiene para el ser esencial en cada uno de nosotros, el cual no necesita de la fama momentánea, pues es lo único que en verdad trasciende al paso de ese intangible continuo llamado tiempo.
En conclusión, la tecnología es una increíble expresión del ingenio de la humanidad y bien empleada conduce al desarrollo. No puedo esperar a ver lo que sigue en esta evolución de la comunicación y el conocimiento, siempre y cuando no provoquemos nuestra caída por la búsqueda de esos cinco minutos de fama.
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