“Ardió Troya”, suele decirse aún ahora cuando un conflicto escala a niveles excesivos que llegan a violencia física o verbal de forma desproporcionada, que cuando se habla de relaciones entre pueblos o naciones llega a degenerar en guerra.
Por desgracia, en la historia humana, muy a menudo es que “arde Troya”, por nuestra naturaleza dada a la agresividad y a repetirnos, e igualmente frecuente es que son los inocentes o los débiles los que pagan las consecuencias sin deberla ni temerla.
Por supuesto que todo el mundo sufre las consecuencias de este tipo de conflictos, pero no es lo mismo que alguien por voluntad propia se enrede en un pleito por convicción o por necedad, o por la estupidez de seguir a un líder capaz de vender arena en el desierto, y otra muy distinta ser alguien obligado a participar por las circunstancias, o peor aún, ser alguien que se queda en medio por la sencilla razón de que no tiene poder de decisión, como mujeres, niños o ancianos que han visto sus hogares destruidos por una guerra que ellos no eligieron.
Cuando la verdadera Troya ardió, por ahí del siglo XII o XIII A.C. es un excelente ejemplo de los que digo, y por su trascendencia, una experiencia que habría de tomarse en cuenta para no regresar a lo mismo y, que, sin embargo, no dejamos de ver como una novela o una historia de ficción. Bien, no lo fue. Lo sé porque lo viví.
La Ilíada y la Odisea de Homero, por otra parte, sí que son lindos relatos, con algo de verdad y mucho de licencia literaria, o poética, como quiera verse. Es decir, que el autor se tomó muchas libertades en favor de hacer de una historia bastante prosaica un relato lindo y mitológico, muy entretenido. Tan entretenido es, que hasta yo, que sé lo que ocurrió de primera mano, no me canso de volverla a leer.
A riesgo de decepcionarlos, les diré que todo eso de la intervención de los dioses en la historia humana es mera fantasía, por el simple hecho de que no existen. Ni siquiera entonces era general que nos tragáramos semejantes cuentos, si bien había que disimular, lo mismo que con las religiones actuales para que no lo miraran a uno de fea manera.
En cuanto a lo de los semidioses, mismo caso. La mayoría eran tipos valientes y fuertes, eso sí es cierto, pero también con suerte para conseguir armeros que les hicieran armaduras y armas superiores a las del resto de los hombres, pero de ser hijos de Dioses, de eso nada.
Siempre me pregunté como alguien podía creerse eso del talón de Aquiles por el que su supuesta madre lo sostuvo para sumergirlo de cabeza en las aguas de la inmortalidad cuando era bebé, ¿acaso era tan tonta que no se le ocurrió luego voltearlo para mojarle los pies?, cuentos griegos, si no chinos.
Ciertamente que no puedo ser muy objetivo al hablar de Aquiles, pues yo militaba en el bando contrario y con toda sinceridad, el tipo me caía muy mal. Celos, tal vez, porque lo que sea de cada quien, era muy fuerte, valeroso y tenía una armadura que cualquiera querría poseer. Sí, la historia acerca de la pelea entre Odiseo y Áyax tras la muerte de Aquiles para decidir quién se quedaba con la armadura y las armas es completamente cierta, aunque lo de la locura de este último causada por intervención divina… simples sustancias alucinógenas, me temo.
En fin, sobre la causa de la guerra, la mujer más hermosa del mundo y eso, sí fue cierto que al rey de Esparta, Menelao, le robaron la mujer, más específicamente, Paris, uno de los hijos de Príamo, rey de Ilión (o Troya), se robó a la mujer. Si era la más hermosa, no lo sé, no había certámenes de Miss Universo en esa época, y yo, que la vi de cerca, debo decir que no me parecía nada extraordinario.
¿Y entonces porqué la guerra?, por la razón más simple de todas y por la que los seres humanos seguimos peleando antes y después de eso, recursos. Los troyanos éramos un pueblo rico, que habíamos amasado nuestra fortuna guerreando un poco y comerciando un más. Los griegos, y más los espartanos, encontraron la excusa perfecta en el rapto de Helena para sitiar nuestra ciudad y la hubieran tenido fácil de no ser porque nosotros teníamos varios pueblos vecinos aliados, aunque, finalmente, ardió Troya.
Yo no fui obligado por nadie a participar en la guerra, yo vivía en Troya y fui uno de los necios que se dejó llevar por un caudillo, no fue este el imbécil de Paris, que si por mí fuera lo deberíamos haber entregado a los griegos atado de pies y manos junto con la tal Helena que no se fue con él a la fuerza, sino porque el fulano era guapo. Tampoco participé por un sentido del honor y de lealtad al rey de Troya.
A quien yo seguí necia y tontamente fue al todavía más necio de mi buen amigo Héctor, hermano mayor del imbécil de Paris. Héctor era el ejemplo del líder carismático, valiente, dispuesto a defender su hogar y convincente como él solo. Además, no ayudó a que yo pensara fríamente, el que tuviera una amistad con Héctor desde que éramos niños y corríamos por las calles y jardines cercanos al palacio del rey.
Mi padre era un comerciante exitoso y consejero de Príamo y de allí la cercanía de mi familia con la familia real en general y la mía con Héctor en particular. Sin embargo, para cimentar una buena amistad se requiere más que eso y debo decir que Héctor era desde niño, todo lo que se puede desear en un amigo.
Yo era un año menor y a pesar de eso él jamás fue antipático ni abusivo. Juntos aprendimos a cazar y a pelear, esto último él lo aprendió mejor que yo, mientras que en cuestiones de escritura, pintura y negociación, ahí si yo ganaba y él era más bien una nulidad. Por eso teníamos el trato de que cuando él fuera rey de Troya yo le escribiría los discursos y lo haría socio a cambio de la protección de su ejército para mis negocios. No necesito decirles que no hubo oportunidad.
