El pasado 18 de junio de 2023 se conoció la noticia de la desaparición un sumergible de nombre Titan, propiedad de la compañía OceanGate, el cual realizaba expediciones turísticas de exploración de los restos del famoso transatlántico naufragado Titanic.
El sumergible perdió comunicación con su base luego de una hora cuarenta y cinco minutos de su inmersión. Estaba programado que emergieran aproximadamente a las 6:00 p.m. pero pese a la falta de comunicación, lo reportaron desaparecido al centro de rescate de Halifax hasta pasadas las nueve de la noche.
A partir de ese momento se sucedieron las noticias acerca de las operaciones de búsqueda y rescate, puesto que se decía que, de haber una falla que impidiera el retorno del sumergible a la superficie o si se hubiera quedado atorado en el fondo marino, sus pasajeros contaban con oxígeno para sobrevivir dos días y no más.
Las expediciones de búsqueda y rescate trabajaron por ochenta horas, incluyendo aviones y barcos equipados con tecnología para rastrear sobre y bajo la superficie del agua. Naves pertenecientes a las armadas de Estados Unidos y Canadá, así como otras de investigación, exploración y tendido de cables submarinos propiedad de particulares.
Finalmente, el 22 de junio, la Guardia Costera de EE. UU. confirmó la pérdida del sumergible debido a la implosión de la cámara de presión, y afirmó que se habían encontrado piezas del Titan (el bastidor de aterrizaje y la cola-cono) en el fondo del mar aproximadamente a 488 metros (1600 pies) de la proa del Titanic.
La muerte de las cinco personas a bordo del sumergible fue, sin lugar a dudas, una desgracia. Entre los fallecidos están el CEO de la empresa OceanGate, un experimentado explorador francés, dos empresarios británicos, y el hijo de uno de los empresarios de apenas diecinueve años.
El motivo de hablar de este accidente fatal, sin embargo, va más allá de plantear los peligros de la exploración submarina y las fallas tecnológicas que llevaron a las trágicas consecuencias ya mencionadas, porque hablar de las circunstancias de este accidente implica hablar de la naturaleza humana y de las debilidades de nuestra sociedad.
Un atributo de los seres humanos es la curiosidad, el interés por explorar esos medios que, dada su propia naturaleza, le aparecen físicamente vedados, tales como el aire, el agua, las profundidades de la tierra y el espacio.
Si nos concentramos en la exploración submarina, su realización práctica, pues las ideas se generaron mucho antes, se remonta a cuando el holandés Cornelius Drebbel, en Inglaterra, de 1620 a 1624, puso a prueba varias veces con éxito, un artefacto sumergible tripulado, si bien este viajaba solamente a 4 o 5 metros de profundidad.
A partir de entonces hubo muchas mejoras en diseño y fuentes de propulsión. El español Isaac Peral considerado el creador del submarino moderno, realizó pruebas satisfactorias del suyo en 1889. Desde el submarino de Isaac Peral, se lanzó el primer torpedo de la historia en el año 1890.
Con el transcurrir del tiempo, la innovación, de la mano con los conflictos armados condujo a los modernos submarinos de guerra, pero también a otros encaminados meramente a la exploración científica y hasta al turismo.
La diferencia entre submarinos y sumergibles es principalmente que los primeros llevan el lastre en su interior, mientras que los segundos lo llevan en el exterior de la estructura. Los segundos también se caracterizan por ser mucho más pequeños y ligeros.
Pero dejemos el tema de los sumergibles y submarinos a un lado, solo como un antecedente del legítimo desarrollo del ingenio humano para adentrarse a lo desconocido y saciar su curiosidad, y volvamos al tema central de lo ocurrido recientemente.
Por principio de cuentas, el objetivo de la expedición del sumergible Titan, llevar a un grupo de turistas a curiosear entre los restos del Titanic. De nueva cuenta, encontramos en el centro del asunto el morbo, la curiosidad, y como suele decirse a quien se pasa de curioso, hay que tener cuidado porque “la curiosidad mató al gato”. En este caso no mató al gato, pero sí a los cinco infortunados a bordo de ese artefacto.
Personalmente, sumergirse cuatro kilómetros bajo el océano en una cápsula de fibra de carbono y titanio, que medía apenas algo más de seis metros, sin asientos, con cuatro personas más, para ver lo que quedó del desgraciado transatlántico Titanic hundido hace más de cien años, me parece una tontería de las grandes.
Si acaso se entendiera tratándose del explorador francés, aunque, siendo buzo profesional y con experiencia en esos menesteres, ese método de inmersión en el equivalente a una especie de lata de sardinas no parece muy compatible con su experiencia.
Lo que quiero decir es que un naufragio que ya ha sido explorado durante años por verdaderos expertos debía ser reservado para esos pocos que verdaderamente pueden sacar algo de provecho al estudiar los restos y no convertirse en sitio de, llamémosle, “turismo de curiosidad”, que es lo que el mencionado Titan hacía.
Tras la tragedia comenzaron a salir a la luz numerosas advertencias que se habían hecho al CEO de OceanGate acerca de la deficiente seguridad de su sumergible, por parte de expertos marinos, de la Marine Technology Society de Estados Unidos y de uno de sus propios ingenieros, el cual fue despedido. Dichas advertencias fueron todas ignoradas.
Todo esto se ha vuelto del conocimiento público con motivo de la tragedia, porque de otro modo el sumergible Titan podría haber seguido con sus expediciones quién sabe por cuanto tiempo, tal como realizó otras tres expediciones que tuvieron la suerte de salir con éxito.
Por supuesto, a los participantes en esas expediciones les pedían firmar una exención de responsabilidad para el caso de lesiones físicas, discapacidad, trauma emocional o la muerte, pues el artefacto no contaba con ninguna certificación oficial de seguridad.
Lo peor es que cada una de las víctimas pagó la nada despreciable suma de $250,000.00 dólares por su paseo final, lo que nos lleva a meditar sobre esta tragedia como uno más de los síntomas de la enfermedad en nuestra sociedad, ¿Por qué cuántas personas pueden pagar esta cantidad? Definitivamente, no muchas.
Así, tenemos a unos cuantos capaces de pagar el equivalente a más de cuatro millones de pesos mexicanos por viajar bajo el agua a los restos del Titanic, tan solo porque pueden pagarlo y no encuentran algo mejor que hacer con su dinero.
Por otra parte, la mayoría de la población mundial ya quisiera tener esa suma para llevar una buena vida, en lugar de jugársela para tener una aventura sin objetivo que les conduzca a una muerte estúpida.
En conclusión, mucha gente apenas sobrevive, sumergida en las condiciones adversas de una sociedad terriblemente inequitativa e injusta. Muchos mueren todos los días por hambre y enfermedad resultado de esas condiciones.
Y en el otro extremo, un puñado que concentran la riqueza en el mundo paga cantidades exageradas por experimentar aventuras que, igualmente, les pueden conducir a la muerte, con la diferencia de que será una muerte original y que se convierte en noticia mundial. Una muerte por la que serán recordados, si bien no sea por otra cosa que por la estupidez de sus circunstancias.
Esta web se reserva el derecho de suprimir, por cualquier razón y sin previo aviso, cualquier contenido generado en los espacios de participación en caso de que los mensajes incluyan insultos, mensajes racistas, sexistas... Tampoco se permitirán los ataques personales ni los comentarios que insistan en boicotear la labor informativa de la web, ni todos aquellos mensajes no relacionados con la noticia que se esté comentando. De no respetarse estas mínimas normas de participación este medio se verá obligado a prescindir de este foro, lamentándolo sinceramente por todos cuantos intervienen y hacen en todo momento un uso absolutamente cívico y respetuoso de la libertad de expresión.
No hay opiniones. Sé el primero en escribir.