La cosa es que, cuando estalló la guerra, no dudé ni un minuto en tomar partido con mi amigo y ayudarle en cuanto podía. No era yo el más fuerte de los guerreros, pero tampoco era malo, y, no es por presumir, pero lo bastante listo como para llegar vivo al final de la malhadada guerra.
Conforme pasaban los días, meses y años y el sitio se eternizaba, cada día estábamos más agotados, y mi entendimiento, que siempre ha sido bastante claro, me hizo ver que la cosa iba a llegar a un final nada bueno para nosotros, en fin, que iba a arder Troya.
Como le tenía tanta confianza a Héctor le dije lo que pensaba, que en términos coloquiales era que estábamos fritos y que estaba loco al querer enfrentarse a Aquiles, lo cual se había convertido en su obsesión. Héctor era un buen guerrero, pero el tal Aquiles era una fiera y además iba protegido con la mejor armadura.
Por si eso fuera poco, en la ciudad ya escaseaba el alimento, mientras que a los malditos griegos les estaban provisionando desde el exterior y estaban más fuertes físicamente y por tanto anímicamente. Mi amigo me dijo que siempre había sido yo bastante pesimista y que todavía confiaba en ganar la guerra. Esas fueron sus palabras, pero sus ojos decían que pensaba lo mismo que yo.
Llegado este punto, y sabiendo que no iba a cambiar de opinión, pues ya les dije que Héctor era más necio que yo, le hice una propuesta a sabiendas de lo que ya les dije al inicio, que son los débiles y los indefensos los que pagan las consecuencias de las guerras que los poderosos deciden.
Le dije que seguiría guerreando a su lado hasta que él, Héctor, se mantuviera en pie y siguiera al frente de los ejércitos de Troya, pero que, si por desgracia las cosas se torcían, yo no iba a combatir a las órdenes de ninguno de sus parientes, que eran bastante malos en el combate.
En caso de desgracia yo tendría preparada mi huida por una ruta secreta que me conduciría por varios pueblos del medio oriente primero y del norte de África después, donde tenía por costumbre comerciar y tenía amigos.
En esta huida solo me llevaría a mi mujer, que en realidad era una esclava muy joven, casi una niña, que le había arrebatado a uno de los griegos y, si Héctor y su mujer lo aceptaban, a su hijo Actianacte, que era solo un bebé, para evitar que fuera asesinado. Tras fingir que se burlaba de mi pesimismo, y como para tranquilizar mi ánimo, Héctor aceptó.
El resto es historia. Como todo el mundo que haya leído la Ilíada sabe, Héctor murió a manos de Aquiles. Lo que no es tan conocido es que un troyano anónimo que era yo, me llevé al hijo del príncipe muerto y ejecuté mi escape de la ciudad sitiada sin volver la vista atrás para ver cómo, efectivamente, ardía.
Lo que se registra en la Ilíada es que Astianacte murió al ser arrojado de una de las torres de la muralla de Troya para evitar que al crecer volviera a reclamar su puesto como heredero de la realeza troyana. Ignoro a qué niño arrojaron cabeza abajo desde la muralla, probablemente el hijo de alguna esclava que Andrómaca, la esposa de Héctor, hizo pasar por suyo, otra víctima inocente de la guerra.
Pero no fue Astianacte. Este niño se salvó y tuvo una vida larga y podría decir que bastante feliz, pues lo crie como a mi propio hijo, y aunque supo quien fue su padre verdadero, lo eduqué con el suficiente sentido común como para no volver a reclamar nada, lo que lo habría llevado derechito a la muerte. Fue todo lo exitoso que se podía ser en aquella época, siendo líder y fundador de varios pueblos, él y sus descendientes.
El aprendizaje que deja esta historia es que los humanos somos ambicioso y necios y no nos interesa a quien nos llevamos por delante cuando de nuestros intereses se trata, sean estos económicos o simple vanidad. Lo lógico en el caso de Troya habría sido devolver a la mujer raptada, pagar una compensación y terminar con un conflicto costoso por demás que acabó con una hermosa ciudad y buena parte de sus habitantes.
Los griegos tuvieron también su buena cuota de muertos y de desgracias y es más que probable que el botín mal habido haya sido insuficiente para compensarlos siquiera una mínima parte de lo que invirtieron en tiempo y en vidas humanas. Al decir esto no puedo evitar sentir una cierta satisfacción y murmurar entre dientes ¡los muy malditos¡, espero entiendan que el rencor sobrevive a muchas existencias, lo mismo que los afectos.
Por desgracia, la historia se repite, y Troya arde una y otra vez, en cada guerra, pero también en cada controversia y diferencia política. Las armas pueden ser distintas, pero los que deciden el rumbo de los acontecimientos siguen actuando con la misma inconciencia y las víctimas siguen padeciendo por decisiones que otros tomaron por ellos.
Esta web se reserva el derecho de suprimir, por cualquier razón y sin previo aviso, cualquier contenido generado en los espacios de participación en caso de que los mensajes incluyan insultos, mensajes racistas, sexistas... Tampoco se permitirán los ataques personales ni los comentarios que insistan en boicotear la labor informativa de la web, ni todos aquellos mensajes no relacionados con la noticia que se esté comentando. De no respetarse estas mínimas normas de participación este medio se verá obligado a prescindir de este foro, lamentándolo sinceramente por todos cuantos intervienen y hacen en todo momento un uso absolutamente cívico y respetuoso de la libertad de expresión.
No hay opiniones. Sé el primero en escribir.